Jalil Saab

Ciencias naturales y de las otras

Esta y la siguiente generaciones deberán enfrentar el ineludible reto del cambio; jugar el papel, doloroso sin duda, de amortiguadoras para corregir el rumbo seguido en los últimos dos siglos. Si se desea cambiar la tendencia depredadora y destructiva, la sociedad mundial está contra reloj y no habrán nuevas oportunidades.

La humanidad del ocaso del siglo XX es análoga a una supercarretera de tres carriles: por el de alta velocidad avanzan vertiginosas la tecnología y las ciencias naturales (física, química, biología); en el carril central circula a velocidad moderada la conciencia planetaria y del lugar que ocupa el hombre en el universo (filosofía, antropología y psicología); pero por el carril derecho, a paso de tortuga, se encuentran algunas de las llamadas ciencias sociales (sociología, economía y política) que se resisten, voluntaria o involuntariamente, a evolucionar.

Por ejemplo, los economistas han buscado legitimar las leyes económicas no como un producto cultural del hombre, sino como leyes naturales inalterables y determinantes. En palabras de John K. Galbraith, ``los economistas y otros estudiosos de las ciencias sociales aspiran, quizá inevitablemente, a la reputación intelectual de los químicos, físicos, biólogos y microbiólogos. Eso exige que la economía presente sus proposiciones definitivamente válidas, como si se tratase de las estructuras de neutrones, protones y moléculas que, una vez descubiertas, rigen para siempre. También se opina que la motivación humana es inmutable en una economía de mercado competitivo. Estas verdades fijas y permanentes permiten a los economistas concebir su disciplina como una ciencia. La paradoja de la economía es que, precisamente, el ansia de definirse en esos términos es la que la hace envejecer en un mundo cambiante, lo que a la luz de cualquier pauta científica es deplorable''.

En todas las ramas del conocimiento hemos contado, en los últimos 150 años, con grandes genios que nos han dado nuevas luces sobre la realidad del universo; Darwin descubrió la evolución biológica, Mendel nos introdujo en la genética, Maxwell explicó las ondas electromagnéticas, Freud incursionó en el inconsciente, Einstein nos colocó dentro de un espacio-tiempo relativo, Plank nos cuantificó la energía y Heissenberg nos enfrentó a la incertidumbre.

Sin embargo, en política un pensador florentino del Renacimiento sigue vigente: Nicolás Maquiavelo (1469-1527). ¡Será esta la última palabra sobre las relaciones del poder? ¿No es posible encontrar otras leyes que regulen las relaciones humanas? ¿Acaso de nada sirvieron las lecciones de Solón, Cincinato y Ghandi, quienes supieron renunciar al poder teniéndolo en sus manos? ¿La versatilidad antropolítica propuesta por Edgar Morin es sólo una quimera? Si por desgracia es así, tendremos que aceptar, como elucubró Carl Sagan, que las sociedades tecnológicamente avanzadas tienden a la autodestrucción.

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