¡EUREKA!
Demasiado sol
El bronceado de la piel indica que ésta ha sido dañada por los rayos ultravioleta. No es signo de una piel saludable.
Por supuesto que la energía solar nos proporciona calor y luz, pero también es fuente de invisibles rayos ultravioleta (UV). Los científicos han descrito tres tipos: UV-A (los menos dañinos; llegan en gran cantidad al planeta, y una exposición prolongada provoca envejecimiento, arrugas e impide que la piel dañada sane), UV-B (potencialmente muy dañinos, pero la mayoría de ellos son absorbidos por la capa de ozono; una sobrexposición provoca quemaduras, cáncer en la piel, cataratas y daño en los sistemas inmunológicos) y UV-C (los más peligrosos y que hasta ahora no llegan al planeta porque la capa de ozono actúa como filtro gigante).
Sin embargo, uno de los mayores problemas que enfrentamos en este terreno radica en el adelgazamiento de la capa de ozono: cada vez llegan a la Tierra rayos ultravioleta que antes eran filtrados.
Detectamos una quemadura solar cuando vemos el enrojecimiento de nuestra piel causado por los invisibles rayos UV; para entonces el daño ya está hecho. Las quemaduras empeoran incluso cuando nos quitamos del sol, es un efecto retardado, pues la mayoría de las veces sentimos el dolor entre 12 y 24 horas después de la exposición.
En cualquier temporada dichos rayos atraviesan la neblina, las nubes y la bruma. Las nubes sólo pueden bloquear 20 por ciento de la radiación. Las quemaduras no son provocadas por el calor: los rayos infrarrojos nos proporcionan calor y los ultravioleta nos dañan la piel.
Podemos seguir disfrutando el estar al aire libre, pero hay que tomar precauciones: evitar asolearse entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, utilizar un bronceador y bloqueador solar con un factor de protección solar (SPF, por sus siglas en inglés) de por lo menos 15 -aplicarse estos protectores cada dos horas o más a menudo si se está sudando o dentro del agua-; usar camisa de manga larga, lentes para sol y sombrero.