Abraham de Alba Avila

Oferta de posgrados, ¿más entropía?

Damos por hecho que el progreso en la investigación se da a través de investigadores que han pasado por el rito de los posgrados. Sin entrar en la discusión, totalmente válida -qué hacer con esos elementos cuando, preparados con dinero de nuestros impuestos, no tenemos las plazas que reclaman y por tanto algunos (¿los mejores?) vuelan a otros nidos-, asumimos entonces la desiderata de multiplicar cada día más ese número de estudiantes.

No sé si por las supuestas vaguedades del neocapitalismo (yo lo siento igual que el viejo), la cantidad ocasionalmente le gana a la calidad, y el mercado de posgrados no podría ser la excepción. De pronto nos encontramos con los periódicos atiborrados de anuncios de especialidades, diplomados, maestrías y hasta doctorados. Tomemos por ejemplo un gradiente muy ilustrativo, desde el coloso del norte, que con sólo tener una conexión de Internet, una antena satelital y un salón ha podido armar posgrados en un santiamén en prácticamente todas las ciudades donde existe suficiente interés, realmente el sueño del marketing.

En honor a la verdad, muy posiblemente ello represente los primeros pasos para una universidad virtual -en el caso de las ciencias no quisiera verle mucho futuro, fuera de las posibilidades de una comunicación mucho más estrecha con investigadores renombrados, de otra manera la esencia de la investigación, espero, seguirá siendo la experiencia en el trabajo y desarrollo de una hipótesis en el laboratorio o campo-. Entre la zona árida de esta universidad y el centralismo donde, ¡oh sorpresa!, aún existen la maestría y el doctorado de tiempo completo y hasta un verdadero examen de ingreso, encontramos una serie de universidades de diferentes tamaños y edades que luchan por tener un renombre y por atraer maestros y estudiantes de excelencia. En muchos casos, la plazas inicialmente fueron llenadas con profesionistas que aportaron su esfuerzo por quizás un interés u obligación moral. Ahora esas universidades se encuentran con equipos de maestros desvinculados y programas no integrados que han acumulado una antigüedad no fácil de desechar.

Siempre pensando en las ciencias, me pregunto si la opción actual de elevar el nivel de esos profesores realmente resolverá el problema o nada más ha creado un mercado difícil de controlar y evaluar, el de los grados de fin de semana. Vemos cómo una infinidad de posgrados se llevan a cabo los viernes y sábados. ¿Por qué? Esos maestros que al principio sólo llenaban una plaza como cualquier otro trabajo de 9 a 5, ahora se enfrentan a la competencia y a las exigencias del sistema de educación superior de tener cada día verdaderos investigadores, no nada más maestros de materia, y por lo tanto existe la presión de llenar los requisitos de un papelito de posgrado.

(Se podría argumentar que este fin es realmente burocrático si lo comparamos con el de investigación de punta, publicación de calidad, formación de escuela, etc., pero para fines de argumentación dejémoslo ahí.)

Desafortunadamente (no estoy seguro para quién), al tener una vida formada, con sus ligas en la comunidad, es absurdo esperar que esos maestros se vayan a estudiar: al extranjero, a la capital o con un grupo de investigadores que aborden algún tema en forma por demás competitiva. Se ha optado por establecer programas de posgrado que más bien benefician a sus propios maestros, antes que a posibles estudiantes de otras ciudades o instituciones, y a veces tienen que hacer los programas con otras universidades que están en el mismo dilema.

No estoy seguro de las consecuencias. En el caso de un maestro de literatura francesa, quizás no repercuta en mucho pero, ¿en las ciencias? ¿Cuántos quieren ser entrenados por un coach que nunca estuvo en las ligas mayores, que nunca tuvo artículos aceptados nacional o internacionalmente con arbitraje en su campo o que a fin de cuentas no ha podido concretar un proyecto aprobado por una instancia exterior a su propia universidad? Y a esos grados, ¿los del SNI saben distinguirlos de los otros, los de sangre, sudor y lágrimas? Y si no es así, entonces ¿cuál es el incentivo para luchar por una beca al exterior, aprender un idioma, lidiar con un(a) cónyuge que no te entiende, un consejero que tampoco y llegar a un país que no te comprende (porque tú ya cambiaste)?

No pretendo ser despectivo, no dudo que algunos de esos programas impliquen una carga de trabajo bastante alta del estudiante; no es que uno sea mejor que el otro, pero no veo por qué llamarle de la misma manera a dos programas (digamos maestría) cuando se llevaron a cabo de muy diferente forma. Viendo las cosas con ojo darwiniano, es un mundo cruel el de allá afuera, pero me da el consuelo de que está mejorando un poquito más cada vez, en la medida que lo permitimos.

Me pregunto, y se lo pregunto a las instituciones, si no sería más correcto abrir la puertas de las universidades al mejor postor, al individuo que ha sobresalido en su campo por su capacidad de desarrollo, mídase con publicaciones, o con estudiantes preparados o con la regla que uno estime mejor -espero que no con artículos en revistas de la misma universidad-, no con exámenes, por favor, se le contrata para investigar ¡no para ser enciclopedia!

¿No es acaso más importante maestros que generan estudiantes de excelencia, con conocimientos y herramientas de punta, que ¿producir más del montón, con conocimientos caducos e infinidad de deficiencias? ¿No es acaso el objetivo último de programas como los de repatriación con los que deberíamos de enriquecer esas universidades? Todo esto es parte del desorden en nuestro país, ¿estaremos viviendo la segunda ley de la termodinámica en carne propia?

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