¿Qué es hablar de literatura? En un salón privado del Castelló 9 la otra noche se entretenían en Madrid casi los 20 escritores invitados cantando boleros y seguidillas. Como a mí los boleros no me dicen nada, y como de seguidillas conozco todavía menos, por mi parte me limitaba a oír el canto y, cuando se esperaba de mí que lo hiciera, a aplaudir sonriente a mis colegas y hasta al empresario anfitrión.
Todo habría seguido su curso natural, de no haber sido porque un crítico, desde el otro lado de la mesa cuadrada, aprovechó una pausa de la sesión de canciones que hacía las veces de conversación, para comentarme a mí de buena fe cómo, mientras tanto, yo podía creer que los escritores se reunían para hablar de literatura. También en son de broma, también sin saña, alcancé a pronunciar: ``Una decepción más'', antes de que los cantantes aficionados retomaran su diversión, indiferentes a acotaciones de este tipo.
De acuerdo: a un escritor le interesa todo; y todo, en realidad, es, o puede ser, material para su trabajo; pero, ya que el crítico había dado tan improbables o insospechadas muestras de conocer algo de lo que escribo, abrí un paréntesis en mis tareas de observadora de la condición humana, aun representada por escritores y demás gente del medio, para preguntarme una vez más qué es, efectivamente, hablar de literatura, y si es posible que esto se dé, o si es una entelequia, es decir, una cosa perfecta que no puede existir, una irrealidad, y si es que acaso importa.
¿Tengo razón en preferir hablar de literatura que de ninguna otra cosa? ¿Cómo saberlo, si es tan difícil definir en qué consiste, precisamente, eso de hablar de literatura? Si el canto hubiera sido uno en el que yo sí hubiera querido participar; si yo hubiera cantado, ¿habría hecho referencia el crítico a mis preferencias de hablar de literatura? Un canto que me moviera a mí, incluso cantado solamente por los demás, ¿habría equivalido para mí a eso que llamo hablar de literatura? ¿Qué es, en pocas palabras, hablar de literatura?
¿O todo se reduce, no a que el crítico me lo señale, con o sin malicia, sino a que, sencillamente, soy ingenua? De casualidad, en una comida de amigos aquí en México, Sergio Pitol casi lo ratifica, pues se refirió a mi observación de lo difícil que nos es a algunos terminar una frase en una reunión social, y no porque por fuerza seamos tontos, tartamudos o tímidos, sino porque otras frases atraen la atención de nuestros interlocutores tanto como parecían hacer las nuestras, al mismo tiempo, o con mayor imposición. ``Tú lo lamentas, pero así es'', me comentó Pitol; ``¿verdad que así es?'', buscó, y obtuvo, la aprobación de quienes lo oyeron a nuestro alrededor.
Por cierto, Pitol es, de los escritores que conozco, uno de los pocos que, hablen de lo que hablen, siempre hablan de literatura. Pero, aun con un ejemplo como el suyo, ¿cómo determinar qué es, con exactitud, hablar de literatura? Parecería que mi ingenuidad está tanto en creer que entre escritores debería hablarse de literatura, como en que en una reunión social una conversación que empezara debería llegar al final. Debería, término que tendría que desaparecer, pues de inmediato delata a un moralista, a un idealista, y, ¿quién, cuándo, dónde, por qué, habría de querer a un ser racional? ¿O no se dan las cosas, y se siguen, para llegar a alguna parte? ¿Ni siquiera en la literatura? ¿Ni siquiera entre escritores? ¿O sólo entre los escritores que cantan boleros, y nunca entre los que prefieren hablar de literatura? Pero ya que volvemos a esto, ¿qué es, de una vez por todas, hablar de literatura?
Estaba por dar la razón a Sergio Pitol tanto como al crítico del Castelló 9, en el sentido de que estoy equivocada al pretender que los escritores hablen de literatura y que las conversaciones empiecen y terminen, cuando, en un sobre blanco, llegó a mi puerta un pequeño libro que parece darme la razón. He aquí un lugar, pensé al leerlo, en el que los escritores sí hablan de literatura, y en el que sus conversaciones tienen un principio y un final. Bueno, me dije, es que es un lugar en el que todos pueden oír lo que dice el otro, sin que otra conversación se le encime, ni se le interponga, ni la haga diluirse en la nada. Bueno, me dije, el lugar existe, después de todo; y, después de todo, si este libro existe, no todo está perdido.
Se trata de Desocupado lector: El ensayo breve en México (1954-1989), selección y nota preliminar de Genaro González Enríquez, Editorial Verdehalago, en coedición con la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México, 1998.
Leer los ensayos contenidos en Desocupado lector... es la mejor reunión social de escritores y amigos a la que he asistido en mucho tiempo. La lectura de esta antología da una idea muy clara de qué es, exactamente, hablar de literatura, y el lector, con el libro en las manos, conoce a los autores de los ensayos mejor que si los tuviera enfrente, se entretiene oyéndolos decir lo que tienen que decir, y, si no sabe, o no le gusta cantar boleros ni seguidillas, de cualquier forma se siente integrado al mundo, a la vida, y esto lo hace feliz, enteramente feliz.