Cada nación que se tiene por culta --Francia, la primera-- presenta al mundo su equipo de intelectuales. Uno, por propia gravitación y una ayudita de los medios, queda colocado de capitán de equipo. Por ejemplo, para los años cuarenta y cincuenta, en la posguerra --y habrá quien señale desde antes, bajo la ocupación se estrena su pieza teatral Las moscas--, Jean-Paul Sartre. ¿Quién no ha oído hablar de él?
Sartre representa un nuevo tipo de intelectual, no limitado a las letras sino opinando un poco de todo y firmando manifiestos, en especial de tono político. Y así, existencialista por vocación filosófica, autor de ensayos, novelas, cuentos, obras de teatro, director de una publicación memorable, Les temps modernes, Sartre, político, llegó a ser fundador de un partido de breve existencia, sin contar su también corto romance con el marxismo.
En fin, siempre inclinado a opinar, a definir posiciones y, si no lo hacía, se sentía mal: traicionaba su misión de intelectual comprometido.
En Francia, y trascendiendo ambos las fronteras, junto a Sartre, a la vez que polemizando con él, se destaca otro escritor, Albert Camus. A la época, no llega a eclipsar a Sartre; sin embargo, el futuro será más generoso con Camus y lo salvará del olvido: lleva vendidas más de 7 millones de copias de su novela El extranjero. Sartre, en cambio, dado a actitudes teatrales como renunciar al premio Nobel o vender periódicos maoístas en la calle, se fue opacando en beneficio de...
...¡Althusser! Claro, para los años sesenta y parte de los setenta, tiempo de revoluciones tercermundistas y del mayo francés, el intelectual de punta debía ser marxista. Con un toque heterodoxo, desde luego; sí, con algo de estructuralista. ¿Que pertenece al Partido Comunista Francés? Bien, eso no es del todo malo, lo vacuna contra los desbordes gauchistes (de ultraizquierda). Y por otro lado, no se siente que sea un intelectual atado a la disciplina partidaria. El intento de Althusser, entre otros como Gramsci y Lukacs, es renovar al marxismo, darle una dinámica acorde con los tiempos. Y la Francia que ve desmoronarse su imperio colonial, que viene de ser golpeada en Dien Bien-Phu y en la batalla de Argel, acabó aceptando que Althusser se colocara al frente del equipo.
El paso hacia el marxismo --ni el propio Sartre dejó en su momento de darlo-- remonta el sentimiento de angustias padecido como secuela de guerra. Las caves (cuevas, el underground parisino) albergaron por los años cuarenta y cincuenta a jóvenes genéricamente llamados existencialistas. Sus padres, antes de la guerra y de la ocupación alemana habían creído en el progreso ilimitado. Después de la guerra, los hijos, decepcionados de todo, se refugiaron en las caves hasta que el marxismo llamó a las puertas y, regresando a la superficie, de él solicitaron una borrachera que los librara de la angustia. Y ya despuntaban los años sesenta; motivos para la lucha social y para la solidaridad no faltaban en el mundo, sin contar el propio mayo francés.
Fue entonces cuando el filósofo Althusser, sin proponérselo, pasó a capitán de un equipo de intelectuales donde se contaron notables figuras: Lacan, el psicoanalista; Lévi-Strauss, el antropólogo; Braudel, el historiador; Barthes, el semiólogo; Piaget, el educador, entre otros. Y donde se contaba quien tomaría el relevo de Althusser, y se llamó...
...¡Foucault! Estamos ya en los años setenta y el filósofo marxista --aun antes de la crisis personal que le llevó a ahorcar a su mujer, realizando así el anhelo de todos los maridos del mundo-- resiente los embates. Junto al reflujo del marxismo, llega la hora de un filósofo de lectura amena y cuya homosexualidad favorecía su imagen, más aún: parecía encarnarla pues Foucault surgía como el intelectual de los marginados. Y con él estamos a las puertas de la posmodernidad. Y ante ellas muere dejando vacante el trono que desde entonces así permanece. Nadie es hoy un Sartre, un Althusser, un Foucault, los tres filósofos, los tres consumados maestros de la polémica y de las frases brillantes.
Claro, hay pretendientes.... me luce que pierden el tiempo: el trono mismo tal vez esté de más. En cuanto a mí, me he quedado huérfano, sin intelectual de guía. Y entonces, ¿cómo haré para pensar?