Adolfo Gilly
Zona de peligro
Habla bien de la salud mental y de la madurez de la opinión mexicana la repulsa casi unánime que ha encontrado el discurso del doctor Ernesto Zedillo en Simojovel. Este país está harto de agravios, de órdenes intemperantes, de palabras de odio. Este país sabe mucho y no acepta que ciertos límites de prudencia, comportamiento y mesura sigan siendo ignorados por quienes, como gobernantes, están más obligados que nadie a respetarlos.
Con asombro general fue recibido el discurso de Simojovel, donde se habla de diálogo luego de descalificar y difamar a todos los posibles interlocutores, acusándolos de ``liderazgos mesiánicos'' y de ``apóstoles de la hipocresía''. Con pasmo nos enteramos todos de que el EZLN es responsable de la crisis financiera de diciembre de 1994, de que la emboscada a traición de febrero de 1995 fue un acto de ``prudencia'' del gobierno federal, y de que es el EZLN el que se niega a cumplir los acuerdos de San Andrés.
En su última edición, The Economist habla de las ejecuciones extrajudiciales de indígenas a manos del ejército federal, cuyo comandante en jefe es el doctor Ernesto Zedillo. No es el único en la opinión mundial que considera en esos términos el deplorable escándalo de los derechos humanos en Chiapas y en el país: prisioneros desarmados ejecutados por sus captores, presos con los ojos vendados y liados como bultos en el fondo de los camiones, cadáveres abiertos y desnudos devueltos a los deudos, sentimientos sagrados profanados, casas indígenas saqueadas, robadas y destruidas por las tropas del doctor Ernesto Zedillo o por los paramilitares que al amparo de esas tropas proliferan. Ese es el panorama chiapaneco que está ante la vitrina del mundo.
Ni una palabra dijo sobre esa realidad inhumana el doctor Zedillo en Simojovel. El significado de la omisión es claro: el doctor Zedillo, como presidente de la República, asume la legalidad de esas conductas y la responsabilidad por ellas.
¿A quién se dirige entonces ese discurso solitario? ¿Con quién está hablando el doctor Zedillo? El mensaje de Simojovel es el discurso de un gobernante acorralado por su propio desastre. Es el discurso de un hombre que se ha quedado hablando solo, un hombre que parece proponerse seguir adelante como si no hubiera EZLN, no hubiera partidos de oposición, no hubiera Congreso, no hubiera periódicos independientes ni opinión pública, y existiera sólo el eco solitario de su propia voz.
El gravísimo problema, empero, es que ese hombre tiene el poder, es el comandante en jefe de las fuerzas armadas de la República Mexicana, y tiene en su entorno y a su servicio a quienes están dispuestos a secundar sus palabras y sus actos. Además del desastre financiero y el sufrimiento social producto de las políticas sucesivas de éste y el anterior gobierno, ese alto funcionario puede aún llevar hasta sus conclusiones la lógica de sus palabras, pasar por encima de la Ley de Concordia y Pacificación a la cual acaba de declarar superada, lanzar un sorpresivo golpe de mano contra la dirección zapatista y sus bases en las comunidades indígenas y sumirnos a todos en un desorden sangriento.
El doctor Ernesto Zedillo no sólo está cercado por el silencio zapatista, la incredulidad del país, la alarma de la opinión internacional, la crisis de su gabinete, las crecientes fracturas de su partido. Está cercado también por la imposibilidad de hacer aceptar al Congreso, a menos que todos acepten hundirse en el descrédito ajeno, el enorme desfalco a la nación que significa el Fobaproa, la legalización de la mayor estafa financiera de este siglo mexicano cometida al amparo del poder y de la impunidad de banqueros y gobernantes en los dos últimos sexenios.
El doctor Zedillo está acosado además, aunque él no lo sepa, por una enorme culpa. Cualquier analista cuidadoso puede encontrar sin error ese sentimiento en el fondo de su discurso. Esa culpa se hace evidente en su obsesiva búsqueda de malvados y culpables en los cuatro puntos cardinales, en la reveladora polémica defensiva sobre el ``doble lenguaje'' y en el trágico síndrome de la mano de Macbeth.
Ese sentimiento es peligroso. No soy el único pasmado y alarmado ante el mensaje dirigido por el doctor Zedillo a la selección mexicana. ``Querer es poder'', además de ser una negación de la realidad, era el lema de Benito Mussolini. Este no es un país totalitario. Ningún funcionario, por encumbrado que sea su puesto, tiene derecho a decirnos cómo ``debemos actuar todos los mexicanos''. Y si esas exhortaciones totalitarias llegan desde la Presidencia, cuidémonos, porque indican un estado de espíritu exacerbado, impropio de quien por su cargo debe mantener la mesura y la prudencia.
No es hora de intemperancias. No tiene caso entrar en polémica con el doctor Zedillo ni refutar sus argumentos. El PRI se sigue resquebrajando. Ningún partido, por sumisos que sean sus anteriores hábitos, puede aceptar semejante conducción. El senador priísta por Chiapas, Pablo Salazar Mendiguchía, acaba de pronunciarse severamente contra la política de la Presidencia y en defensa de sus paisanos y de su estado. La situación es delicada y quebradiza.
No podemos detener sólo en las calles y en las plazas la loca carrera presidencial. En esta hora hay que acudir a las instituciones existentes. El Congreso tiene que convocar al doctor Ernesto Zedillo y a sus secretarios. Ante esa soberanía, equivalente a la suya, el Poder Ejecutivo debería explicar el triple desastre de Chiapas, del Fobaproa y de la política internacional. Para distender la situación y evitar lo peor, con quien tendría que dialogar el presidente de la República es con el Congreso de la Unión.
Hay que alejarse de la zona de peligro. Hay que salir del soliloquio hacia el discurso de la razón, de la tolerancia y de la ley. No está en condiciones de hacerlo por sí solo el doctor Ernesto Zedillo. El Congreso de la Unión y sus partidos tienen, ahora, la iniciativa y la palabra.