José Steinsleger
Unidos por un balón

Cinco mil años atrás los chinos llamaban tsuchu (tsu=patear, chu=pelota de cuero y rellena) a un juego cuya única regla válida era que la pelota nunca debía estar ``lejos del pie ni el pie de la pelota''. Los florentinos del medioevo denominaron ``calcio'' a un tipo de futbol cuyos encuentros tenían lugar dos veces al año en la Plaza de la Señoría. En Inglaterra, la primera mención oficial figura en un estatuto del rey Eduardo II en el cual se prohibía el futbol porque estorbaba ``la práctica de la ballestería'' (1349).

El futbol alcanzó su forma actual en las escuelas inglesas del siglo XIX. Se prohibía tocar, llevar o pasar la pelota con las manos. En 1823, un estudiante del colegio de Rugby violó esta prohibición fundando así el foot-ball rugby. En 1863, la Asociación de Futbol de Inglaterra fijó las primeras reglas y en 1886 se creó una oficina internacional encargada de estudiar y perfeccionar las leyes del juego: la Federación Internacional de la Asociación de Futbol (FIFA).

Si los datos a la mano son fidedignos, el club de futbol más viejo de América Latina es ``River'' (1901), fundado por ingleses. Más tarde se le añadió el incomprensible vocablo plate, pues debería haberse llamado silver river. Con los colores de la bandera de Inglaterra (rojo y blanco), la mayoría de los jugadores de River Plate eran jóvenes inmigrantes genoveses (juniors) del barrio de La Boca. Poco después el club se dividió y hubo un encuentro para decidir cuál de los equipos retendría los colores originales. Desconcertados, los perdedores sentáronse con la mirada perdida en el río hasta que alguien propuso que el nuevo club debía llevar los colores del primer barco en ingresar a puerto. El barco llevaba bandera sueca. Así nació la camiseta azul y amarilla del ``Boca Juniors''.

En la década del 1920, con el auge de la exportación de ganado, la burguesía industrial de los frigoríficos de Avellaneda, ciudad colindante a Buenos Aires, formó ``Independiente'' y ``Racing''. En tanto, en Rosario, un tal señor Newell, funcionario del ferrocarril inglés, organizó ``Newell's old boys'', equipo de veteranos que jugaba contra los obreros agrupados en ``Rosario Central'', estación terminal de la ciudad.

Actualmente, el futbol representa el único aspecto de la cultura latinoamericana que nos permite vivir con autenticidad el anhelo de unidad política. En Quito, frente a la embajada de México, millares de ecuatorianos festejaron el triunfo sobre Holanda. Ningún latinoamericano dejó de lamentarse por la ajustada derrota de Paraguay y de festejar la victoria de Argentina sobre Inglaterra. Tal euforia se llama identidad y tal identidad es la que nos falla en otras dimensiones de la realidad.

¿Qué nos falta para jugar en política y economía como protagonistas reales? ¿Por qué agachamos la cabeza en lo que siempre acaba por dolernos y vamos al frente pateando un balón? ¿No podrían nuestros gobernantes inspirarse en el nervio de un Hernández, de un Batistuta, de un Ronaldo para meter algunos goles en el primer mundo? ¿Creen que no los ovacionaríamos el día que decidan no jugar más en ligas inferiores? Ya no queremos ``victorias morales'', ese eufemismo con el que nos regodeamos en disfrazar la ineptitud política y deportiva. Que los futbolistas latinoamericanos nos dicen cómo ser auténticos campeones.