DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro
El sueño interrumpido
Juan Villoro, enviado, París, 29 de junio Ť Hace dos días, el Frankfurter Allgemeine tasó el valor de Luis Hernández en 10 millones de marcos; después de su soberbio gol en Montpellier, vale el doble. Sin embargo, éste es uno de los muchos detalles secundarios de una jornada donde sólo hay una certeza: soñamos un partido de gloria y a unos minutos del final despertamos a una realidad de metralla.
Un convoy de mexicanos voló al sur de Francia al compás de Cielito lindo. En el aeropuerto de Montepellier encontramos un brazo de agua con garzas y ningún taxi. Tampoco había autobuses ni trenes ni coches que rentar. En la calle, los ojos de Carlos Reinoso buscaban un vehículo con la fruición con que en otros tiempos buscaron a Enrique Borja. Hicimos huelga de matracas caídas en espera de que un camión escolar se apiadara de nosotros. En vano. Una pregunta dominó nuestra desesperación: ``¿Dónde carajos están los alemanes?''. Se nos habían adelantado como un augurio de lo que pasaría en la cancha. Los rezagados vestíamos de verde y, al cabo de un rato, un taxista se acercó a clasificarnos por parentescos como si fuéramos chícharos de Oparin. Evaluó a una familia en 150 francos; cualquier miembro extra valía otros 150. De nada sirvió fingir lazos de sangre con desconocidos. El taxista procedió con un rigor digno del doctor Mengele y fue un alivio que me rechazara. Finalmente, unos ejecutivos de Adidas se apiadaron de este cronista y convencieron a su chofer (ex delantero alemán) que me aceptara en un acto de fair play.
En el estadio La Mosson, el cielo despejado, las banderas y el pasto rutilante provocaban una alegría de dibujos animados. De pronto, en una de las cabeceras se alzó la porra alemana, que sólo conoce dos momentos: el alarido guerrero y el estertor triunfal. Como aún estábamos en la primera fase, recordé que la Federación Alemana mandó hacer 20 mil camisetas contra la violencia en los estadios. Ante las manos levantadas con orgullo pangermánico, busqué la camiseta de la concordia. Tal vez el temor empeora la vista, pero no distinguí ninguna.
En cambio, a mi derecha tenía un estímulo difícil de ignorar. La porra Speedy González, procedente de Tijuana: diez chamacas que casi deciden el partido con sus gritos. Estoy seguro de que Bierhoff perdió más de un balón cuando oyó un agudísimo: ``Andale, ándale, mugre garrocha''.
Los campeones de Europa salieron a la cancha con todos los records a su favor. En ocho partidos desde 1968, sólo les hemos ganado una vez. ¿Era posible detener a la industria metal mecánica del futbol? La respuesta es la peor de las buenas noticias: sí. Lo que antes del partido nos podía dar esperanza, ahora nos sume en una bruma sin consuelo.
Por algún pacto fáustico, los alemanes se renuevan envejeciendo. Matthus y Klinsmann recorrían el campo como portentos geriátricos, pero confiaban demasiado en los pases largos para que el solitario Bierhoff armara su Sturm und Drang. En la defensa y la delantera, Alemania es casi insuperable; en cambio, su media cancha apenas existe, como si el talento reservado a los volantes se hubiera consumido con Overath, Netzer y Schuster. México esperó demasiado atrás y permitió que Alemania comunicara sus islas.
Los minutos de basura
La épica da para todo, incluso para hablar de consomé. Cuando estudiaba en Munich, un maestro nos llevó a la rotonda de los bávaros ilustres a conocer la tumba del inventor del cuadripollo. Son cosas que pasan en Alemania: un asalariado de la Maggi resume un ave en un terrón soluble y los delanteros concentran sus goles en unos minutos a los que casi se les ve la forma cuadrada.
El futbol es el más democrático de los deportes (un gordo como Wilmots o un enclenque como Ortega pueden practicarlo), pero los cuartos de final son un club de élite. ``El futbol es un deporte en el que todos participan y gana Alemania'', dicen los ingleses. Después del gol de Hernández, veíamos el reloj del estadio para adelantarlo con nuestras plegarias. Los cronistas españoles hablan de los ``minutos de basura'' para referirse a lo que ocurre cuando el partido ya parece resuelto; en esa zona de los desperdicios, Klinsmann y Bierhoff lograron más que nuestros rezos. Una goleada como el 6-0 que Alemania nos propinó en Argentina 78 hubiera sido menos dolorosa; la debacle repentina nos sumió en una tristeza sólo superada por nuestras ganas de recordar que, además de todo, los alemanes nos quitaron el Códice de Dresde.
Ayer no estaba en juego ni el honor de la patria ni la estabilidad de Zedillo ni el rating de Televisa. Aunque el futbol no puede ser ajeno a la realidad que lo maltrata, sus méritos más sencillos y entrañables tienen que ver con la capacidad de imaginar. La selección jugó contra las pobres expectativas que había generado. Lapuente y los suyos avivaron los sueños de la tribu. No es poca cosa. Pero la vida, ya lo sabemos, está en otra parte.