La Jornada 30 de junio de 1998

En el DF, 170 detenidos y un herido por petardo

Daniela Pastrana y Bertha Teresa Ramírez Ť Tras la impotencia de la derrota, el rencor se volcó a las calles de la ciudad. Cientos de jóvenes --las autoridades calculan más de 7 mil-- tomaron por asalto Reforma, Insurgentes, Fray Servando, el Eje Central, el propio Zócalo capitalino, para desahogar frustraciones y demostrar el enorme resentimiento que tienen con la autoridad.

Dos horas de tensión en el Angel de la Independencia, donde los 900 policías apostados alrededor de la columna fueron blanco de todo tipo de insultos y agresiones, dieron el marco final a la eliminación del equipo mexicano en el Mundial de Francia 98.

No había alegría, ni porras. Cuando mucho, miradas curiosas, de morbo, de los pocos que acudieron al monumento a manifestar su apoyo al Tri porque ``aunque perdieron, jugaron muy bien y tenemos que estar con ellos en las buenas y en las malas'', ante la ola de rabia vertida en el aire de Reforma.

``Mira esos, ya van de compras'', dijo un joven divertido a sus acompañantes, al ver salir corriendo a una centena de descamisados rumbo a la glorieta de La Palma. En unos minutos, casi sin detenerse en la carrera, atraparon un autobús, obligaron a bajar a los pasajeros y se enfilaron con rumbo desconocido en medio de agudos gritos de triunfo.

La fiesta futbolera terminó para México con un ``honroso'' 1 a 2 frente a Alemania -el eterno verdugo-, otra vez en octavos de final, dos felicitaciones presidenciales (por ``sus tamaños'', el Ejecutivo Federal los puso como ejemplo para todos los mexicanos), y un saldo al final de la jornada de 170 detenidos, innumerables comercios saqueados, y un joven de 20 años con desprendimiento del cerebro por un petardo en la cabeza, entre otros lesionados leves.

De lado de la policía, un uniformado con un botellazo en la cara, cientos de ``uuuuleeeeeros...putos...cagones'', una inmensa frustración por las decenas de chamacos que se les pelaron en las corretizas -aunque desquitaban su coraje con los que si atrapaban-, y al final, el delicioso sabor de la victoria, cuando salieron en línea de diferentes flancos -en una peligrosa imagen de marcha militar- para acorralar a la multitud y obligarla a dispersarse de la glorieta.

``Se les acabó cabrones... a festejar a sus casas...'', decían sonrientes los uniformados entre los empujones, cuando por fin recibieron la orden de avanzar sobre las masas.

Todo comenzó con...

Anunciada la ausencia de pantallas televisivas en el Angel y en el Monumento a la Revolución por las autoridades, los aficionados comenzaron a concentrarse en el Zócalo, donde se habían colocado dos paneles enormes. Llegaron desde temprano, poco después de las 8 de la mañana, para ocupar los mejores lugares.

Las autoridades también se habían levantado temprano. Desde las 8:30, se instaló el operativo de vigilancia con más de 2 mil elementos --mil 500 en el Angel y el resto en la Plaza de la Constitución--. El secretario de Seguridad Pública, Rodolfo Debernardi, recorrió la zona personalmente.

Los policías (preventivos, granaderos, de la Montada y de la bancaria), asignados al operativo se dieron a la tarea de decomisar latas de aerosol y espuma. Fuera del Zócalo, la ciudad estaba vacía. En los primeros 45 minutos privó la expectación, el estómago contraído, las exclamaciones de euforia y terror.

Pero en el minuto dos del segundo tiempo, cuando El Matador Luis Hernández volvió a hacer rugir millones de gargantas mexicanas con el grito de goooool, los ánimos explotaron.

De algún lugar cercano a la Catedral salieron los primeros cohetones. Después, todo fue confusión. La gente salió corriendo rumbo al metro. Oscar Rivas --estudiante de 20 años--, cayó al suelo con la frente desprendida y la masa encefálica colgando por el estallido de un petardo. La policía detuvo a 53 personas, entre ellos, los cuatro presuntos agresores, a los que les decomisaron 2 kilos de cohetes.

El gol del empate alemán trajo la calma. Y de nuevo, la vida pendiendo de un balón --diría la reportera Elena Gallegos--, los ojos de los asistentes enfocados en los televisores.

El segundo gol fue un balde de agua fría. A las 10:49 el árbitro silbó el final y la incredulidad reinó en la plaza.

Otra vez Alemania fue el verdugo. Otra vez ``nos quedamos'' en octavos de final.

Quince minutos después comenzaron a llegar al Angel de la Independencia. Con el primer grupo grande --unos 600 jóvenes que ni siquiera intentaron detenerse en el templete instalado frente a la glorieta de la Palma--, las autoridades decidieron suspender los eventos musicales con los que pretendían convertir una verbena el triunfo de la selección.

Reforma, convertida en campo de guerra

Petardos, botellazos, palazos, robo de camiones. Imágenes de microbuses ``garapiñados'' --definición de un compa-- con jóvenes colgando por las ventanas y puertas.

Resumió un joven sentado en una banqueta de Reforma, en un comentario a sus compañeros : ``Yo me quedo aquí, si vamos para allá me van a madrear y ya me cansé de correr''.

José Félix Barrera, oficial de la Montada con placa-3129, recibió un botellazo en la cara y tuvo que ser trasladado al hospital.

Una joven llegó a refugiarse al Hotel Sheraton gritando que la querían violar. Iba drogada, y mientras la atendían se evadió por la puerta trasera y repitió la escena frente a la embajada estadunidense.

Alrededor de las 13 horas, los manifestantes aventaron dos botellas de vidrio al aire, hacia los granaderos apostados en la columna. Entonces salió la orden, luego de una llamada del secretario de Seguridad al delegado Jorge Legorreta, de retirar a la gente.

La operación duró poco menos de media hora. Los policías salieron en filas, los cercaron, los fueron orillando a la banqueta. Luego llegaron las patrullas, a apretonar más. Ante de las 13:30 se abrió la circulación. Y vino una segunda oleada de insultos, ahora desde los autos.

En su volkswagen blanco, placas 247JVA, un delgado y moreno muchacho vestido con gorra y camiseta daba vueltas alrededor del Angel. Gritaba con ganas a los policías: ``los vamos a madrear, los vamos a madrear... los vamos a coger, los vamos a coger''. A la quinta vuelta, fue detenido y trasladado al juzgado cívico por aliento alcohólico.

El jefe de gobierno, Cuauhtémoc Cárdenas, diría por la tarde que se va a actuar con todo el rigor de la ley, y que la seguridad no fue rebasada, ``se hizo lo que se pudo''.

En el Angel, esta vez ganaron los guardias. La gente se disperso antes de las 14 horas. Sentenció aliviado un oficial de 22 años, mientras disfrutaba una paleta helada de fresa: ``...y por fin, esto se acabó''.


Bertha Teresa Ramírez Ť Las celebraciones por el desempeño de la Selección Mexicana en el Mundial de futbol continuaron ayer a pesar de la derrota que sufrió el representativo nacional, y cobraron otra víctima más. Esta vez en el estudiante universitario de 19 años de edad, Oscar Rivas Medina, quien resultó gravemente herido por un petardo que le estalló en pleno rostro.

Oscar y su compañero, José Angel Contreras, ambos del segundo cuatrimestre de la carrera de Informática en la Universidad Insurgentes, decidieron no asistir a clases y dirigirse al Zócalo para seguir desde las pantallas gigantes el partido entre México y Alemania.

En el hospital Primero de Octubre del ISSSTE, José Angel Contreras narró a diversos medios que él y Oscar llegaron a la plaza a las 9 de la mañana, y para ese momento ya había un gentío. El primer tiempo transcurrió en paz, sólo rechiflas, porras y coros de ``sí se puede, sí se puede'' se escuchaban en la plaza. Pero vendría el segundo tiempo y el gol anotado por Luis Hernández. Entonces un grito ensordecedor salió de las gargantas de los miles de espectadores que se levantaban, se abrazaban, gritaban o saltaban.

De pronto, un autobús repleto de jóvenes, algunos de los cuales colgaban de las puertas, irrumpió en la plaza. Decenas de ellos bajaron y empezaron a lanzar cohetes contra la policía y después contra la gente, en ese momento se originó una confusión, en la que se escucharon estallidos de cohetes; muchos jóvenes corrieron asustados, fue el caso de Oscar y José Angel, que se encaminaron hacia el Metro para tratar de retirarse del lugar, pero a pocos metros de alcanzar la estación un petardo estalló en el rostro de Oscar.

En el hospital, la doctora, Hilda Basilio Badillo, asistente de la dirección del hospital, señaló que el muchacho salió con vida del quirófano, pero su estado de salud sigue siendo grave. Indicó que las secuelas debido a la dimensión de su lesión podrían ser igualmente graves.

Mientras, cuatro jóvenes, entre ellos dos menores de edad, fueron detenidos y remitidos a la agencia 50 del Ministerio Público acusados de provocar desmanes y lesiones. La policía informó que uno de estos jóvenes se encontraba entre los que lanzaron los petardos durante los disturbios, y que se les decomisaron dos kilos de explosivos ``que pensaban usar en la Plaza de la Constitución''.