Los papás de Mónica tenían una de esas religiones que prohíben las cosas más raras del mundo, como la carne de puerco, bailar, las transfusiones aunque sean de vida o muerte, el servicio militar y los retratos de Dios. Bueno, esto último está mejor, así cada quien se lo imagina, como quiera, fue mi comentario el día que me contó, y ella me dijo qué te pasa, no te lo puedes imaginar, está prohibido, quiénes somos nosotros para saber cómo es Dios.
Habíamos quedado con Paco, Ruth y Serena de ir a la Casa del Lago. Pasaban Los 400 golpes. Lo difícil de convencer a Mónica fue que la religión de sus papás también prohibía desobedecer los reglamentos de cualquier ley legal que existiera, y esa noche, después de la película, cuando ya estuviera cerrado Chapultepec, teníamos un plan bastante ilegal.
Su mamá dijo además que Mónica no podía salir de noche, y pregunté si eso también lo prohibía su religión. El papá me miró encima del periódico con ojos de te quiero matar y no dijo nada, pero Mónica, que se estaba volviendo librepensadora gracias a la Prepa Seis, y eso que acababa de entrar, con un valor civil admirable les dijo a sus severos padres yo me voy, regreso tarde.
Claro, para los señores la culpa era mía. Yo era la mala influencia de su hija. Lo mal que la conocían. Si de Mónica era uno el que se tenía que cuidar.
Fue hace tantos años que de Los 400 golpes no recuerdo ni 2, pero en cambio de lo que pasó luego me acuerdo mejor. Salimos los últimos de la función, y bajamos parsimoniosos la escalinata de la Casa principal. Mónica y Ruth se hicieron las de Lo que el viento se llevó, y las escaleras y todo se prestaban.
Rodeamos la Casa y bajamos al embarcadero. Ya nos habíamos dado cuenta de que no todas las lanchas las dejaban amarradas los encargados. El verdadero problema eran los remos. No había forma de encontrarlos. No me pregunten cómo, pero Paco consiguió llave de donde los guardaban y fue y sacó cuatro. Soltamos dos lanchas. En una Paco y Ruth, en la otra Serena y nosotros. No había luna, nos alumbraban los vagos faroles de la orilla y el resplandor de la ciudad encendida.
Remamos un rato. Hablábamos en voz baja. Mas se oía la caída de los remos. Nos enfilamos luego a la isla de los cisnes y los gansos. Yo creo que Paco quería lucirse porque se tiró al agua y nadó, vestido, hasta el letrero de Prohibido desembarcar.
En lo que llegamos y amarramos las lanchas, no se nos fueran a ir, lo perdimos de vista. Lo fuimos a buscar. Damos de vueltas, subimos las piedras artificiales del centro y desde allí vimos, a mitad del lago, otra lancha inmóvil. Y una silueta, de pie, a mitad de la embarcación.
Nunca había visto un fantasma tan fantasma, dijo Mónica, como si hubiera visto muchos.
¿No te los prohíbe tu religión?, le dije por molestar, y sí, se molestó.
¿Vieron eso?, apareció Paco, hecho una sopa, tiritando. ¿Vamos a ver? Sí. Y fuimos.
Otra vez Serena y nosotros. Inexplicablemente, Paco y Ruth se quedaron, sin soltar la lancha, en la orilla. Como paralizados.
Y entonces Serena, que casi no hablaba, se puso a cantar. De repente, así nomás. Remé con cautela hacia la lancha inmóvil. La silueta era un hombre de gabardina negra que no se movió ni para vernos cuando estuvimos cerca.
Serena cantaba a plenitud. Mónica me dijo vamos, y yo dije, en voz alta, señor. Y más fuerte, buenas noches, señor. Vámonos insistió Mónica. Paco y Ruth ya remaban hacia la Casa del Lago, apenas, dibujada por la luz y Mónica vámonos, y yo señor, señor y serena cantando.
Remé para ponernos frente a él. Se alisaba las canas con brillantina, y tenía los ojos más grandes que he visto. Se le caían de la cara, le rozaban la boca, y miraban con espanto sin reaccionar, a la deriva.
Serena cantó hasta que desembarcamos en la Casa, Paco y Ruth no preguntaron nada ni nosotros les dijimos. Así de raro como suena.
Mónica dejó la Prepa y no la volvimos a ver. Casi ni se despidió. Me acuerdo que le dije, qué, ¿también decir adiós te lo prohíbe tu religión? Fue la primera vez que no me respondió ni un gesto.
A Serena la seguí viendo, pero no volvimos a mencionar la noche en el lago. Como era de esperar, Paco y Ruth se casaron, con los años, por aburrición. Serena, tan bien que lo hacía, dejó de cantar, se metió a Biología y ahora vive en una isla al norte de Escocia. Estudia los hábitos de un pájaro boreal parecido al puffin, creo.