Héctor Aguilar Camín
El Estado como remero argentino
Refieren las crónicas de la época que en 1994 hubo una competencia de remo entre una empresa argentina y una japonesa. Los remeros japoneses llegaron a la meta una hora antes que los argentinos. Los directivos de la empresa argentina se reunieron para analizar las causas del resultado. Descubrieron que en el lado japonés había un jefe de equipo y diez remeros, mientras en el argentino había un remero y diez jefes. Decidieron adoptar medidas pertinentes para que la situación cambiara el año siguiente.
En 1995, el equipo argentino llegó dos horas más tarde que el japonés, en lugar de una. La dirección volvió a reunirse. Comprobó que en el equipo japonés había un jefe y diez remeros, mientras que en el equipo argentino, luego del intenso estudio realizado el año anterior, había un jefe de equipo, dos asesores de gerencia, siete jefes de sección y un remero.
En 1996, la tripulación argentina, cuya integración había sido encomendada al Departamento de Nuevas Tecnologías, llegó tres horas más tarde. Para tomar el toro por los cuernos, se llevó a cabo una reunión de análisis y se concluyó que el equipo japonés había optado ese año por la formación original de un jefe de equipo y diez remeros. El equipo argentino, conformado según las recomendaciones de una firma consultora neyorquina, había preferido una formación vanguardista integrada por un jefe de equipo, dos auditores de la mencionada consultora, un asesor en downsizing, un asesor en calidad total y cuatro controllers administrativos que no quitaban el ojo al único remero a quien ya habían castigado quitándole todos los incentivos por el fracaso del año anterior.
Desde la devaluación de 1976, las finanzas públicas mexicanas son como los remeros argentinos de esta fábula. Se han hecho todos los cambios y se han emprendido todas las modernizaciones sin tocar lo fundamental: el déficit visible o invisible de las finanzas públicas. Ese déficit crónico, el déficit de un Estado que sigue gastando mucho más de lo que ingresa, que tiene compromisos institucionales y obligaciones políticas muy por encima de sus recursos, es la piedra de toque de la mayor parte de nuestros males económicos de las últimas tres décadas: deuda, inflación, devaluaciones, bajo crecimiento.
El déficit crónico y su secuela de crisis recurrentes, ha llevado a los gobernantes del país a emprender los cambios más audaces y las modernizaciones más agresivas, pero no a corregir la cuestión básica que es equilibrar los gastos y los ingresos del Estado. Sólo hay una manera sana --antigua o moderna, populista o neoliberal-- de alcanzar ese equilibrio: el Estado debe cobrar impuestos suficientes para pagar sus gastos, y no gastar más de lo que recoge.
El déficit crónico de México es un déficit crónico de cobro de impuestos. La hacienda mexicana sigue cobrando muchos impuestos a pocos causantes cautivos y pocos o ningún impuesto a muchos ciudadanos productores de riqueza. El presupuesto federal tiene que alimentarse en un porcentaje muy alto, del orden de 35.4 por ciento, de los ingresos que aporta Pemex, a través de los impuestos especiales y de la toma por el gobierno federal de la mayor parte de las utilidades de esa empresa. Si las utilidades de Pemex no existieran, como no existían antes del boom petrolero de los setenta, el gobierno federal no podría hacer frente a más de la tercera parte de sus gastos. Ese es el tamaño verdadero de su déficit, el tamaño de lo que no puede pagar sanamente con los impuestos que cobra.
Desde la eclosión del gasto público de los años setenta, el déficit presupuestal ha sido el hoyo negro de las finanzas públicas mexicanas y, a partir de ellas, del resto de la economía.
Los últimos tres gobiernos han estado dispuestos a cambiar muchas cosas, incluso el modelo completo de desarrollo del país, pero no han puesto más remeros en la nave que ha de encabezar todo saneamiento verdadero de las finanzas públicas. No han podido cobrar impuestos suficientes para pagar los presupuestos públicos.
México cobra impuestos por una cantidad equivalente a 15.6 por ciento del producto interno bruto (si quitamos Pemex, la cifra es de 10 por ciento). Los promedios de cobros de impuestos en países europeos van de 45 a 60 por ciento del producto interno bruto. Canadá recoge 47 por ciento. Estados Unidos 31 por ciento. Brasil 25 por ciento. Venezuela 18 por ciento. Colombia 13 por ciento.
Luego de quince años de reformas económicas, las finanzas públicas de México siguen respondiendo a la lógica del remero argentino.
Así nos va.