La Jornada Semanal, 28 de junio de 1998
Bellos astros de la Osa, no creía
Ni el alma me decía que mi edad moza
Viene el viento trayendo de la torre
¡Ay esperanzas, esperanzas, gayos
Ya en el primero juvenil tumulto
¿Quién remembrar os puede sin suspiros,
¡Oh Nerina! ¿Y de ti acaso no oigo
volver una vez más a
contemplaros
sobre el jardín paterno cintilantes,
y razonar con
vos por las ventanas
del mismo albergue do habité de niño,
y
miré fenecer mis alegrías.
¡Cuántas, antaño, imágenes y
fábulas
en mi mente creó vuestro semblante
y el de las luces que
con vos relumbran!
Cuando, sentado en verde orilla, tácito,
de
las noches solía pasar gran parte
mirando el cielo, y escuchando el
canto
de la rana remota en la campiña.
Y erraba la luciérnaga
entre setos
y en los arriates, susurrando al viento
los viales
olorosos, y en el bosque
los cipreses; y bajo el patrio
techo
sonaban voces, y las calmas obras
de los criados. ¡Qué
inmensos pensamientos,
qué dulces sueños me inspiró la vista
de
aquel lejano mar, y aquellos montes
azules, que diviso, y que
pensaba
cruzar un día, arcanos mundos, dicha
arcana figurando al
vivir mío!
Ignaro de mi hado; y cuántas veces
esta mi vida
dolorosa y nuda
gustoso por la muerte habría cambiado.
habría de consumar entera en
este
natal burgo salvaje, entre una gente
rústica, vil; a quien
extraños nomabres,
y aun tema para risa y para chanza
son
doctrina y saber; que me odia y huye
por envidia no ya, pues no me
tiene
por grande a mí, mas porque tal estima
que me repute yo,
si bien por fuera
a ninguno jamás no le doy seña.
Aquí los años
paso, abandonado,
oculto, sin amor, sin vida; y a fuerza
áspero
entre malévolos me vuelvo:
de piedad me despojo y de
virtudes;
desdeñoso me torno de los hombres,
por la grey que me
hostiga: en tanto vuela
el caro tiempo juvenil; más caro
que el
laurel y la fama, y que la pura
luz del día y el aliento: así te
pierdo
sin un deleite, inútilmente, en esta
estancia deshumana y
entre afanes,
oh del árida vida única flor.
del burgo el son de la
hora. Era consuelo
este son en mis noches, lo remembro,
cuando,
niño, en lo obscuro de mi alcoba
por asiduos terrores
vigilaba,
ansiando el alba. Aquí no existe cosa
que vea o
sienta, que una imagen dentro
no torne, y un dulce remembrar no
surja.
Dulce por sí; mas con dolor adviene
la noción del
presente, y un deseo vano
del pasado, aunque triste, y decir:
fui.
Este pórtico, vuelto a los extremos
rayos del día; estos
pintados muros,
la figurada grey, y el Sol que nace
en la yerma
campiña, a mis reposos
brindaron mil deleites cuando cerca
me
estaba, hablando, mi potente error,
siempre, y doquier. En esta
antigua sala,
al claror de la nieve, en torno a estas
amplias
ventanas sibilando el viento,
retumbaron mis juegos y mis
voces
festivas, en el tiempo en que el acerbo
misterio indigno
de las cosas, todo
dulzura se nos muestra; intacta, entera
como
inexperto amante el jovenzuelo
su engañosa existencia se
imagina,
y celeste beldad fingiendo admira.
engaños de mi edad primera!
siempre
hablando, torno a vos, que ni los años
ni mudanza de
afecto y pensamientos
olvidaros me harán. Lo sé, fantasmas
son
la gloria y el honor; deleites, bienes,
mero deseo; no da la vida
un fruto,
miseria inútil. Y si bien vacíos
son mis años, si bien
desierto, obscuro
es mi estado mortal, poco me quita
la fortuna,
bien veo. Ay, cuantas veces
os rememoro, oh antiguas
esperanzas,
y aquel tan caro imaginar primero;
después contemplo
mi vivir tan bajo
y tan doliente, y que es la muerte cuanto
de
tamaña esperanza ya me queda;
siento en mí una opresión, siento que
en algo
no sabré resignarme a mi destino.
Empero, cuando la
invocada muerte
esté a mi vera, y el fin haya llegado
desta mi
desventura; y me parezca
la tierra extraño valle, y de mi
vista
se aleje el porvenir; he de volveros
a evocar otra vez; y
aquella imagen
me hará brotar suspiros, me hará acerbo
haber
vivido en vano, y la dulzura
del día fatal templará con
afanes.
de contentos, de angustias y
deseo,
muerte pedí mil veces; largo tiempo
quedé sentado cabe la
fontana
pensando en terminar bajo esas aguas
mi dolor y
esperanzas. Luego, en riesgo,
por un mal ciego, de perder la
vida,
lloré la bella juventud, la flor
de mis míseros días, que
tan temprano
caía: y a menudo en horas tardas,
en mi cómplice
lecho, amargamente
a la flébil lucerna poetizando,
lamenté con
la noche y el silencio
el alma fugitiva, y a mí mismo
canté al
languidecer funéreo canto.
primer albor de juventud,
y días
inenarrables, lisonjeros, cuando
por vez primera al
mortal arrobado
sonríen las doncellas? todo en torno
pugna por
sonreír; envidia calla,
benigna o no despierta aún; y
casi
(¡inusitada maravilla!) el mundo
la diestra a socorrerlo
presta tiende,
y sus yerros excusa, y su venida
a la vida
festeja, y reverente
muestra que por señor lo acoge y
llama.
¡Fugaces días! se han desvanecido
como en un lampo. ¿Y
qué mortal ignaro
de desventura puede haber, si aquella
bella
estación se fue, si su buen tiempo,
si juventud, ay, juventud ha
muerto?
estos sitios hablar? ¿Habrás
caído
acaso de mi mente? ¿A dónde has ido
que aquí sólo de ti la
recordanza
hallo, dulzura mía? Ya no te mira
esta tierra natal:
esa ventana,
desde donde solías hablarme, y donde
luce de las
estrellas triste el rayo,
está desierta. ¿Dónde estás que no
oigo
tu voz sonar, así como otro tiempo,
cuando solía cada
lejano acento
del labio tuyo que escuchara, el rostro
demudarme?
Otro tiempo. Ya se fueron
tus días, mi dulce amor. Pasaste. A
otros
al pasar por la tierra hoy cabe en suerte,
y el habitar
estos fragantes montes.
Mas rápida pasaste; y como un sueño
fue
tu vida. Danzabas; en la frente
la dicha te lucía, lucía en tus
ojos
aquel confiado imaginar, la llama
de juventud, cuando
yaciste: el hado
los apagó. ¡Ay Nerina! En mis entrañas
reina
del antiguo amor. Si a alguna fiesta
o a reunión me dirijo, entre
mí pienso:
oh Nerina, a fiestas y reuniones
tú ya no vas, para
ellas no te adornas.
Si torna mayo, y músicas y ramos
van los
amantes dando a las muchachas,
digo: Nerina mía, por ti no
vuelve
primavera jamás, no vuelve amor.
Cada sereno día, cada
florida
playa que miro, o goce que disfruto,
digo: Nerina ya no
goza; el campoa
ni el aire mira. Ay, tú pasaste, eterno
suspiro
mío: pasaste: y compañera
será de mi soñar, y de mis
tiernos
sentimientos, de toda triste y cara
palpitación, la
remembranza acerba.