Bazar de asombros


Zacatecas, López
Velarde, asombros
y agresioncillas

Luis Mario Schneider, sabio y generoso, habló sobre el último día en la vida de Ramón López Velarde, sobre la agonía, la asfixia final, las manos mojadas por el llanto materno, el entierro, los discursos de despedida (emocionados, o hechos con la bisutería del lugar común); la enlutada tribuna del Congreso de la Unión, el insufrible convencionalismo de las notas necrológicas escritas por gacetilleros o por ``pereiras'' criollos agobiados por la rutina. Habló, además, de la herida estupefacción provocada por el destino que asesinó a una persona joven y en plena madurez creadora; de los silencios y de la consolidación de una obra que consagraba a su autor como el padre soltero de la moderna poesía mexicana.

Por su parte, este más asombrado que reflexivo bazarista habló sobre la vida y la obra de nuestro joven decano e intentó dar forma a una serie de teorías sobre una poética basada en la originalidad de las sensaciones y en la urgencia de hallar las palabras precisas para expresarlas sin que pierdan su ardor inicial, la iluminación que las trajo al espacio del poema y la sinceridad que prevalece gracias a la pericia y a la magia conjuntadas por el verdadero artificio retórico.

Ya empezaba la noche cuando la emprendimos rumbo al centro de la ``bizarra capital'' y a las acogedoras penumbras de ``El Paraíso''. Guiaban la caravana, el poeta, ``rockero'' surrealista y promotor cultural de estas regiones, José de Jesús Sampedro; el organista Luis Félix Serrano, director del Instituto Cultural, y el arquitecto Ortiz, corresponsal del Seminario de Cultura Mexicana y fiel protector del museo que alberga los sueños y las pesadillas de Goitia.

Antes de que llegaran los honrados tacos del ``itacate minero'', se unió al grupo el maestro Manuel Felguérez, quien inauguró recientemente el museo consagratorio de su obra. A punto de hincar el diente en el ``frugal refrigerio'' hecho de frijoles, huevos y fieras rodajas de serrano, el artista abstracto asestó al hambriento bazarista un par de agresiones molestas a fuer de poco ingeniosas. La réplica fue comedida, pues daba la impresión de que se trataba de sarcasmos aprendidos a medias en alguna reunión de cofradía cultural.

Al día siguiente, la hermosa parroquia, el bien cuidado Teatro Hinojosa y la casa familiar del poeta nos dijeron que habíamos regresado a Jerez. ``El cielo cruel'' sin asomo de nubes nos hizo añorar el ``trueno del temporal'', y cerramos los ojos para ver pasar a Sara, çgueda, María, Mireya, Fuensanta y las nuevas institutrices de los nuevos corazones. Todo fue novedoso... Jerez, Zacatecas, las palabras de nuestro padre soltero y sus nociones neorrománticas y anarquistas de una patria suave, inmediata, pacífica, razonable, parecida a la tierra que es cuna, vida y sepultura.


``Nasce l'uomo a fatica,
ed é rischio di morte
il nascimento''

El 29 de junio de 1798 nació en Recanati, pequeña ciudad de las Marcas Pontificias, Giacomo, hijo de los Condes de Leopardi. Hace unos años se celebró en Ancona un congreso leopardiano en el que se analizaron los grandes temas de su poesía y se revisaron los momentos esenciales de una vida interior que el mismo Leopardi llamó ``storia di un'anima''. Su obra es su vida y dedicó todo su tiempo a inventar las palabras necesarias para expresar una visión del mundo hecha con sueños, anhelos, búsquedas de momentos dorados, desilusiones, vejaciones, amores perseguidos y nunca alcanzados y, sobre todo, una veneración por las palabras, las ideas y los frutos más bellos y angustiosos de la inteligencia humana.

Dice Eliot que la poesía ayuda a la consolidación o la restauración de una lengua. La poesía de Leopardi es fundamental en la prodigiosa tarea de dar al italiano, en una época de invasiones y desuniones, una nueva fuerza expresiva, una riqueza obtenida por medio de las mezclas y las diversidades regionales.

Agradecemos a Mariapía Lamberti, José Luis Bernal, Marco Antonio Campos, Eduardo Lizalde y Guillermo Fernández que nos hayan acercado a la vida-obra del genial poeta italiano-universal. José Luis Bernal, en su luminosa traducción capaz de entregarnos los sigilosos resplandores de la penumbra, nos da las palabras finales de este aniversario: ``Aquí mira y contémplate, siglo soberbio y necio, tú que la senda otrora recorrida del renacido pensamiento antiguo abandonaste...''

HGV

CONFIGURACIONES


Hugo Hiriart

Consideraciones del arte de caminar

Para advertir que este no es un escrito del tipo cómo hacer lo obvio, ``Instrucciones para subir escaleras'', por ejemplo, basta añadir a ``arte de caminar'' las palabras ``en un escenario''. Porque arriba, en el escenario, todo es difícil y tiene su chiste, hasta caminar. ¿A qué velocidad? De eso hablábamos, del significado teatral de la velocidad de las acciones. Y decíamos que sabemos calcular muy bien y muy aprisa, instantáneamente, cuál es la velocidad apropiada de una acción, y, por lo tanto, captamos también muy aprisa y sin dificultad cualquier anomalía que se presente, cualquier velocidad llamativa.

Y no podemos decir que la velocidad apropiada y no llamativa de comer un hot dog, por ejemplo, es una para ti y otra para mí. Porque, digamos, se trata de un lenguaje, y de la misma manera que las palabras no significan una cosa para ti y otra para mí, tampoco la velocidad apropiada es una para mí y otra diferente para ti. Tenemos una especie de acuerdo sobre estas cosas.

A propósito, haz este ejercicio: come un hot dog de la manera más lenta posible. ¿Cuál es el límite? Sin hacer tiempo, se trata de una acción continua, sin pausas. Ahora, ¿qué significado tiene esa lentitud? La acción dramática vale la pena. Imagina la escena: una pareja de amantes está separándose. Durante el penoso diálogo, la mujer come con extrema lentitud un hot dog. En esta precisa situación, ¿qué significado tendría esa lentitud gastronómica? Es decir, la lentitud alimenticia de la mujer qué nos dice de la separación entre ellos que está teniendo lugar.

No son consideraciones ociosas: el teatro exige que te hagas gran observador y reflexionar en la enorme riqueza y diversidad de la vida diaria. Aprende a diseccionar las acciones, en especial las usuales y menos conspicuas. Porque acuérdate de lo que decía Chamfort: ``en los grandes asuntos, los hombres se muestran como les conviene, en los pequeños, tal como son en realidad''. Una manera de comer dice más que cien declaraciones vociferantes.

Entremos al ensayo, ya es hora. No importa la obra. Mejor observa esto: los actores están conversando antes de empezar el trabajo. Míralos. Mira qué actitudes maravillosamente expresivas asumen sus cuerpos, sus ojos y voces, cómo se desploman en las sillas o balancean sus cuerpos cuando están de pie, cómo mueven las manos y cómo ríen o hacia dónde miran cuando comentan esto y aquello, flojamente, sin tensión.

Ahora va a comenzar el ensayo. Los actores ocupan sus posiciones (escena sexta, segundo acto, por favor)... Pero ¿qué sucedió? La magia se ha ido, salió huyendo, qué horror de rigidez y total falta de gracia y expresividad estamos viendo. Los actores parecen momias de ellos mismos, esas manos como perros en los costados, es posición militar, en firmes (¿qué fue, Dios mío, del delicioso balanceo de los cuerpos?), esa risa atroz, burda como flor de plástico. Pero ¿qué sucedió? ¿Qué ángel exterminador

de la vivacidad pasó destruyendo por el escenario?

No nos apresuremos a condenarlos, no les formemos cuadro y pum, fuego, no. Lo que sucede es que los actores en el escenario están representando y representar es un arte, un arte difícil. Lo que es obvio y facilísimo en la vida de todos los días, es inmensamente arduo de representar. Es curioso, ¿verdad? ¿Por qué representar nos cuesta tanto trabajo? ¿Cuál es el punto exacto de la dificultad?

Demos una respuesta: está en el vacío, el vacío que se suscita al representar. El actor antes de empezar el ensayo está en un mundo lleno, es decir, sabe quién es, sabe qué siente y qué quiere, reacciona inmediatamente a toda clase de estímulos exteriores, etcétera. En el momento en que empieza a representar, todo eso desaparece instantáneamente y se genera el vacío, una especie de succión muy fuerte, paralizante, hasta el tiempo mismo parece frenarse y discurrir de otra manera (ya veremos cómo).

El talento del actor consiste, en primer lugar, en llenar ese vacío, en poblarlo con una identidad personal, uno o varios propósitos, en llenarlo con sus reacciones ante estímulos que están ahí.

¿Cómo se hace eso? ¿Cómo se llena el vacío? Se llena usando la imaginación teatral. Por eso la Enciclopedia Británica da una buena definición general cuando dice: ``actuación, arte de reaccionar ante estímulos imaginarios''. El mundo que puebla y llena el tablado de los actores es imaginario. Los buenos actores, directores, escenógrafos saturan con su imaginación el escenario y el vacío desaparece. Esta imaginación es peculiar y la llamamos, claro está, imaginación teatral.

(Continuará)


De la poesía

Víctor Manuel Mendiola

Manuel José Othón

La aparición de Obras Completas I (Fondo de Cultura Económica, México, 1997) de Manuel José Othón (San Luis Potosí, 1858-1906), en edición preparada por Joaquín Antonio Peñalosa, permite junto con las recientes publicaciones de Manuel Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón, una relectura de los poetas que Enrique González Martínez llamó ``el grupo excepcional''. Si la aproximación a José Juan Tablada, Ramón López Velarde y Alfonso Reyes es imprescindible para comprender los caminos que tomó la poesía mexicana en el siglo XX, el acercamiento a este ``grupo excepcional'' deja ver cómo nuestra lírica recuperó de golpe una altura que no había tenido desde Sor Juana Inés de la Cruz, a pesar de que hoy podemos ver con muchísimo más simpatía un poeta romántico como Ignacio Rodríguez Galván. La lectura de Nájera, Díaz Mirón y Othón nos da una idea de las posibilidades y las contradicciones de nuestra lírica, en sus mejores momentos desgarrada de un modo exagerado entre la experimentación y la sinceridad.

Obras Completas I nos ofrece una visión clara de la poesía de Manuel José Othón, que hasta hace poco era asequible en forma incompleta en las versiones de Poemas rústicos. El conjunto de la obra aparecía en fragmentos confusos alrededor de lo que el poeta potosino escribió antes y después del célebre y reverenciado volumen. Ahora, el cuerpo y la secuencia de los libros no deja lugar a dudas. Según Joaquín Antonio Peñalosa, el ordenamiento de toda la lírica de Othón plantea tres problemas: a) libros organizados; b) el caso de Poemas internos y; c) poesía no coleccionada. En lo que toca al primer punto, Peñalosa resuelve el problema, siguiendo el orden que el propio Othón siguió: es éste: Ensayos poéticos (1875), Poesías (1880), Nuevas poesías (1883) y Poemas rústicos (1902). En lo que hace al título Poemas internos, la cuestión queda resuelta, si pensamos que el libro nunca existió como tal y si tomamos en cuenta que estaba concebido como un reordenamiento de obras anteriores. Por último, en lo que se refiere a la ``poesía no coleccionada'', la dificultad desaparece si distribuimos las composiciones en poemas de antes y después de Poemas rústicos. De cualquier forma quedan algunos pocos textos sin una ubicación exacta.

¿Qué hallamos en esta poesía?

En el polo opuesto de ``la forma como una tortura interior del lenguaje'' -a la que aludiera Jorge Cuesta para caracterizar a Salvador Díaz Mirón-, encontramos la sólida limpidez, clásica pero también parnasiana por el efecto poético de una factura minuciosa e impecable, de Manuel José Othón. En él, la voluntad estética no tiene como fin crear una forma exclusiva, ni como objeto verbal ni como objeto puro de la conciencia poética. Sin embargo, sí produce una experiencia de lo suprasensible en lo sensible donde las cosas se comunican entre sí en claves y acordes. Con una exigencia de topógrafo, que levanta líneas imaginarias y establece alturas reales, Othón creó una poesía donde la realidad no se muestra en un ideal mitológico sino que se perfecciona en sí misma al aparecer, gracias al poema, en su singularidad de cosas inmediata e intocada. En el ``El himno de los bosques'' Othón dice: ``En este sosegado apartamiento,/lejos de cortesanas ambiciones,/libre curso dejando al pensamiento/quiero escuchar suspiros y canciones.'' En esa condición de retiro y libertad, una condición desnuda -condición típicamente clásica- la imagen desempeña el papel de un mito en germen -antes de la coreografía, del vestuario y del panteón. El perfeccionamiento del lenguaje, en Othón, se llama paisaje. Ver los paisajes de los Poemas rústicos significa participar de una separación y al mismo tiempo de una espontaneidad; no son los paisajes paralizados de una ventana en la comunidad del hogar o de la plaza. Ahí no existe una perspectiva de brinca y corre. Son paisajes porque tienen que ver con el mundo bronco del paisano, que Othón conocía de sus múltiples excursiones por las zonas agrestes, y con el matiz pagano inevitable que siempre hay en el culto, cristiano o no, a la naturaleza. El paisaje es el país y, sobre todo, el malpaís. En esta lírica, la imagen del poema no produce desviaciones imaginarias hacia lo exótico ni metafísicas o psíquicas hacia el yo profundo. Hay una ausencia de sensualidad cosmopolita y también de ecuaciones psicológicas. Sin embargo, sí hallamos un sentido de correspondencia o de analogía profunda que es en realidad lo que vuelve a Othón, a pesar de él mismo y sus improperios, uno de los mejores poetas de su época y del movimiento predominante de su época, el modernismo. La ideología de los poemas de Othón comprende al mundo como un sistema de señales y como un instrumento musical. No en balde, al final de la primera estrofa de ``El himno de los bosques'', Othón apuntó, entre admiraciones, al describir a la naturaleza: ``¡Del gigante salterio en cada nota/el salmo inmenso del amor palpita!'' Extraña mezcla de preciosismo y severidad.


TIEMPO FUERA

Fabrizio Mejía Madrid

La despedida

Los campesinos acudieron en ayuda del Señor cuando se dio la voz de alarma (las campanas de la iglesia repicaron con urgencia):

-Unos ladrones han entrado a la Casa Grande y están sacando las cosas del Señor al jardín.

Pero, cuando los campesinos llegaron, el Señor estaba sentado en una silla desvencijada, muy calmado, mientras unos hombres extraños saqueaban su casa, vaciándola, como se vacía la sangre de un cerdo después de matarlo. Alguien gritó:

-¿Qué le están haciendo a mi Señor?

-No interfiera, tenemos una orden para catear la casa y aprehender a este hombre.

-Pero ¿por qué?

La pregunta se quedó sin respuesta: el Señor levantó una mano en un gesto de pacificación:

-No obstaculicen el trabajo de la justicia -dijo el Señor con esa voz cavernosa que tienen los tipos que nunca hablan de más-, el problema no es con ustedes, es conmigo.

Quizá para proteger una memoria compartida, los campesinos, en especial las mujeres, se arremolinaron en torno a las cosas de la Casa Grande que se iban acumulando en el jardín: un fonógrafo oxidado que el Señor prestaba, con mucha generosidad, para las fiestas del pueblo, y que era llevado a los bailes, aunque no funcionara; la Remington de los cincuenta donde varias adolescentes pudieron aprender a escribir para hacerse, más tarde, escribanas de cartas de amor ajenas, dictadas con los ojos cerrados por las mujeres que tenían a sus hombres trabajando en la ciudad; trajes apolillados que el Señor acostumbraba usar en los bautizos y matrimonios en los que su padrinazgo era muy solicitado, aunque nunca tuviera dinero qué aportar; sus botas de montar y su fuete, hace mucho olvidados en un baúl, tras la muerte del único caballo del Señor; dos pistolas Luger sin resorte que alguna vez sirvieron para atemorizar a unos bandoleros que llegaron al pueblo en busca de mujeres; y algunos recuerdos de la Señora, percudidos guantes largos, sombreros empolvados, y un par de zapatos de tacón desgastadísimos, todos, objetos que la Señora traía en la maleta el día que quiso escapar de la Casa Grande y murió en la crecida del río en medio de una tormenta tropical.

Y empezó a llover. Los objetos que la Casa Grande guardaba eran conocidos por todos y contenían una memoria que, como todas las memorias, era feliz y amarga a la vez, y había empezado cuando el Señor llegó hasta ese pueblo perdido en la selva para levantar su casa. Desde el principio ofreció comida a cambio de trabajo y así comenzó la costumbre de pedir favores en la Casa Grande, de acudir al Señor o a la Señora, si se necesitaba comida recalentada, ropa usada, o un consejo. Fue la parte feliz. La amarga se desató con la muerte de la Señora: nadie creía que pudiera haberse ahogado, huyendo de su marido, un hombre de pocas palabras aunque de buenas intenciones, que no bebía alcohol, que no la maltrataba, que era el dueño de la Casa Grande, y que, por todo lo que los pobladores sabían, la amaba. Por su parte, con la muerte de su esposa, el Señor cayó en una profunda melancolía que lo tuvo inmóvil durante dos años. En ese lapso, sus pocas reses murieron o se escaparon a otros montes, su caballo fue atacado por perros y hubo que sacrificarlo, la parte posterior de la casa se vino abajo por el peso de las lluvias y el nulo mantenimiento y, al final, en la pobreza y con la casa tomada por las ratas, el señor era humillado en público, sacadas sus cosas amarillentas, mohosas, a la tormenta, interrogado por unos hombres extraños.

Había muchas memorias ese día bajo la lluvia: una mujer, a quien su marido golpeaba como si fuera un tambor, dejó de padecer esas violencias por una intervención del Señor; una generación de muchachas aprendió a leer y escribir gracias a la instrucción que les dio la Señora; o, simplemente, muchos de los más viejos del pueblo vieron, por primera vez, una película el día que el Señor sacó un proyector y, sobre una sábana, se vieron desfilar miles de soldados a caballo.

Pero lo que los hacía dudar era la estoicidad del Señor quien, indefenso, escuchaba cada objeto suyo caer sobre el lodo. Una mujer notó que unas cartas, atadas con un listón azul, se mojaban, y dio un paso al frente para tomarlas. Su intención era protegerlas debajo de su blusa, pero uno de los hombres se lo impidió, interponiéndose. Un rumor recorrió la audiencia y, para calmar los ánimos, otro de los perseguidores aseguró:

-Este hombre es un criminal. No merece su compasión. En el país del que él viene, está acusado de haber asesinado a dos mil mujeres y niños que se negaron a darle sus tierras al gobierno comunista. Y él ordenó al ejército avanzar sobre los civiles.

-No lo creo -dijo una mujer vieja.

-No diría lo mismo si su hijo fuera una de las víctimas de este hombre.

-¿Reconoce esto como suyo? -preguntó uno de los hombres al Señor, poniéndole una medalla frente a los ojos.

La gente volvió a escandalizarse.

-Es ciego -aclaró el hombre que parecía dirigir el cateo-, perdió la vista luchando contra los nazis.

Y no se dijo nada más. Cuando se llevaron al Señor, la gente prefirió guardar silencio. De nada habría servido sacar los pañuelos en medio de toda esa lluvia.


Naief Yehya

La librería electrónica y el último libro

El ciberrío literario

Para un fanático de los libros nada se compara con el placer de perderse entre los laberínticos pasillos de una librería en busca de algún título especial o uno inesperado. Hoy se predice la inminente desaparición de estos espacios cuasi místicos, se asegura que sus clientes se irán extinguiendo y que las nuevas generaciones perderán el interés en la lectura por culpa de la variada oferta de medios electrónicos. Paradójicamente, como hemos comentado en este espacio, el boom de la cultura virtual y de Internet ha impulsado a ciertos sectores de la industria editorial (mensualmente se imprimen y reimprimen miles de libros sobre computación, cibernética y comunicaciones), ha engendrado nuevas formas de lectura (interactiva, chat), ha abaratado el acceso a ciertas obras, y ha generado canales versátiles para comprar libros. Hoy para cualquier usuario de la red cibernética la palabra Amazon ya no se refiere a un río brasileño, sino a una vasta y eficiente librería en línea (http://www.amazon.com) creada hace poco más de cuatro años por Jeff Bezos, en un garaje en Seattle. Amazon tiene un catálogo de más de 2.5 millones de libros, ofrece buenos descuentos, y puede enviar a cualquier parte del mundo. No obstante, esta empresa aún no ha generado ganancias importantes a pesar de su inmensa popularidad y de que ha sido intensamente imitada, tanto por amantes de los libros (http://www.bookfind.com), como por corporaciones de la talla de la omnipresente cadena de librerías estadunidenses Barnes & Noble (http://www.Barnesandnoble.com).

El libro de todos los libros

Internet ha dado lugar a las librerías más grandes y mejor surtidas de la historia, pero al mismo tiempo la tecnología misma del libro está siendo objeto de un serio replanteamiento. El libro con páginas impresas es un artefacto portátil y resistente, un sistema de comunicación de alta resolución y bajo consumo de energía que cuenta con cientos de ``pantallas'' delgadas y flexibles, las cuales pueden contener millones de bytes de información. No obstante, hay quienes creen que esta reliquia de pulpa de madera y pigmentos puede ser mejorada por medio de la tecnología electrónica. Entre los proyectos del célebre Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts, destaca el proyecto del último libro, desarrollado en la sección de micromedia, dirigida por Joseph Jacobson (http.222.media.mit.edu/mm./), el que está hecho de papel y tinta electrónicos. Esta tinta está hecha de esferas, con un hemisferio blanco y el otro negro, de alrededor de 40 micras de diámetro (cerca de la mitad del ancho de una hoja de papel). Estas esferas se inyectan al interior de un papel cuadriculado de manera invisible por miles de finísimos cables. La electricidad que circule por esos cables cargará las esferas de manera que giren y se ``pongan'' blancas o negras para verse como papel impreso tradicional. En la portada del libro o su lomo habrá controles que permitan seleccionar el libro deseado de entre una lista de obras almacenadas en la memoria. Jacobson y Hidekazu Yoshizawa aseguran que pronto se podrán instalar bibliotecas completas en cada libro. También se podrán ensamblar libros especiales para cada lector, las ilustraciones podrán tener animación y se podrán recibir transmisiones en forma de un periódico instantáneo. Pero aparte de esas innovaciones, el libro electrónico (o e-libro) podrá ser subrayado, se le podrán hacer anotaciones en los márgenes y se dejará leer en el baño. Supuestamente, un prototipo de pocas páginas del e-libro estará listo en dos o tres años (aunque desde hace dos años se pronosticaba que estaría listo para 1998). Se estima que cada página reimprimible podría costar entre 2 y 4 dólares.

Nuevos libros, nuevos ritos

Aunque el e-libro sería un vehículo poderoso para acercarnos a la lectura, su posible aparición y popularización plantea una seria transformación de la industria y la distribución de la literatura. Las bibliotecas y librerías irían perdiendo sentido. Los libros usados, los libros-objeto, los libreros, las colecciones, las presentaciones de libros y muchos otros fenómenos y rituales paraliterarios tenderían a desaparecer. Jacobson propone que los libros en el dominio público podrán ser cargados gratis (por teléfono, señal de radio o Internet) mientras, para el resto, se establecería un sistema para cobrar regalías a cada lector. Quizás en vez de comprar libros tan sólo adquiriríamos los derechos para leerlos. La principal inquietud que provoca ese prodigio es su potencial para controlar, supervisar e incluso censurar lo que leerá la gente. No hay que ser demasiado paranoico para imaginar que alguien, con fines mercantiles o policiacos, lleve un registro de lecturas de cada individuo o familia, de manera que la gente sea clasificada de acuerdo con sus gustos e intereses en nichos de consumo, preferencias sexuales e ideología.

Durante siglos la inscripción de la tinta en el papel nos ha creado la ilusión de permanencia; las palabras digitales no pueden darnos esa seguridad y estabilidad. El desarrollo es inevitable; pero es indispensable considerar si es pertinente confiar la responsabilidad de preservar la totalidad de la cultura a chips, discos y cintas magnéticas que se tornan obsoletos en cuestión de meses.



Naief Yehya

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