La Jornada Semanal, 28 de junio de 1998



Carlos Chimal

crónica

Cáscaras del Mundial

Carlos Chimal, nuestro sui generis corresponsal en Francia 98, arriba a Toulouse, capital de la región de Occitania, para redescubrir la segunda ley de Newton: a toda acción corresponde una sopa de su propio chocolate: hooligans, skinheads, mafiosos, extremistas y sus respectivos enervantes.

Sopa inglesa

Italia, Camerún, Inglaterra y Rumania nos llevaron esta vez a las tierras de Occitania, formada por la antigua Aquitania, Limousin, Languedoc y el sur de los alpes franceses. Muchos de sus habitantes aún hablan el occitano, la voz de los trovadores medievales y seminal para las lenguas romances. Al descender en la ciudad, aparece la sensación de que las diferencias regionales prevalecen sobre los favoritismos nacionalistas y la histeria de masas. Pero esto es sólo una impresión que produce el fuerte viento que lo azota a uno al cruzar el río Garona sobre el puente nuevo (como siempre, el más viejo). Es tan sutil y, a la vez, tan real como la diferencia entre la variante que se hablaba en esta región, la lengua ``d'oc'' (hoc es sí en latín) y la lengua ``d'o•l'', derivado de hoc ille, que se habla en el norte.

En Toulouse se ha demostrado, como dice la segunda ley de Newton, que a toda acción le corresponde una sopa de su propio chocolate. Algunos equipos basan su juego en la rareza de sus gemas, otros en la durabilidad de sus cabujones, otros más en el colorido de sus piedras preciosas. Hay, desde luego, los amantes de las estructuras, que siempre son de cristal, porque el sentido básico de un juego simple reside en el desdoblamiento de sus líneas. Pero cuando la acción concertada de una banda de maniáticos, armados de celulares y cachiporras, se apodera del ovoide, el juego se suspende. Un juego monoteísta como el futbol y otras empresas, cuyo único y verdadero dios es el balón, tiene también que aceptar la buena fe del árbitro (como en Austria-Alemania, cuando quedó eliminada Argelia de España 82 y, ahora, Marruecos por un penal inexistente en contra de Brasil) y las condiciones de la cancha: niveles de ozono troposférico, bióxido de carbono, etcétera.

Entre la fanaticada hay un muchacho de Sabinas, Coahuila, que ha venido a Francia 98 a conocer la Virgen negra de La Daurade y por un listoncito para su novia embarazada. Cuando vivió en Torreón, actuó de recogebolas en el estadio local. Se queja de que los muchachos recogebolas en todos los estadios están soltando balones como ladrillos en un Tetris, y casi siempre hay dos esféricos en la cancha. Un periodista de la cadena Fox reza porque los patrones, tanto el viejo Agnelli como el joven Gates, tengan piedad de los ciudadanos simples, incluidos los gatos, y dejen correr el balón.

Si no, consideremos lo siguiente. Hoy en día el agua útil en el rave llamado Tierra no pasa del 1%. En Montpellier, la ciudad donde Rabelais, un verdadero gigante, terminó de aprender medicina, no sólo hay ginecólogos gentiles, bellas mujeres y hombres apuestos, muchos estudiantes esperanzados e inmigrantes activos y ocupados en un ``negocito''. También hay abogados en derechos sobre el agua. Entre las empresas más prósperas de Francia se encuentran las dueñas de las franquicias por almacenar y embotellar agua potable ``de gran calidad''. Al mismo tiempo, el mundo está inundado de petróleo y nuevas tecnologías atomizan el juego.

Y a propósito del juego en Montpellier, ciudad donde Roger Milla trabaja con el equipo local, resultó ser un gris-gris nefasto para los camerunenses. La gente, víctima de la canícula, se preguntaba en las avenidas blancas si las lagartijas que deambulaban con la tricolor republicana no serían la reencarnación del bonapartismo que conquistó Roma (y viceversa) y que tanta chamba le dio a los arcabuceros en Oriente como en la América independentista. Días después, fue exasperante ver en Toulouse la flema británica frente al arco rumano, dejando ir no sólo el empate sino el triunfo, con tal de demostrar ``que ahí no estaba pasando nada'', que los rumanos los estaban controlando y que los chicos malos del bosque de Boloña, cerca del Parque de los Príncipes, y los muchachos de Lincoln, así como los rapados neonazis alemanes, sólo son una alucinación que a veces destroza cabezas.

No en balde las señoras decentes de París reparten dulces en la entrada del metro y un papelito, llamando a una cruzada nacional por la familia, con todo lo que ésta ha cambiado y que ni el mismo Wojtyla puede remediar. ¿Por qué delinque el joven de la Europa próspera, si ya puede comprar écus, su pasaporte al siglo venidero? ``Porque estoy hasta los cojones de que mi padre se meta prótesis en todo el cuerpo'', dice un frustrado quinceañero, seguidor de la escuadra española, bofa y lenta como los autómatas de la inauguración, ``lleva tres y va por la cuarta, ahora una nueva rodilla. Es un infame, no va a dejar ni mil pelas''. ``Mis padres tienen 40 años, bueno, mi madre es más joven, tiene 37'', dice un muchacho moreno, de barba cerrada, que nació en Toulouse, de unos 19 o 20 años. Vive en Le Mirail, que, curiosamente, en occitano quiere decir el espejismo. Sigue el muchacho: ``Ellos me piden que trabaje pero yo les digo: `¿qué me reclamas, si tú nunca has trabajado?' Siempre han vivido del paro. Yo, en cambio, puedo hacer el triple de lo que ellos hacen al mes vendiendo jachís, éxtasis y coca. Tú dices que no es lo mismo y que estoy arriesgando el pellejo, y yo te digo: vete a la mierda.''

Ahora, esta nueva generación perdida está usando a sus hermanos menores para distribuir las drogas al minorista y en las calles, directamente al consumidor, pues saben que las penas judiciales serán menores y ellos se arriesgan menos. En Toulouse, donde se encuentra la U. Paul Sabatier, se hace muy buena investigación en química, además de la electrónica avanzada y telecomunicaciones, y se sabe que podría eliminarse la producción de dos drogas verdaderamente nocivas, como la cocaína y la heroína, si se controlaran con rigor los materiales necesarios para su manufactura. Por ejemplo, la coca requiere de un solvente (metil etil ketona o, de perdida, éter dietílico) y un agente oxidante, el permanganato de potasio, para convertirlo en polvo. Es cuestión de querer y no de bobas campañas publicitarias, que están bien para darle chamba a la prole pero no para resolver el asunto.

Si el clima era ya tenso en Toulouse (porque el alcalde de la ciudad decidió suspender el festival de música, aguando la fiesta a los tolosanos, que se enorgullecen de ser una ciudad importante de Francia, y de sus raíces cátaras) más lo fue cuando se supo la noticia de los sucesos en Lens y cercanías. La policía sitió la ciudad rosa y estrechó la vigilancia sobre los grupos vándalos de algunos barrios, que pudieran ser usados por mafiosos y extremistas, así como sobre los grupos disidentes y anarquistas, y, sobre todo, sobre los ingleses. El día del partido con Rumania me subí al metro y me senté cerca de una pareja, a todas luces britons no sólo por su facha sino porque el muchacho traía un buen moretón en un ojo. Un holandés con la camiseta del Ajax se dirigió a ellos para instruirlos en la mejor manera de llegar al estadio, y éstos se le quedaron viendo, como diciéndole: ``no me hagas hablar, imbécil''. Impasibles, se miraron el uno al otro, se sonrieron como diciendo: ``En todo caso, ¿quién le pidió sus consejos?'' La chica, que era estrábica y había turbado al espontáneo con sus ojos de loca, dijo en voz alta: ``Bueno, antes teníamos que ir al hotel.'' Los comerciantes se limitaron a bajar las cortinas a las once de la noche. En un café de Saint Cyprian, barrio cercano al estadio, un abonado a las apuestas de caballos confunde a los alemanes con los ingleses, para él son iguales. Y los escoceses también. Con cada uno tiene su historia. Además, aquí lo que se juega es rugby y de Toulouse es el equipo campeón.

Puede verse en la comida la diferencia de temperamentos y nada más, lo otro es morralla racista. La salsa criolla de la Martinica y el sofrito guadalupeño están presentes en la cocina francesa. El escozor de la guindilla antillana ha penetrado la carne y, en su momento, el curry de cabrito jamaiquino dio un vuelco a la cocina del país.

Grimod de la Reynire, hijo de un banquero de París, gastrónomo apasionado y escritor, llegó un día a una posada donde, por coincidencia, su padre también había decidido pasar la noche. Hambriento, el padre pidió de comer. El ventero le dijo que no tenía nada. Grimod padre se escandalizó. Siete enormes pavos giraban en el asador. ``Son para un cliente que llegó antes'', se excusó el ventero. ``¿Quién es ese Gargantúa? Quiero conocerlo.'' El banquero subió las escaleras, llamó a una puerta y gritó: ``¡Hijo!, ¿eres tú el ogro?, ¿el de los pavos?'' ``Sí, papá.'' ``Pero ¿los siete?'' ``¡Ah!, sólo pensaba comerme los traseritos. Lo demás no vale nada.''

Hay quienes piensan que un inglés no entendería nada de esto. Sin embargo, creen a fe ciega que un inglés sí distinguiría la voz del fantasma de la ópera desde Dover estando él parado en el parque de San Jaime, en Londres, y todo gracias a su fino oído para la música y para la literatura. Puros clisés. A diferencia de los fascistas y mafiosos armados, los ingleses lo único que quieren es hacer un buen relato de su estancia en Francia 98; aunque algunas veces se les pasen las cucharadas, siempre te ofrecerán la mano al final de la contienda. ``Los ingleses'', ``los alemanes''... basura nacionalista para darnos atole con el dedo.

Además, los ingleses no sólo inventaron el futbol, también desarrollaron buena parte de la química-física sin la cual el mundo de las piedras preciosas sería espectacular y brillante pero aburrido. Antes se podían distinguir colores, texturas, calor o frío, animales y plantas dentro de los cristales, y las piedras se cortaban de una forma. Hoy, los mortales que no somos el viejo Agnelli ni Bill Gates, podemos gozar de las piedras sintéticas, rubíes magníficos como los soñó el creador de estas fantasías, Auguste Verneuil, y podemos admirar las entrañas de las joyas naturales por 50 francos en un museo de ciencias. Tampoco se cortan las gemas hoy igual que en la antigüedad. Los lapidarios han aprendido a reconocer la diversificación evolutiva en las gemas y actualmente las labran y las pulen como si fueran mujeres iraníes jugando futbol: es su camino a la liberación.