La Jornada Semanal, 28 de junio de 1998



José Luis Bernal

ensayo

La llama que aún arde en los Cantos

Dice José Luis Bernal que es posible hablar de ``un Leopardi idílico, de otro moralista y satírico, de otro patriótico y, además, de un poeta que ha cantado, como ningún otro romántico, la ruina moral de la moderna burguesía y la eterna miseria de la condición humana''. Hoy, cuando Italia y el mundo recuerdan al poeta de Recanati, Bernal analiza las honduras metafísicas de los Cantos y nos presenta al poeta como ``un eterno enamorado del amor''.

Giacomo Leopardi es un poeta poco clasificable. Tanto se aparta de los cartabones de una crítica fácil, que estamos en el segundo centenario de su natalicio y los especialistas, italianos como de otros países, continúan hallando en su personalidad y obra una fuente inagotable para el estudio, el análisis y la reflexión. Así, puede hablarse de un Leopardi idílico, de otro moralista y satírico, de otro patriótico, y, además, de un poeta que ha cantado, como ningún otro romántico, la ruina moral de la moderna burguesía y la eterna miseria de nuestra condición humana. Por otro lado, ninguna de estas venas se excluye entre sí, sino que más bien forman una unidad de mensaje cuyos componentes van apareciendo, casi siempre mezclados, produciendo en el lector una tensión anímica que puede ser o exaltación patriótica, o una gran melancolía en relación con el tema de la muerte, o dolidas reflexiones sobre la historia y la vanagloria de nuestra especie, o, lo que me interesa resaltar en estas páginas: un deleite consolador y catártico al contacto con las flamas de Amor.

Bien merece nuestro Giacomo ser conocido por sus públicos como el fiel de amor que fue mientras estuvo con nosotros. Prueba de ello son las varias manifestaciones que el dios terrible, pero pródigo con quienes tienen profunda el alma, dejó en los versos del recanatense. Aquí presentaré unas cuantas de las que pueden espigarse en los Cantos. Me valgo de mi traducción publicada en Granada por Ediciones La Veleta.

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El amor es antes un desgarramiento que puede conducir a las almas sensibles y heroicas al suicidio. Esto sucede en òltimo canto de Safo, sin duda una de las piezas en que el poeta se muestra más conocedor de la materia amorosa, pues en su personaje palpita y sangra su propia intimidad.

De las dos leyendas que llegaron al siglo XIX sobre la célebre poetisa, la una afirmaba que había sido muy bella; la otra, en cambio, que fue un alma delicada y amorosa cautiva en una fea humanidad. Leopardi, que además de lucir una doble joroba tenía una salud pésima, adoptó la segunda, reconociéndose a sí mismo en aquella legendaria humanidad defectuosa. Y en el marco fragante y sensual de una naturaleza que sólo la acogía de niña, cuando no se había enamorado de Faetón, ella decide suicidarse, ya que por destino, por moira, el amor está negado a los no hermosos, y jamás será comprendido por quienes son sólo bellos pero insensibles.

Al final de su breve vida, cuando incluso el ``cándido arroyo'' evita su ``lúbrico pie'', cuando se percata de que ``arcano es todo, salvo nuestro dolor''; y de que ``prole olvidada nacimos para el llanto'' y de que sólo ``la amena apariencia'' y no ``los viriles hechos o el docto canto'' pueden triunfar en el mundo, así apostrofa a aquel a quien tanto ama:

Y es tan rica la expresión leopardiana que, por ejemplo, en estos versos que constituyen una honda queja de amor, encontramos también, al mismo tiempo que el sentimiento herido e insatisfecho, aunque no rencoroso,Êla afirmación filosófica y la concepción (¿realista o pesimista?, decídelo tú, lector) de la eterna infelicidad de los mortales. Todo ello obtenido mediante el deslizamiento, al final de la cláusula, de un periodo hipotético delicadamente irónico, pues da por hecho que el ser humano jamás logrará ser feliz. Contribuye a formular esta afirmación apremiante y desconsoladora el empleo del verbo en pretérito ``pudo'', que da por ya concluida toda la historia de nuestra especie. Pareciera que dicho periodo condicional fuera pronunciado, o emitido, como un fallo inapelable, por Júpiter, o por el mismísimo Destino.

Otras notas presenta el amor ya desde este canto. En especial, se le caracteriza como ``un fuego inaplacado''. El participio pasado, en efecto, agrega al sustantivo fuego la noción del amor que nunca se extinguió por sí mismo, pudiendo sólo encontrar descanso con la muerte de Safo, cuando ``dejado el velo indigno'', es decir, abandonada la fea materia que la había albergado, ``desnuda el alma'' huye a su última morada en el Averno.

El amor como imperio de sensaciones y de reacciones anímicas y también físicas, dolorosísimas todas, aunque dulces y contradictorias, constituye la principal materia de El primer amor, inspirado por una prima lejana del entonces muy joven conde. Además, otro elemento típico de su poética, la remembranza, anima este canto. El joven de dieciocho años rememora el día que sintió por primera vez ``la batalla de amor'', y aquí se evidencia otro rasgo del erotismo que lo abrumaba, o sea: el amor como guerra y como destrucción.

Entre las numerosas sensaciones y sentimientos que aquel enamoramiento juvenil le provocó, menciona el espanto, la angustia, y un sentimiento de desagrado que se mezcla con el goce natural de la sangre que se agolpa en las sienes ante los embates del dios. También fluyen en este canto una inquietud infeliz y miserable, fuertes palpitaciones, tristeza y desasosiego, fiebres, delirios e insomnios. Hay safismo en los dos primeros versos de este fragmento en que, por otro lado, la asimilación de lo clásico es total, y se resuelve en una imagen paisajística que nada tiene ya de retórico y sí en cambio es una música, un abandono:

Nuevas angustias, esperas y silencios, constituyen el quid amoroso complementario. En especial la espera se vuelve un tormento abominable. El día despunta y encuentra al amante adolescente ``tímido, y quieto, e inexperto'', procurando escuchar la voz de la que, al partir, lo dejará deshecho. El poeta economiza sus medios expresivos: es sólo escuchando la voz de ella como él se entera de que se marcha. ƒl suspira ``oprimiéndose el corazón''. Y así expresa su sentimiento de derrota:

La conclusión de este canto alcanza, como ocurre a menudo en Leopardi, honduras metafísicas. ƒl afirma, y al leer se nos quiebra la voz, que una vez que se ha ido la amada, pasada la vergüenza del habernos enamorado, queda aún lo peor: la gran frustración: ``el pesar de no haber gozado todo/y plenamente, que nos huella el alma''.

Otros momentos de los Cantos hablan también, con la sapiencia de quien no se refiere a estas materias sólo de oídas, del sentimiento amoroso y sus tormentas. El espacio de que dispongo me obliga a abreviar lo más posible. Pero aún puedo mencionar cómo, en El pájaro solitario, Leopardi parangona su soledad con la del ave, pues viviendo solitario, ``casi ermitaño'', no se ocupa del amor, al que define como ``de juventud hermano'' y ``suspiro acerbo de provectos días'', frases con las que vuelve a subrayar dos de los motivos que le son más caros: el de que juventud y amor van siempre juntos, lo cual implica una vez más que él, aunque sea joven brillante y sensitivo jamás podrá ser amado, pues es también feo y deforme, y el motivo de la recordanza, o sea el amor como pura evocación acerba y dolorosa, en los horrendos días de la vejez, de la que lo libraron los dioses y el cólera que recorría Italia en 1837.

El amor como dulcísimo reproche es la materia de los primeros versos de ``La noche del día de fiesta''. Son estos algunos de los versos más famosos que escribió:

Muy de acuerdo con la poética romántica, en otros Cantos el amor y la muerte son considerados como verdaderos bienes dados al hombre. En Consalvo, el protagonista es un moribundo a cuyo lecho viene a consolarlo Elvira, a la que siempre amó en silencio. ƒl le pide un beso como última gracia, ella accede a besarlo, apiadada, más que enamorada. Está contento. La vida se le va cuando aún es joven y por fin ha vivido la experiencia de ser besado. Pocos instantes después muere y ``al caer la tarde/su primer día feliz desvanecióse''. En Amor y muerte Leopardi ensalza estas realidades tan vinculadas en su obra afirmando que ``otras cosas tan bellas/en el mundo no hay ni en las estrellas''.

Por otro lado, el amor como idea platónica es una característica harto leopardiana. Por lo que, más que un poeta enamorado de mujeres reales, lo podemos considerar un eterno enamorado del amor. Así se muestra en uno de los más perfectos cantos, el titulado A su dueña. ¿Quién es ella? Es un ideal. Si alguien la amara aquí en la tierra, ``entre tanto dolor/cuanto a la humana edad prefijó el hado'', esta vida le sería dichosa, y por el amor de ella él volvería a perseguir nuevamente ``loa y virtud''. La contraposición entre el plano de las formas, al que aún pertenece el poeta, y el plano ideal al que ella pertenece, nunca deja, sin embargo, en el lector, ningún desconsuelo. En este canto se percibe el perfecto equilibrio anímico de quien puede esperar en paz la muerte para que el alma se libere.

Diferente es la situación en Aspasia. De los poemas de Leopardi en que el amor es un motivo, éste es uno en que la vivencia se ha comprobado. Se sabe además que la mujer que se lo inspiró era ligera de cascos. La historia es simple. Estuvo enamorado durante dos años porque, en cierta ocasión, ella se le insinuó, mostrándole, más de lo que aconsejaba el recato, los pechos con los que amamantaba a sus pequeños. Si en otros versos apenas puede hablarse de resentimiento y de reproche, ahora el seráfico Leopardi truena en imágenes y conceptos misóginos que el espacio de que dispongo me impide citar. Sólo quisiera mencionar que, entre otras cosas, el poeta reconoce que él se equivocó, al trocar por la mujer el ideal platónico que siempre había buscado. Hay desdén, y un forzado sentimiento de alivio al librarse de ese sentimiento claramente sadomasoquista. He aquí las últimas frases del canto:

Como se ve, la inspiración amorosa de Leopardi bien merece la lectura atenta, y con el intelecto y el alma bien abiertos, de los Cantos. Sobre todo en una época que tanto adolece de lo que es evidente que sí abunda en ellos: la sinceridad de los afectos y la emoción nunca expresada en versos endebles. Tanto la vida anímica como el conocimiento literario de los lectores modernos resultarán grandemente enriquecidos con la lectura y con un mejor conocimiento del fiel de amor que, vivo aún en el plano de las Ideas, y desde el Infinito, seguramente sigue compadeciéndonos y lamentando que en el mundo sólo triunfen las apariencias.