El presidente Ernesto Zedillo niega que estemos o que podemos caer en crisis. Lo hace con celo teológico, como quien combate una herejía. La crisis sexenal es una calamidad económica producida por falta de confianza y espíritu voraz. Es inherente a como funciona la presidencia imperial y subsistirá al menos mientras ésta perdure. Mientras el Presidente de la República pueda ordenar un ``rescate'' bancario que cueste a la nación 67 mil millones de dólares sin consulta sino a su propia conciencia, las crisis sexenales continuarán. El fenómeno se produce primero en la mente de la gente y después en la realidad económica. Entre la designación del candidato presidencial oficial y su consolidación hay un periodo de debilitamiento del gran poder autoritario. No está claro quién manda y con qué alcance. Entonces la gente que concentra el poder económico en este país empieza a tomar decisiones negativas; a veces se limita a no invertir y a no crecer. Pero en la mayoría de los casos especula: fuga sus capitales. Las tensiones crecen entre el equipo que se va y el que llega. Y también crece la corrupción (otro fruto de la hegemonía). El pueblo ha designado al año fatídico como de hidalgo: ``maldito sea quien deje algo''. El gobierno provoca una recesión técnica que después se le desboca. Tampoco tiene medios para atajar el ataque contra el peso. Los especuladores hacen fortuna sin riesgos y sin castigos. Los productores auténticos, endeudados en dólares, quiebran o tienen pérdidas graves. El Estado pierde recursos vitales, aumenta el endeudamiento externo y debilita la autonomía.
Ha habido hasta hoy seis crisis de final de sexenio. Parece que viene otra. A dos años de las elecciones presidenciales el régimen prefigura su crisis final. Quizás sea más grave que las anteriores. Será difícil escapar de ella. El Presidente logró, como sus cinco antecesores, un apogeo hacia la mitad del sexenio. En 1997 concretó una modesta, pero significativa, recuperación económica y con la liberalización logró gobernabilidad y popularidad, pero también, como sus cinco antecesores, no se atrevió a ir a fondo y en su caso a concluir la transición. Perdió un tiempo preciso y se expuso a fuerzas que no puede controlar. Su credibilidad empieza a menguar y, salvo un vuelco inesperado, no se recuperará.
No podrá hacer crecer la economía en el índice requerido. Ni tiene poder para impedir la baja de los precios del petróleo, la caída del peso, el impacto de las crisis asiáticas, las fluctuaciones bursátiles. Tendrá que reducir el gasto social y no podrá atender a demandas de millones pobres. Pagará el costo político. Es improbable que exija cuentas a Salinas y a los responsables de la crisis del 94. Casi todos ellos lo acompañan hoy en el poder.
El Presidente y su equipo van a perder prestigio. A partir de septiembre se va a revisar el Fobaproa y se va a transparentar cómo se intentó rescatar la banca y sus deudores en forma imprudente e ilegal. Los opositores y el mismo PRI van a hacer patentes las corrupciones y abusos y los responsables y beneficiarlos con nombres y apellidos. Es muy difícil que el pueblo no repudie la doctrina todavía hoy en operación que llamamos neoliberal. Nos vamos a dar cuenta cómo la mano invisible fue la del ogro filantrópico estatal interviniendo para ayudar y salvar a los amigos y aliados y no para defender el interés público.
Como si fuera poco, aparecen brotes de violencia. ¿Se multiplicarán en los próximos meses? El Presidente intentó dejar que se pudriera el problema de Chiapas. Después ordenó firmar acuerdos que no iba a respetar. Hay indicios de que en un acto desesperado estuvo a punto de lanzar una blitzkrieg sobre los rebeldes. Lo impidió el golpe maestro del gobierno de Clinton, que hizo pública la presión sobre el nuestro para forzarlo a una solución pacífica en Chiapas y a la investigación de la matanza de indígenas. Hoy la política para Chiapas está entrampada. ¿Cómo empeorará?
Con estos hechos es muy difícil que el sexenio no termine en la crisis cíclica. Pero no será como las anteriores, porque México ha cambiado. Los tiempos, protagonistas y características de tránsito de un sexenio a otro serán nuevas, impredecibles y más difíciles.