La charrería, hermosa tradición mexicana que mantiene viva la vida de a caballo de las antiguas haciendas, ha dado lugar a un verdadero arte en los enseres que lo rodean: sillas de montar, trajes, sombreros, espuelas, sarapes, todo ello en los materiales más finos; pieles, maderas, lanas, plata, fieltros, gamuza... en muchos casos trabajos con tanto primor que los objetos de uso se tornan en joyas para admirar, como las sillas piteadas o las espuelas de plata labrada como encaje.
Varios de estos ejemplares se pueden admirar en el Museo de la Charrería, que se encuentra en Izazaga esquina con Isabel la Católica, ocupando la bella construcción que fue sede de la capilla de Nuestra Señora de Monserrat, edificada en el siglo XVI por dos compañeros de Conquista de Hernán Cortés, quienes en la vejez, para lavar culpas, decidieron fundar una cofradía bajo la advocación de esa virgen catalana.
En el siglo XVII se les entregó a los benedictinos, quienes construyeron adjunto un monasterio y en el XVIII rehicieron el pequeño templo dándole el bello aspecto barroco que conserva hasta la fecha.
Así, se disfruta el doble placer de admirar los bellos objetos de los charros, y los arcos y cúpulas dieciochezcas que los cobijan.
A un par de cuadras de este original museo, en la avenida Pino Suárez se encuentran varias talabarterías, que a la antigua usanza venden todo lo que tenga que ver con pieles y cueros, lo que incluye todo el equipo charro. Entre ellas hay varias muy antiguas, pues no hay que olvidar que este fue uno de los gremios más importantes durante el virreinato, tanto que tenía su propia capilla, ni más ni menos que en la Plaza del Marqués, esa bonita plazuela rectangular que aún existe a un costado de la catedral y, desde luego, su calle.
Aunque también venden portafolios, cinturones, bolsas, correas para perro, carteras, etcétera, su mero fuerte lo dicen los nombres de las tiendas: El Caballo Blanco, El Caballo Mexicano, La Herradura. Hay algunas que se especializan en las sillas vaqueras, otras en las de charro y no falta la que tiene el albardón estilo ingles.
En los alrededores se encuentran pequeños establecimientos, como el de Uruguay 3, que se dedica a dejar como nuevos toda clase de artículos de piel, desde la vieja bolsa de cocodrilo, el portafolio del abuelo, la silla de montar, hasta el maletín antiguo de médico de lustrosa piel dorada, comprado en la lagunilla para regalar al hijo doctor.
Algunas talabarterías se encuentran en casas muy hermosas de siglos pasados, aunque varias de ellas requieren restaurarse para que luzcan su belleza a plenitud.
Para refrescarse del ajetreo, entre ellas se encuentra la Jugueria María Cristina, que lleva el nombre de su fundadora de apellido Bernal, guapa señora que hasta su reciente fallecimiento, a los 80 años, continuaba atendiendo el negocio y vigilando los de los hijos, ya que fundó una dinastía de jugueros que satisfacen la sed en distintos rumbos del Centro Histórico.
Célebre es su vástago Amador, que en su establecimiento de la calle de Palma ofrece su exquisito jugo ``Centro Histórico'', receta de su autoría que, además de refrescar, deleita el espíritu por su original combinación de frutas de excelencia. De pilón, a los amigos siempre los despide con un buen puro, hábito que ahora se ha puesto de moda entre los jóvenes, que deben recordar que en este lugar de la ciudad están las mejores tabaquerías.