Néstor de Buen
Ya no lo dudo

Terminaba mi artículo futbolístico de hace un par de semanas con un ``pero lo dudo'', a propósito de las posibilidades del señor Lapuente. Porque me parecían demasiadas derrotas las sufridas por nuestra selección en la etapa previa como para que fueran actos de disimulo.

Por supuesto que no veía que fuera tan fácil armar un espectáculo de fracasos y que se lo creyeran nuestros futuros contrarios, seguramente armados de espías para apreciar las cualidades de estos mexicanos que suelen ser muy buenos en casa y afuerita, menos que regulares. Pero, a lo mejor, jugábamos a ser malos.

He sido derrotado, sin duda, en mis negros augurios por la brujería de este señor Lapuente, jugador tardío de golf, entrenador de milagros, lo que incluye al Necaxa, en quien nadie encontraba algo que pudiera valer la pena, con un equipo cuya alineación no repitió una sola vez en los juegos preliminares y que ya veíamos en los infiernos del hundimiento sin remedio. Como los precios del petróleo, o los salarios o el empleo. Y dolía la posibilidad de las miraditas de lástima europeas a estos pobres sudacas u otra frase inmortal del tonto del señor Aznar, furioso porque un ``puñado'' de paraguayos derrotó a la antigua furia española.

Por supuesto que me llegó al alma que España no pasara, aunque me pareció también un pequeño remedio para esa vanidad notable que se maneja muy en los últimos tiempos. Acompañada de un cierto desprecio a los inmigrantes iberoamericanos, olvidando que la América Latina acogió, generosa, a los españoles en el exilio más largo de la historia.

Lo incomprensible del caso, lo digo a título de puritita experiencia personal, es que sin darme cuenta establecí compromisos que me impidieron ver los tres juegos de México. Me quedé sólo con el final cardiaco del último, viaje aéreo de por medio, cuando había ya aparecido un marcador de dos goles a uno que no me podía explicar dadas las crónicas pésimas y pesimistas (de la misma familia las dos palabras) que nos endilgaron por la radio todos los expertos exportados a Francia.

El primer sábado, el del juego con Corea, había comprometido una charla en Puebla, a donde viajamos Arturo Alcalde y yo, a contar al sindicato de la UAP las raíces de las propuestas de PAN y PRD de reforma a la LFT. Sólo por los ruidos de la calle me dí cuenta de que habíamos ganado.

El siguiente sábado, exactamente a la hora del juego, ofrecí dos charlas en Hermosillo, convocado por el gobierno del estado. Allí se armó la de San Quintín, en una larga controversia con comentaristas malignos (dos esperables y uno más de sorpresa) que me pusieron para opinar de mis opiniones. Confieso que pasado cierto coraje inicial, nacido del tono de los criticones, acabé divertido y, por lo visto, con simpatía popular. Me sentí, de repente, como si estuviera en una imposible Cámara de Diputados, con la espada desenvainada, defendiéndome y atacando de y a los malandrines en la emboscada que me armaron. Y todo acabó en una espléndida comida que remedió agobios, a lo norteño, adornada con el empate narrado por algún testigo de vistas del 2 a 2 con Bélgica. Aún no he podido ver el gol imposible de Cuauhtémoc Blanco.

Pero este jueves ví, por lo menos, el gol de México en fuera de lugar y un par o menos de minutos después, el gol de redaños, de empuje, de fuerza, de Luis Hernández, y como que sentí que éramos otros, que México, de repente, había nacido. Por cierto: ¿no sería otro cuento de Lapuente la lesión de Luis Hernández?

A lo mejor es un sentimiento idiota. Pero dio la impresión de que México merece otro lugar en el mundo, que puede dejar atrás la corrupción, la antidemocracia, el partidismo único, la represión a los campesinos de Chiapas y la expulsión absurda de los extranjeros que se angustian por nuestras verdades. Sería, sin embargo, un poco más difícil dejar atrás la frontera norte.

Estos muchachos de la selección nacional y su jefe Lapuente, como que nos han dado un nuevo aire, la sensación de que podemos, que todo consiste en echarle ganas. Y, a fin de cuentas, que somos un país vivo.