Crecen los saldos negativos de la globalización en curso. Al menos en lo que respecta a las cúpulas gobernantes de México y Estados Unidos, ahora hay que sumar la globalización de una cultura política basada en el engaño, la hipocresía, la simulación, en fin, la doble cara. Cultura que no hace sino enredar más y más conflictos como el de Chiapas.
La semana pasada no tuvimos empacho en aplaudir la adhesión del gobierno estadunidense a lo que finalmente es una imparable demanda de la sociedad nacional e internacional: la solución del conflicto en Chiapas por la vía de una negociación democrática, justa, civilizada. Sólo así podrán evitarse la violación de derechos humanos, la generalización de la guerra y de la inestabilidad, la descomposición total de las relaciones México-EU codo a codo con las relaciones interamericanas en su conjunto, entre otras cosas que, sin duda, son de interés internacional. Y por serlo, valen las exhortaciones de todos, incluido Estados Unidos, campeón mundial del intervencionismo más repudiable. Es más: valen las presiones (el polémico pressing) que de todos modos ocurren, todos los días, en todos lados y en torno a mil cuestiones. Máxime que el México moderno se guía no sólo por presiones sino por descaradas imposiciones del exterior, peor aún, con motivo de causas nada nobles, como sí lo es la causa de una solución pacífica y justa en Chiapas.
Así, el problema del intervencionismo típico y deleznable va por otro lado y se complica aún más con el problema de las caras dobles. La postura del gobierno de Estados Unidos a favor de una solución pacífica en Chiapas es del todo incongruente con las acciones encaminadas, no digamos al sistemático y multifacético apoyo del clan guerrerista en México, sino a una solución militar, represiva, a veces hasta genocida y, por lo mismo, abiertamente antidemocrática. Por desgracia, el intervencionismo militarista de Estados Unidos en Chiapas tiende a ser una realidad consumada y no una simple hipótesis.
Hace tiempo que se vienen acumulando datos e indicios de dicho intervencionismo. Ahora ya apareció una sistematización de los mismos y a cargo, ni más ni menos, que de un ex combatiente de EU en Vietnam, Brian Wilson. Las conclusiones de su amplia y detallada investigación (Slippery Slope: The U.S. Militar Intervention in the Chiapas Conflict) ya fueron conocidas en el Congreso de México, gracias a la intervención del diputado perredista Gilberto López y Rivas. Quien además, en congruencia con el reclamo de muchos ciudadanos y con un claro sentido del verdadero patriotismo, propuso que el propio Congreso mexicano verifique de inmediato las conclusiones de Wilson (La Jornada, 25/VI/98).
Estas prácticamente incluyen todo lo imaginable acerca del intervencionismo militar, salvo la invasión. Incluyen la utilización en Chiapas de material bélico estadunidense, supuestamente facilitado sólo para la lucha contra el narcotráfico; la participación de agentes de inteligencia (CIA, FBI) inclusive para descubrir la identidad del subcomandante Marcos; el entrenamiento de militares, de policías y hasta de los nefastos grupos paramilitares (Chinchulines, et.al.). En fin, incluye la asesoría estadunidense en todo lo atinente a una guerra de contrainsurgencia.
He ahí, pues, la doble cara del gobierno de Estados Unidos en torno al conflicto en Chiapas. Igualito a su contraparte (o mejor, ¿súbdito, pupilo, lazarillo?) en México, habla de una solución pacífica pero trabaja para la guerra. Crucemos los dedos para que no se equivoquen más y dejen de confundir al EZLN con las viejas guerrillas, y a México con Vietnam. Ello exigiría, antes que nada, terminar con las equivocaciones y los dobleces de nuestro propio gobierno (en rigor, clan guerrerista). Sólo hay espacio para anotar sus incongruencias más obvias: 1) entre un discurso pacifista y una política de guerra, 2) entre la defensa de la soberanía allí donde nadie la violenta y su venta allí donde más duele, 3) entre los berrinches por el pressing de EU a favor de una solución pacífica y el silencio --mucho más grave que el silencio zapatista, si lo es-- ante un creciente intervencionismo militar.
Todo indica que la doble cara ya es una política cupular y binacional. No queda sino contrarrestarla con la lucha de la sociedad a favor de la verdad --histórica y presente-- en ambos lados de la frontera.