Hace algunos años, un notorio y encumbrado político mexicano salió al paso de las asechanzas de sus enemigos pronunciando un discurso del que algunos analistas rescataron una frase que sonaba como amenaza: ``Tenemos rumbo, y tenemos mando''. Al paso del tiempo, el tipo perdió el rumbo, pervirtió el mando, y huyó del país en medio de la ignominia. Traigo a colación aquella frase no por simple oportunismo tópico, sino porque me parece que la triste situación actual de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México puede ser descrita con una paráfrasis de lo citado arriba: la OFCM no tiene rumbo, ni tiene mando. Y esto, dicho en otras palabras, equivale a que hay en la institución un grave vacío de poder, lo que de inmediato me remite a aquel añejo adagio estratégico que afirma que los vacíos de poder tienden a ser llenados con prontitud. Lo peligroso es que tales vacíos de poder no siempre suelen ser llenados por los líderes idóneos, sino por arribistas que aprovechan la confusión para hacerse de un feudo particular; ejemplos de ello abundan en la historia de nuestras orquestas.
Al menos en el papel y en el plano teórico, la Filarmónica de la Ciudad de México nació con buenos augurios, gracias a un sólido apoyo financiero y político, una plantilla de músicos de primera, y la ausencia de las encrucijadas gremiales que han arruinado continuamente el trabajo y la calidad de otros conjuntos sinfónicos. A pesar de estos buenos cimientos, la OFCM terminó por perder el rumbo y pervertir el mando, convirtiéndose alternativamente en botín sexenal, en refugio de exiliados revanchistas y, en el mejor de los casos, en una pálida y triste sombra de lo que fue. Hoy, la orquesta lucha contra serios problemas, internos y externos, que amenazan su existencia. En el plano interno, está la lucha de facciones de músicos: el grupúsculo A, que apoya al personaje X, el grupúsculo B que es incondicional del personaje Z. Mientras tanto, la música bien gracias.
En lo exterior, la OFCM navega en un limbo institucional que si bien no es nuevo, se ha agudizado en los meses que han transcurrido desde el cambio de jefatura en el gobierno del Distrito Federal, y tiene como una de sus causas primeras la lucha entre autoridades culturales y administrativas que se pelean no sólo la orquesta, sino sus recursos e incluso su espacio vital. En medio de todo esto, la Filarmónica de la Ciudad no tiene una estructura institucional estable, no tiene temporadas fijas ni actividades planeadas a mediano o largo plazo y, lo que es más serio, no tiene un director titular. En el camino hacia la resolución de estos y otros conflictos cabe preguntarse si quienes están asesorando a las autoridades del gobierno capitalino tienen idea de lo que implica la existencia sana y continuada de una organización como la OFCM.
Es bien sabido que en medio de esta profunda crisis del grupo sinfónico capitalino, mucho se ha especulado sobre su posible desaparición, cosa que sería por demás terrible. Este país, esta ciudad, este medio cultural, no necesitan la desaparición de sus orquestas, sino su saneamiento a fondo y su continua mejoría y promoción. Porque han de saber ustedes, melómanos lectores, que en medio de esta profunda y ya larga crisis, la OFCM sigue sonando estupendamente bien. Así lo demostró en un reciente concierto en que tuvo como director huésped a Juan Carlos Lomónaco. Sendas obras de Bernstein, Copland y Mussorgski, fueron tocadas con el empuje y brillo característicos de la orquesta, con buena labor de conjunto y concentración. Y si la orquesta demostró que todavía tiene mucha buena música por dentro, parte del buen resultado de este concierto se debió al trabajo del joven Lomónaco, quien realiza labores de director asistente con la Sinfónica Nacional y quien ha mostrado evidentes progresos de técnica, expresión y preparación que hacen pensar que ya está más que listo para superar el ámbito de los conciertos didácticos para niños.
Sin duda, el público de esta ciudad merece la permanencia de un conjunto como la OFCM, y ésta merece la tranquilidad que le ha sido negada. Si las facciones se apaciguan, si los burócratas se avivan, y si los funcionarios y sus asesores abren ojos y oídos con la voluntad de dar a la OFCM el marco de estabilidad y continuidad que le es indispensable, se salvará una muy buena orquesta, y todos saldremos ganando. Habrá rumbo, habrá mando, y habrá música.