Mostró el empate que sí se puede, al menos, tapar el horror cotidiano
Elena Gallegos Ť Desde que comenzó el Mundial la vida parece pender de un balón de futbol. En un contexto nacional marcado por la derrota, el destino del ``orgullo de la patria'' queda atado a los botines de un puñado de jugadores.
Por eso y para olvidar el horror en que se ha convertido la cotidianeidad --desempleo, inseguridad, muertes nunca aclaradas, masacres en Chiapas y Guerrero, fobaproas, divinos, ratas inmundas, etc., etc.--, la gente se echa a la calle a soñar y a repetir, casi hasta creerlo, la consigna opositora: ``¡Sí se puede! ¡Sí se puede!
En colonias y barrios, cafés y oficinas, clubes y mercados, plazas y cantinas, e incluso en las sedes del poder (lo mismo en Los Pinos que en el Congreso) todos se reconocieron triunfadores. Unos se untaron los rostros de verde, blanco y rojo; otros sacaron sus banderas como si fuera 15 de septiembre, y los más, dieron rango de héroes nacionales a Manuel Lapuente --¡La-puen-te-La-puen-te-pa-ra-pre-si-den-te!-- y al Matador, con todo y su pelo teñido de rubio. Por fin, ¡algo para festejar!
Empujados por la televisión y la radio, bachilleres, desempleados, subempleados, deudores, burócratas, pensionados, clasemedieros y hasta aficionados --a quienes la crisis les canceló el futuro--, hicieron a un lado los agravios y compraron el eslogan de los televisos: ``en la vida cotidiana, en el mundial de futbol... ¡México es invencible!'' Y es que cuando no hay más asideros, hasta un empate puede tener sabor a victoria.
En Paseo de la Reforma, en Insurgentes Sur, en Las Lomas o en Tepito, el estruendo de los cláxones, los coros... la euforia que deriva en violencia. A nadie le importa que la bolsa se cayera por enésima ocasión, que el peso perdiera terreno y que el Banco de México --ni el mismísimo Guillermo Ortiz hubiera soñado jamás un escenario mejor--anunciara un nuevo recorte del circulante. Qué recesión ni que nada... ``¡Clasificamos!''... ``¡Sí se puede!'' Mañana de jueves: avenidas desiertas. fábricas paralizadas, bancos sin colas y las voces de los Angeles Fernández --``¡a todos los que a quieren y aman el fuuutboool..!''--; Enriques Bermúdez, Hugos Sánchez, Josés Ramones Fernández, Leos Bennhacker, Raúles Orvañanos, salen de todas partes y son rumor que lo llena todo. En las escuelas --hasta en los kínderes--, los chiquillos se amontonan alrededor de una pantalla. En Sanborn y fondas, en los desayunaderos de los políticos, la atracción es el partido en Saint Etienne. Millones de rostros que no tienen más ojos que para un balón. Según analistas, los 90 minutos de batalla costaron 5 millones de horas-hombre.
De pronto, la desazón de los goles de Holanda. Los dolidos ¡noooos!, que estallan en el comedor del Senado en Donceles 14, en donde el líder Genovevo Figueroa invitó a periodistas y cercanos a vivir lo que pasaba en Francia. Puntas de filete, chicharrones y frijolitos refritos, picantes y muy bien condimentados, hacen más llevadero el revés.
En tal ambiente, nada más a Francisco Casanova, el comunicador de Arturo Núñez, se le pudo ocurrir organizarle una entrevista en la radio. El atosigado líder de la fracción priísta le reclama entre bromas: ``¡Nadie me va a oír!''.
Por largo rato la derrota parece inevitable. Entonces la apuesta es por Corea. En el restaurante del Sport City, de pronto la gente bonita -con sus nikes y sus pants de marca-- se descubre coreana, cuando la selección nacional pierde, pero Corea le empata a Bélgica lo que dará el pase con todo y perder. ``¡Co-rea-Co-rea!'' En el Hard Rock Café, las niñas bien --de la Ibero o del Itam--, brincan arriba de las sillas. ``¡Co-rea-Co-rea!''.
A esa misma hora, en el Monumento a la Revolución, a donde los chavos de las escuelas públicas se fueron a ver el encuentro, el 2-0 se convierte en rabia incontenible. Comienzan las peleas. El marcador final: más de 200 detenidos y 42 lesionados, entre ellos cuatro fotógrafos.
En Francia asoma el milagro. Frente a los monitores del aeropuerto, los viajeros se sorprenden gritando al mismo ritmo que marcan los cronistas --quienes proceden a recular en sus ya acres comentarios--, ¡goool!
De las radios de los taxis, de los escaparates de las tiendas, de las televisioncitas que llevan las peseras, de los aparatos de las casas --toda la Unidad Habitacional Plateros se envuelve en un clamor--, el eco baja por Barranca del Muerto y se extiende por el Periférico.
Antes de eso, el tiempo que duró la derrota, los comentaristas que se hacen cargo de la transmisión para las distintas empresas se van contra los jugadores, los vapulean, adelantan que ya sabían que con Holanda nomás no se iba a poder. En MVS, Manuel Manzo y Luis Flores, ex seleccionados, apuntaban errores, daban consejos y se quejaban de que con la llovizna los mexicanos se caían solos frente a los carísimos (hasta 18 millones de dólares cuesta uno de ellos) holandeses. Cuando viene el empate --narrado así por Hugo Sánchez con su inconfundible acento español: ``El Matador metió el gol con la punta de la pierna izquierda''--, ¡la locura! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! La vida pendiendo de un balón.
En el canal 2, la voz del Perro Bermúdez, que hará honor a su alias: atropella, ataranta, aturde: ``¡Gracias a Dios estamos en segunda fase!'' ``México hace historia por primera vez en la historia''... Y luego pasa facturas: ``Tengo a mi lado a un mexicano triste, deprimido, una verdadera avestruz enana...'' No lo dice, pero la gente sabe que se refiere a José Ramón Fernández y a su equipo de expertos que, puntillosos, agrios, habían presagiado el desastre. Por eso, más tarde y como respuesta, Televisión Azteca habrá de repetir hasta el cansancio que ellos ¡siempre han apoyado al futbol mexicano!
En resumen: Televisa se anotó la victoria frente a su competidor. Y tan lo sintieron así que en la transmisión matutina del programa Hoy Mismo, Guillermo Ochoa, a quien le encanta el show (sobre todo si él es el protagonista) y sus animadores, se pusieron sus camisetas verdes. Un empate convertía a México, así nada más y de repente, en ¡invencible!
En suburbans, camiones de carga, vans, los muchachos se trepan en los toldos, se cuelgan de ventanillas y portezuelas, se pasean a lo largo de Insurgentes, bañan a transeúntes con espray de colores, hacen ondear sus banderas y cantan: ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Ooolé, olé, olé, olé... ooolé! El desmadre, pues.
Cascarita en el PAN
Después de la consabida conferencia de prensa de los jueves, Felipe Calderón, el líder panista, se quita el saco, se desanuda la corbata y, con un balón nuevecito en las manos (ni la red en la que los venden le habían quitado), reta a los reporteros de la fuente: ``Vamos afuera a tirar pénaltis, ¿no?''
Todos se dirigen al estacionamiento porque en esos momentos se sienten Ricardos Peláez o Cuauhtémocs Blanco. Siempre didáctico, como es, Calderón presume: ``Les voy a enseñar la felipiña.'' ``Orale --acepta el desafío Rodolfo Montes, de El Financiero--, yo la tiro y tú la paras''. Los panistas apuestan por su líder. En improvisada portería (el portón de la casona de Angel Urraza), reportero y dirigente se encaran. Felipe anota lo que, a la postre, sería sólo el primer gol.
Entre los flashes de los fotógrafos y frente a las cámaras de televisión, el ariete Calderón busca más víctimas. ``¿Quién se pone?'' Montes pica: ``¿A que no le metes un gol a La Jornada?''. Punzan a Juan Manuel Venegas, a quien por cierto el futbol no se le da: ``Entrale, Venegas''. Y Calderón le anota. Luego cambian los roles, Montes y Venegas le tiran a Felipe. El primero falla, el segundo mete la pelota en el portón y el inventor de la Felipiña (nadie supo que era eso) se retira entre desplantes: ``¡Dos a uno; le gané a la prensa!'' Pero realmente ganó lo que buscaba: que la televisión transmitiera una y otra vez su hazaña.
El orgullo nacional atado a 11 pares de botines. Once hombres sin vocación de perdedores. La gente en las calles alargando el sueño, al fin y al cabo (remember Scarlett O'Hara): ``el lunes será otro día''.