La Jornada 25 de junio de 1998

La obra literaria, fallida si carece del lenguaje ideal, opina Sergio Pitol

Mónica Mateos Ť Sergio Pitol es el viajero hacia Itaca que describe el poeta griego Constantino Cavafis. Durante su periplo por la vida no ha temido a lestrigones ni a cíclopes ni al cólerico Poseidón si ellos no han estado en su alma. Ha rogado porque su camino sea largo y muchas han sido sus mañanas de verano en las que con placer arribó a puertos nunca vistos. Ha recorrido intensamente la realidad, ha pasado largas temporadas en los sueños, ha hecho escalas en gestos y frases de un sin fin de compañeros de viaje. Es un viajero profesional, como lo llama su amigo Carlos Monsiváis.

Para regocijo de los ``frecuentadores maniáticos de su obra'', añade Monsiváis, así como de quienes empiezan a descubrir su obra literaria, toda la gama de souvenirs de travesía que ha retratado con su pluma el escritor nacido en Puebla en 1933, se presentan ahora en Soñar la realidad, una antología personal (Plaza & Janés).

Son sus paisajes fundamentales: desde sus primeros cuentos hasta sus más recientes ensayos, pasando por recuerdos queridos, pesadillas y reflexiones críticas. Conforman una bitácora de vida que ``no se puede explicar sin literatura, y viceversa, es decir, la experiencia literaria ha sido mi experiencia vital'', asegura el autor de El arte de la fuga, libro considerado el mejor de 1997, en España.

Amigos por ``la necesidad de compartir este gozo desdichado de vivir'', Monsiváis y Pitol charlaron con la prensa de su pasión común: las letras. Recordaron, por ejemplo, los inicios del periodismo cultural, que coincidió con la época en la que se conocieron. Estaban por concluir los años cincuenta y sólo existían dos ``entrevistadoras culturales'': Elena Poniatowska y Bambi que escribían en páginas de sociales.

Sin el mundo es imposible escribir

En 1957, Pitol tenía 24 años y ``me movía con regocijo en un medio de intensa excentricidad donde amigos de distintas edades, nacionalidades y profesiones convivíamos con absoluta naturalidad, aunque, como era de esperarse, prevalecíamos los jóvenes (...) nos caracterizaba el fervor por el diálogo, siempre y cuando fuera divertido e inteligente, la capacidad para la parodia, la falta de respeto a los valores prefabricados, a las glorias postizas, a la petulancia y, sobre todo, a la autocomplacencia (...) En el fondo, y también en la forma, nuestra mejor defensa estribaba en cierto esnobismo del que no podría asegurar si éramos o no conscientes'', escribe en el texto con el que como introducción se inicia Soñar la realidad.

Fue el suplemento México en la cultura, realizado por Fernando Benítez, el que desencadenó el interés de la prensa mexicana por las actividades culturales. Y fueron en esas páginas donde Sergio Pitol descubrió la escritura de Jorge Luis Borges y con ella ``una corriente eléctrica'' que recorrió todo su sistema nervioso, pues ``jamás había llegado a imaginar que el lenguaje pudiera alcanzar grados semejantes de intensidad, levedad y extrañeza''.

Dedicado ya a la actividad que sería el hilo conductor de su vida, a Pitol lo acosaba una preocupación: ``hay momentos en que uno siente que la vida lo rebasa. Si estaba escribiendo, sentía que estaba traicionando a la vida, ajeno a la pulsión que existe en la calles y pensaba que lo escrito se volvía algo seco; pero si estaba yo en reventones con mis amigos, sentía que traicionaba a la literatura, que debía estar escribiendo. Hasta que llegó el momento en el que me di cuenta de que sin el mundo no se puede escribir, y viceversa. Por eso, los textos de Soñar la realidad, tienen una tonalidad de vida. Para hacerlos me devoré un poco pues los extraje de mis recuerdos''.

Actualmente, continuó Pitol, ``ya no tengo miedos. He encontrado mi ruta. Aunque no tiene nada de idílico la lucha contra los temores y los espectros, por eso el lenguaje que utilizo es más cercano a lo trágico, a lo dramático, diferente desde luego del lenguaje suelto, humorístico o paródico. Uno busca el lenguaje para expresar ciertas situaciones novelísticas. Y en ese proceso aparece el lenguaje ideal. Si eso no pasa, la obra literaria se convierte en un experimento fallido''.

Acerca de la beca Guggenheim que recientemente le otorgaron, el ganador de premios como el Villaurrutia, el Nacional de Literatura y recientemente el que concede la Asociación Europea de Escritores, con sede en Polonia, aseguró encontrarse ya ``en edad de merecer. Pues antes pensaba que las becas podían hacerme daño. Sucede que tengo una fragilidad interna que me haría ser acólito de alguna gran figura. Ese motivo también explica mi falta de pasión por estar con un maestro de literatura, y mi tendencia a ser muy individual y mantenerme alejado de grupos o personajes que son como árboles que cobijan todo''.

Catalogado por algunos críticos literarios como ``excéntrico y solitario'', Pitol es un ``gran conocedor de atmósferas, un viajero profesional y constante que hace literatura inteligente'', definió Monsiváis.

Al conformar su antología personal, el autor de las novelas La vida conyugal y Domar a la divina garza, trató de elegir textos ``que fueran buenos compañeros entre sí''. Logró una recapitulación de cuatro décadas de quehacer literario donde la realidad y los sueños rompen impúdicamente sus fronteras para beneplácito de la creación y de la gozosa experiencia de vida del escritor: ``por eso no es un libro absolutamente cerrado, los géneros se incorporan uno al otro, los ensayos tienen grumos novelísticos, y los relatos que empiezan en sueños terminan en reflexiones. Es un libro abierto para que por sí solo busque otras latitudes''.