``Papá, ya no tienes 20 años...''. ``¡Y qué! ¡Soy del 68!''. Parabólica reacción de quien ya cumplió 50, edad que entonces no sólo parecía detestable: era detestable. Liberal-progresistas, es decir, conservadores tolerantes, nuestros mayores vivían presos de una lógica soporífera. Y algo similar acontencía con aquella orden de caballería que le había puesto pantunflas al comunismo. ¿Qué fue el 68 sino el alzamiento contra la ``guerra fría'' que te perseguía alrededor de la mesa del comedor aventándote con el Reader's Digest o Así se templó el acero? ¿No era para desesperar?
En esa estábamos cuando en Bolivia muere el Che y empieza a circular Revolución en la revolución de Debray y Adén-Arabia, raro librito de Paul Nizan escrito precisamente treinta años atrás. Nizan empieza así: ``Yo tenía veinte años. No permitiré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida. Todo amenaza con la ruina a un hombre joven: el amor, las ideas, la pérdida de la familia, la entrada en el mundo de los adultos. Le es duro aprender cuál es su lugar en el mundo''.
Sacudido por una ambivalente fenomenología libertaria, aquel mundo oscilaba entre hacer el amor y ``crear uno, dos, tres Vietnam''. ¿El Pontecorvo de La guerra de Argelia o el Resnais de La guerra ha terminado? En este filme (en el que Yves Montand protagoniza a un comunista español que luce corbata negra tejida) jamás olvidaré la desolación de Ingrid Thulin cuando ajusta el moño de la corbata de su amado cada vez que él deja París para retornar a la lucha clandestina. Bueno... ¿hice mal en comprarme una corbata similar para emular la sobriedad del personaje que en los sesenta quería seguir a huevo la guerra perdida en 1938?
En México, en Uruguay, en Chile, en Argentina, los obreros gozaban de sólidas prestaciones sociales. ¿Por qué los invitamos a la guerra popular explicada por Giap en El hombre y el arma? ¿Por qué Foucault aseguraba que la fábrica era alienante y anulaba cualquier personalidad? Sin embargo, intenté trabajar en una fábrica. En la cola de aspirantes, un obrero veterano pidió que le muestre las manos. ``Vos no sos trabajador. ¿Por qué no te dedicas a estudiar?...''. ``Compañero, la unidad obrero-estudiantil...''. No me dejó seguir. Con gesto y expresión típicamente argentinos, replicó: ``Andacagar...''. Hoy las fábricas están cerradas y los hijos de estos obreros sospechan que el trabajo no es virtud.
``All you need is love/ ta-ta-ta. Ta tan...''. Pero parece que Lennon estaba aterrorizado de su propia violencia. ``Ser duros sin perder la ternura jamás'', sugería el Che. Y entonces fuimos inflexibles. Mi novia preguntaba: ¿Serrat o Paco Ibáñez? Hasta que me dejó por un trosquista bizco, peinado a la gomina y raya al medio que se ganaba el pan posando desnudo en la Escuela de Bellas Artes. La discusión fue alucinante: ``¿Cómo podés querer a un tipo con un ojo clavado en el vértice de la órbita?''. ``Porque mientras vos hablás de ideología y usás esa corbata él me enamora con el ojo estropeado''. ``¿En qué momento se fijó en vos? Mirá que los bizcos son traicioneros. ¿No estaba dirigiéndose a otra?''. ``No. Y también es militante''. ``Seguro que esgrime la bizquera como arma de combate. ¡Y `trosco'! Con razón mira torcido''. ``Vos mirás torcido. El sólo es bizco''.
Los politólogos deprimidos de Europa estudiaban en América Latina la insurgencia de las palmeras y los fresas de América Latina se iban a Europa para entender a América Latina. Con afán magisterial, mezcla de Makarenko y Mistral, Marta Harnecker resumía con flechas y cuadritos el marxismo a la carta y en Argentina los nacionalistas ``de verdad'' mezclaban el Manual de Conducción política de Perón con el Manual del guerrillero urbano de Marighella: debías ser ducho en karate, buceo y paracaidismo y estudiar a Mao, Lenin, todo Gramsci y Mandel. ¿Fue divertido el 68? Ni los monjes benedictinos de Cluny tuvieron tantas exigencias.
Años 50: oportunismo, estupidez y Henry Kissinger diseñando en Harvard la restauración conservadora. Años 60: entrega, audacia y el gobernador de California Ronald Reagan afilando el hacha con la mirada fija en Pete Seeger que lo aturdía con ``We shal overcome''. Años 70: tortura, muerte y la Thatcher zurciendo calcetines y suspirando por el ``capitalismo popular''. Años 80: claudicación, derrota, y en lugar de cambiar de perro los ultras cambian de collar. Años 90: oportunismo, estupidez y, si te rebelas, adiós fondos de pensión. Año 2000: la democracia en pantuflas. ¿No es para desesperar?
¿Para quién trabajamos? En 1968, la ``imaginación al poder'' atacó el rol del Estado con la misma virulencia con que hoy lo ataca el poder sin imaginación. ¿Praga fue igual a Tlatelolco? Joder... Apuesto que si todavía estás en casa tus mayores te persiguen alrededor de la mesa aventándote con la autobiografía de Bill Gates o con piedritas de cuarzo para estimular la geometría circular de los ``mandalas''. Inquietud final: ¿el 68 fue revolucionario o vio nacer la calculada lobotomía de la posmodernidad?.