Teresa del Conde
Matta en el Tamayo

Por ningún motivo hay que abstenerse de analizar la exposición de Roberto Matta, en el Museo Tamayo, proveniente del Marco y coordinada por Thomas R. Monahan, uno de los principales promotores del pintor. Excepto obras tardías (posteriores a 1992) están representadas, aunque de manera escueta, todas las fases del chileno naturalizado francés quien ha alcanzado relieve paralelo al del cubano Wifredo Lam y Rufino Tamayo, convirtiéndose en el triunvirato gracias al cual las subastas latinoamericanas de Sotheby's y Christie's en buena medida subsisten, sobre todo si a ellos sumamos a Joaquín Torres García y a Figari. Tal vez sea esta la razón por la que los adictos a las publicaciones de las casas subastadoras padezcamos tan radicales efectos de dejá vu, cercanos a la monotonía, cuando observamos reproducciones de pintura de Matta y de Lam. No es por ``patriotismo'', pero me atrevo a decir que no sucede igual con las obras de Tamayo. En cualquier forma no es lo mismo ver fotografías, por bien reproducidas que estén, a enfrentarse con cuidado y tiempo a obras originales.

Lo que primero sorprende del conjunto de obras de Matta ahora exhibidas es su cualidad dibujística, al grado que si no fuera porque puede percibirse en algunos casos la dirección del brochazo (o del pincel de aire) y la construcción de ciertas áreas, podría decirse que Matta ha tenido predilección por realizar dibujos sobre tela previamente coloreada. Los dibujos también exhibidos sirven para acentuar esa característica presente en las telas, si bien es cierto que son siempre conclusivos, es decir, no se trata de bocetos o de estudios preparatorios para obras pictóricas como sí ocurre en la mayoría de los casos con los dibujos de Tamayo. Otra característica consiste en que la piel de las pinturas es ligera, lavada, casi teñida. No hay efecto de textura y la capa pictórica se mantiene a veces casi a nivel fantasmático. El uso de transparencias, veladoras y trasposiciones luz-media luz, acentúa ese efecto, buscado para transmitir el universo entre onírico, galáctico, ``virtual'' (en cierto modo), magnético (las ondas magnéticas se encuentran ``visibilizadas'') y ciencia ficción que la iconografía procura.

La directora del Tamayo, Cristina Gálvez, se planteaba la necesidad de una exposición de Matta tal vez más nutrida y ambiciosa. No obstante, creo que la actual depara una buena visión sintética del quehacer del artista, quien se adhirió a los círculos surrealistas a partir de que conoció a Breton en el otoño de 1937 mediante una presentación escrita de Salvador Dalí, y después de haber abandonado su quehacer de arquitecto seguidor de Le Corbusier.

Matta pronto se hizo de un lenguaje (hay cuadros tempranos en la muestra y me temo que son los más hermosos) que partiendo de la asociación libre y de los contenidos arcaicos propuestos más por la vena freudiana del psicoanálisis que por la junguiana, evolucionó hasta concatenarse con presupuestos científicos derivados principalmente de Einstein, sin que en ningún sentido el artista haya querido colocarse en esa penumbra entre ciencia y arte que los mejores artistas conceptuales han procurado.

Lo que hace y ha hecho Matta es dar rienda suelta al mundo animado de sus máquinas humanizadas, de la energía suelta y ligada propia de los procesos psíquicos, pero también de los electrónicos; crear homúnculos que funcionan como personajes protagonistas de todo tipo de escaramuzas religiosas incluidas, imaginarse talleres extraterrestres, en los que se generan aparatos nunca vistos, capaces de interferir en los sistemas interplanetarios. Esto lo hace reiterando nudos formales muy similares unos a otros, que se combinan con planos geometrizados bien delimitados interactuando de diferentes maneras.

Uno solo de estos núcleos, repetido X número de veces y combinado con rectángulos transparentes, es suceptible de armar series de pinturas que se retienen en la memoria precisamente como series, no como obras individualizadas. Por eso la exposición a la que me refiero es buena. No hay tantas repeticiones como podría haberlas si en vez de 70, 80 trabajos de Matta (grabados incluidos, que por cierto son estupendos) nos enfrentásemos a 200 obras o más, como sucede en cualquier retrospectiva de grandes dimensiones. Creo que debemos agradecer que la muestra sea escueta, aunque es cierto que hay obras de Matta como Escuchar vivir (1941), del MoMa de Nueva York, o Espacio X y Ego, del Centro Pompidou, que condensan muchas otras y que resultan claves en su producción. Lo mismo puede decirse de la obra de dimensiones murales (no exhibida en el Marco) que ahora ocupa en el Tamayo el espacio destinado al tapiz de Grau Garriga. Condensa procederes y signos que empezaron a desatarse en los años sesenta tardíos y que continuaron en la década siguiente. Es una obra decorativa, en el mejor sentido del término, que museografiada en ese espacio produce un impacto innegable.