Pensada y escrita para un país al que aspiramos pero que aún no somos, la legislación laboral muestra hoy, en distintos capítulos y materias, una brecha respecto de una realidad que se ha impuesto por encima de voluntarismos y utopías.
Promesa y compromiso, heredera de la Revolución y su proyecto de país, nuestra legislación laboral nace con la Constitución de 1917, se concreta en 1931 con la Ley Federal del Trabajo, pero después de 67 años y tres revisiones (1936, 1971 y 1980), encara con dificultad el nuevo tiempo. De ahí que la reforma laboral sea hoy un tema ineludible de la agenda política nacional.
En los últimos lustros, la irrupción de cambios planetarios -impresionantes avances científicos y tecnológicos, la globalización, los agrupamientos de naciones como la Unión Europea, el TLC de Norteamérica o el Mercosur- sumada a la apertura comercial que dejó atrás décadas de proteccionismo y sus consecuencias en la esfera productiva, ha impactado por igual: la configuración social, valores y conductas, la organización del Estado y el mundo laboral. Lo que reclama acompasar la organización productiva y la legislación en la materia, a la nueva realidad.
Todo cambio de época entraña compromisos ineludibles. Y la recomposición de las estructuras, órdenes y relaciones entre actores y agentes del mundo del trabajo reclama, en primer término, el reconocimiento de tales mutaciones. No cabe, por tanto, la cerrazón como estrategia. ¿Oponerse a qué?, ¿a la productividad?, ¿rechazar nuevos modelos de producción, la revolución tecnológica y científica?, ¿esconderse ante los cambios que ya están aquí?, ¿negarse a la negociación? Ni como táctica ni como doctrina vale retraerse.
Los trabajadores y sus organizaciones debemos construir el andamiaje y las nuevas reglas para un sindicalismo que luche por recuperar el valor del trabajo y que sea capaz, con sensibilidad, combatividad y responsabilidad, de generar propuestas para dotar de contenidos reales y de expresión cotidiana a la capacitación para y en el trabajo; impulsar una cultura de la calidad y de la productividad y lograr que la mayor rentabilidad que a través de esas acciones se produzca sea distribuida con equidad entre capital y trabajo.
El sindicalismo debe leer la exigencia de la sociedad por productos y servicios de calidad que satisfagan sus necesidades. Los ciudadanos requieren que la economía funcione y serán aliados de un sindicalismo que se ocupe de su materia de trabajo. Por ello, para diseñar las nuevas reglas del mundo laboral del fin de siglo hay que generar múltiples espacios de reflexión a los que concurran empresarios y trabajadores, sindicatos y cúpulas empresariales, funcionarios públi- cos, abogados laboralistas, académicos y dirigentes políticos. Esa es una manera de ir generando acuerdos en lo esencial. Discutir frente a la sociedad visiones y propuestas, y hacerlo con argumentos e ideas, con transparencia y honestidad. Informar e informarse. Que la reforma --ineludible e impostergable-- no sea sino la expresión de un gran acuerdo social. Esta es una negociación mayor en la que se juega no sólo el destino de más de treinta millones de trabajadores mexicanos y sus familias, sino la viabilidad del proyecto nacional.
Contamos ya con varios referentes y propuestas: el Congreso de la Unión ha recibido dos anteproyectos de reforma, hay en ellos encuentros y desencuentros que exploraré en otros artículos. Además, hace pocos días la Organización Internacional del Trabajo aprobó cuatro principios fundamentales de los trabajadores: libertad de asociación y reconocimiento efectivo del derecho de negociación colectiva, eliminación de toda forma de trabajo forzado u obligatorio, abolición efectiva del trabajo infantil y eliminación de la discriminación en materia de empleo y profesión.
Todo cambio es un riesgo y una posibilidad. Participar en las discusiones y en la negociación nos da más posibilidades que riesgos.
El sindicalismo requiere de nuevas reglas para hacer frente a negociaciones que trascienden fronteras, remueven estructuras y modifican el mercado laboral. La legislación laboral del próximo siglo deberá ser una respuesta lúcida al cambio de época.
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