1. En la hamaca ágil estás fuera de todo, te llevas en dirección contraria o paralela a la rotación del planeta, caes flotando y te sumerges al pasar entre dos aguas.
La pulcritud del arco de la hamaca es del viento que la afila, la sopesa y la atraviesa.
Un balanceo tan suave tiene a fuerzas que afectar el cerebro. El paisaje baila y los sueños son tan veloces que parecen ciertos.
2. Las hamacas se acostumbran estrechas en estas partes del trópico. Nada que ver con esas reinas de siesta habanera, ni el blanco algodón matrimonial de Mérida, Matagalpa y Granada.
Propician una vana ilusión de estar en la playa ventilando un concierto de graznidos, tendido cuán largo sobre el cable del equilibrista, pendiente, engañosamente ingrávido entre la palmera y la palapa, sin red.
3. Con un mínimo despliegue de velas la barca avanza lo que se dice aprisa, en medio de grandes bolas de fuego sacándole la lengua.
Es los dedos sobre el teclado de las mareas, arriba y abajo, ligeramente pisado, adentro, izquierda y derecha, surcando un norte oscuro y movedizo.
Una frialdad de las borrascas que no entiendo. Somos las cucarachas, el hormiguero, no les importamos ni un bledo. ``O te avispas o te despides'', te enseñas en el trote de la travesía en estas horas de la mar.
Y ni modo que digas aquí me bajo, si no hay dónde y mejor te aguantas en cubierta, desabierto, a lo que vayan tocando los dedos en el rugiente piano de esa negrísima y azul soledad.
No hay asidero en la lluvia, sólo las dos tensas cuerdas que atan a los travesaños la suave panza de la hamaca en la barca. Sueño dentro del sueño, rigurosa intensidad, el navío se hunde tras las crestas con el estrépito de estarse haciendo pedazos.
Los dedos siguen tercos la travesía sobre el piano a mínimas velas desplegadas, y una tersura se le conmueve con las salvajes bofetadas de la tormenta. Y resopla, y se hace oír, y no muestra urgencia más perentoria que estarse ahí mismo.
Sobre tu cabeza continúa el incansable diálogo de las velas y el viento, como en una vieja balada de cuando el mundo se estaba quieto. Tan olvidados de la borrasca, ignorante del riesgo, plática y plática se la pasan el velamen reducido y el viento exagerado y delirante.
(La situación se parece a sí misma la mayor parte del tiempo, porque si algo no se le acaba nunca al mar es el agua. Y la hamaca se justifica: ``yo no soñé eso, a mi no me metan, sólo soy el instrumento, o sea, el vehículo''. Pero nadie le estaba preguntando).
4. En las tierras cálidas las hamacas son la forma maternal que adoptan el olvido y el reposo. Han cedido la curva de su vientre al reposo en ovillo de los hijos, sacrificadas a sostener cuerpos perdidos en un fingido limbo de hilos que se entrelazan.
La sensación de una sensualidad receptiva que sabe reconocerse llena. Aquí, donde la maternidad va de la mano del hambre. Donde se mueve fácilmente.
(Psst, despierta. La hamaca se está deteniendo).
5. En alguna de sus páginas el periódico trae noticias de las ferormonas pero no las entiendo. Desde una hamaca la química consiste en vapores.
Lo que respira es el viento. Los charcos pasan, se chupan, y las marabuntas, en su búsqueda furiosa de las últimas migajas de la limpieza, se patinan.
En el puente colgante, de alambres, cuerdas y tablas, no importa la altura, lo que respira es un viento que respira viento.
Abajo corre contra las rocas un río violento.
6. Los días pasan en una aparente pereza que no necesita del suelo. Como las aves en su nido. Y cantan en agradecimiento, desde su primer piso.
La ingravidez del péndulo.
¿Qué es eso que se mueve allá abajo?
El suelo.
7. Un millar de abanicos en la tarde se mecen hasta marearse.
8. En clave de Ravel, las ramas se trifurcan en ramitas de hojas idénticas a sí. Cortan contra el azul la intensi-dad verde de los fractales sorprendidos por nuestros detectores de milagros normales.
En el bamboleo del reposo, las cuerdas se tensan en un haz de luz y corren a la caja de resonancia, discretas y nobles.
(A ver, apúntate ahí: ``y también sentimentales'').
9. Oscilar, dormir, soñar, volar.