La Jornada 21 de junio de 1998

DIOS ES REDONDO Ť Juan Villoro
Sábado de gloria

El partido con Bélgica fue una radiografía del alma mexicana. Quien dude de los estereotipos nacionales tiene que ver a nuestra selección. Salimos a jugar bajo un sol rabioso y muy pronto acorralamos al enemigo. Hasta los equívocos nos favorecían: Ordiales, que sólo se nota cuando se equivoca, quiso centrar y mandó un tiro al poste. Ya se intuía nuestro primer gol cuando llegó el minuto de las expulsiones rigoristas. El sábado anterior, la aguja marcó el 28 y Corea perdió a un hombre; ahora Pardo fue echado por un faul de poca monta y la selección se predispuso a la desgracia, como si ningún atributo nacional superara a la resignación. Los belgas no necesitaban mucho para vencernos; les bastaba estar ahí, con el descaro del Meneken Pis, la estatua del niño que orina tranquilamente en Bruselas.

Los árbitros han mostrado criterio de esclavos. Después de que los marroquíes quisieron amputar las piernas de los brasileños, Joseph Blatter, nuevo jerarca de la FIFA, pidió rigor y ahora los hombres de negro sacan tarjetas con entusiasmo de kermés. Fuimos perjudicados por el silbante y esto nos alejó del juego. Cuando el mexicano comprueba que la culpa no es suya, se mece en el fracaso como en una hamaca. A partir del minuto 28, había licencia para perder. Sólo así se explica que Bélgica combinara tres errores para abrir el marcador: Suárez peinó un centro en su área, la pelota rebotó en las tripas de Wilmots y pasó con pereza entre las piernas de Campos.

Lapuente no hizo cambios en el primer tiempo y permitió que los suyos adoptaran psicología de niños héroes listos para un histórico suicidio.

El empate triunfal

Wilmots, que tiene la gracia y la contundencia de un cachalote, volvió a hacer de las suyas en el segundo tiempo. Ganó un rebote y un tapón, y anotó como le gusta, mientras se tropieza. Era el momento de repasar desgracias. ¿Qué justifica el masoquismo de irle a México? Cuando el equipo León va ganando, la porra canta en las tribunas: ``La vida no vale nada, no vale nada la vida''. Si la euforia nos vuelve tremendistas, el desastre nos inspira chistes. De Sonora a Yucatán se fraguaban bromas sobre la derrota, cuando el destino nos llevó a otra costumbre nacional: la esperanza contra los pronósticos. Ramón Ramírez picó por la punta izquierda y fue derribado en el área. El árbitro decretó penal. Jorge Campos es mentalmente refractario a los goles que recibe. No hay forma de que pierda la concentración. Al ver la jugada, atravesó la cancha para recordarle al árbitro que existen las tarjetas rojas.

Con igualdad numérica y un sol que parecía caer en Zacatepec, la selección mostró que afloja en lo normal y se aplica en lo imposible. El mismo equipo que recibió un gol de panza, fabricó un tanto de museo. Arellano condujo el balón en diagonal mientras señalaba la punta derecha; como buen prestidigitador, abrió a la izquierda, donde Ramírez templó un centro; Cuauhtémoc se lanzó por la pelota; ya en el aire, advirtió que su cuerpo iba en una pose extraña y estiró la pierna, confiando en que la magia le regalara una hipotenusa. El balón entró a las redes como un prodigio suave.

Empatamos con el coraje que exige la mitad de las canciones rancheras y abandonamos la iniciativa con el despecho que exige la otra mitad. Si Estados Unidos tiene terror al empate, México considera que la igualada hospitalaria es una forma secreta del triunfo.

Ayer sufrimos tanto como gozamos. Un día a la altura de nuestras pasiones y nuestros festejos. Las estatuas de la patria trabajan horas extra.