La Jornada Semanal, 21 de junio de 1998
``El arte en las Antillas es la restauración de nuestras historias hechas añicos, de nuestros fragmentos de vocabulario; nuestro archipiélago se vuelve sinónimo de los trazos que se desprendieron del continente original.'' Así se expresó Derek Walcott en su discurso de recepción del Nobel. El ensayista Alejandro Pescador nos comenta la obra de Walcott, especialmente el prodigioso poema ``A Santa Cruz Quartet''.
Monserrat es una minúscula isla del Caribe. Su fama reciente se debe a la serie de erupciones que la han devastado, casi en su totalidad, a partir del 18 de julio de 1995. Muchos años antes, en 1647, Monserrat vivió otro momento de ominosa celebridad: la legislatura local aprobó un decreto según el cual tanto los esclavos como los trabajadores asalariados quedaban sujetos a las mismas penalidades. Historia y geografía, tiempo y espacio que se conjugan para dar a esta isla, y también quizá a todo el Caribe, sus propias señas de identidad.
Para Paul Valéry, el pasado no es más que imágenes y creencias. Para Michel de Certeau, la Isla de Robinson Crusoe, la página en blanco, es el único espacio mítico que sobrevive en Occidente. Historia y geografía, tiempo y espacio, constituyen a su vez las raíces y el fruto luminoso de la poesía de Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura 1992.
Esas referencias están presentes en la propia biografía del poeta. Nació en 1930 en Santa Lucía, una isla volcánica que entonces era todavía una colonia británica. Por lo que se sabe, sus dos abuelas sufrieron la esclavitud. Su padre fue acuarelista; su madre, directora de una pequeña escuela religiosa. Luego de estudiar en la Universidad de las Antillas en Jamaica, Walcott se estableció en Trinidad. Contaba 23 años de edad. Ahí empezó a ganarse el sustento como crítico de arte y de teatro. En 1959 fundó el Taller Teatral de Trinidad, el cual produjo la mayor parte de sus piezas dramáticas iniciales. Sus primeros poemarios se publicaron en oscuras editoriales de Trinidad, Barbados y Jamaica (25 Poems, 1948; Epitaph for the Young, XII Cantos, 1949; Poems, 1951), pero a partir de 1962 sus poemas comenzaron a abrirse paso en grandes editoriales de Londres y Nueva York como Cape, Heinemann y Farrar/Straus/Giroux: In a Green Night, Poems 1948-60, 1962; Selected Poems, 1964; The Castaway and Other Poems, 1965; The Gulf and Other Poems, 1969; Another Life, 1973; Sea Grapes, 1976; The Star-Apple Kingdom, 1979; Selected Poetry, 1981; The Fortunate Traveller, 1981; Midsummer, 1984; Collected Poems, 1948-1984, 1986; The Arkansas Testament, 1987; Omeros, 1990; y The Bounty, 1997.
En teatro, una pasión que no ha podido abandonar, deben mencionarse al menos tres de sus obras, Ti-Jean and His Brothers, 1958; Dream on Monkey Mountain, 1970; The Last Carnival, 1986. Sus más recientes incursiones en el teatro, por desgracia, no han sido del todo afortunadas.
Profundamente caribeño, hijo de un mundo donde se entrecruzan multitud de lenguas y culturas, Walcott pertenece a ese espacio en el que se han fusionado tradiciones africanas, asiáticas, europeas y americanas; donde a la geografía dispersa de las islas corresponde el archipiélago de lenguas, grupos étnicos, creencias religiosas, ritmos. Esta fusión impulsa el vuelo de la poesía de Walcott, quien se reconoce en los versos de Homero, Ovidio, Horacio, Virgilio, Poe, Melville, Mayakovsky, Saint-John Perse, Césaire, Lowell o Brodsky, y sin duda también en los versículos de la Biblia.
Walcott cree profundamente en la poesía, como Octavio Paz y Joseph Brodsky. Ama la lengua inglesa y la tradición poética occidental, pero al mismo tiempo siente y vive como suyos el Ramayana, la épica musulmana, la poesía china y los ecos de la tradición sefardita: ``El arte en las Antillas -explicó en su discurso de recepción del Nobel- es la restauración de nuestras historias hechas añicos, de nuestros fragmentos de vocabulario; nuestro archipiélago se vuelve sinónimo de los trozos que se desprendieron del continente original.''
Algo similar ocurrió con las lenguas europeas que llegaron al Nuevo Mundo. Para Walcott, la lengua original se disolvió en su tránsito por el Atlántico y tuvo que reconstituirse al arribar a esta ribera. El inglés, el francés o el español, como lenguas, tuvieron que aprender a nombrar una realidad nueva, a encontrar nuevas metáforas, nuevos ritmos. Así como Robinson Crusoe tuvo que fabricar sus propias herramientas, las lenguas tuvieron que reinventarse en el Nuevo Mundo y expresar su realidad inédita. El hombre volvió a ser Adán.
Con el paso del tiempo florecieron nuevos vocabularios, nuevas estructuras y nuevas entonaciones. A pesar de todo, la tradición literaria europea buscó protegerse del contagio: creó estereotipos, lugares comunes. El Caribe terminó por reducirse a una elegía tropical monótona y acartonada. Autores como Conrad, Trollope y Greene se dejaron llevar por un prejuicio que ha querido hacer del trópico el lugar donde habita un triste idilio (Lévi-Strauss); donde el clima, la geografía, y la nostalgia de la metrópli reducen a espejismo a los pueblos que ahí habitan, trabajan, aman y cantan. Walcott rechaza esas visiones equivocadas. Insiste en cambio en recalcar la importancia de quienes comenzaron a ver el Caribe con ojos nuevos, con una mirada genuina: Saint-John Perse y Aimé Césaire, dos voces que están en lo más hondo de su raigambre poética.
A partir del arte y sobre todo de la poesía, se trata de reconstruir una identidad caribeña devastada por los europeos que, en el pasado, no sólo aniquilaron a grupos étnicos completos, como los caribes o los taínos, sino que agotaron las tierras, secaron los ríos, marcaron los cuerpos de los esclavos; y, en el presente, por quienes buscan hacer del Caribe un centro vacacional sin identidad alguna, donde se extingan la magia, la diversidad de creencias. Para evitarlo, Walcott propone que la imaginación caribeña, en todas sus vertientes, sea reconstruida palabra por palabra, verso a verso. En el Caribe, dice, ``cada isla es un esfuerzo de la memoria; cada mente, cada biografía racial culminan en la amnesia y en la niebla. Astillas de luz a través de la niebla y los arcoiris repentinos, arcs-en-ciel. Este debe ser el esfuerzo, el trabajo de la imaginación antillana, rehacer a sus dioses con sus armazones de bambú [como los representan los hindúes del Caribe en sus festividades], frase por frase''.
De Walcott podría decirse lo que hace años afirmó Federico de Onís sobre Luis Palés Matos (1899-1959): ``...es un poeta culto, que no explota el folklore...''. Walcott conoce la tradición poética europea; conoce la tradición poética del Caribe; y conoce también los puentes que se han tendido entre ambas. Como Saint-John Perse, nacido en el Caribe, la poesía de Walcott posee el tono y el ritmo de los versículos propios de la Biblia. Con Saint-John Perse comparte el interés por los clásicos griegos y latinos, por ciertos giros de la poesía china antigua y por una sutil evocación africana. Como Aimé Césaire, ama a los pueblos caribeños y comparte una aspiración universal de justicia y felicidad.
El mundo lo deslumbra y la historia lo entristece. Su fe en la poesía le permite vivir y compartir su gozo: ``El destino de la poesía es enamorarse del mundo, a despecho de la Historia'', dice Walcott. En cierto aspecto guarda una relativa afinidad con la preocupación de Robert Lowell por la Historia, la vida, la muerte y el oficio de escribir: ``La historia debe aprender a vivir con lo que aquí había/ estrujando y casi despeñando todo lo que tenemos;/ morimos de una forma tan horrible y torpe;/ a diferencia de la escritura, la vida nunca termina.''
En la obra de Walcott, y particularmente en su más reciente poemario (The Bounty, Farrar/Straus/Giroux, Nueva York, 1997, 78 pp.), que acaso constituya el encuentro definitivo de su propia voz -como sugiere Seamus Heaney-, están presentes las referencias fundamentales de su universo poético: historia, geografía, tradición artística y poética europea, un lirismo mesurado, casi pudoroso, una descripción sobria pero luminosa del paisaje caribeño (no debe olvidarse que Walcott, como su padre, también es acuarelista), con proliferación de azules, abundancia de verdes, despliegue de amarillos, vegetaciones y frutos barrocos, animales que testimonian la divinidad. Existe una correspondencia perfecta entre la belleza del paisaje caribeño y la belleza lingüística desplegada por Walcott.
Desde un punto de vista formal, The Bounty está compuesto en largos versículos, con un ritmo de oleaje manso que se duele del tiempo pero que celebra la vida. Además de cada cesura y sus correspondientes hemistiquios, abundan los encabalgamientos, lo que obliga a una lectura pausada, como si se bordeara un camino serpentino que nos depara más sorpresas de las que sospechamos. Las rimas son ligeras, mínimas, perdidas en la extensión implacable del versículo.
El libro está divido en dos partes. La primera contiene los poemas que se reúnen bajo el título de ``The Bounty''. La segunda agrupa un poema sin título (``No recuerdo el nombre de aquella ciudad costera'', diceÊel primer verso), ``Signs'', ``Thanksgiving'', ``Parang'', ``Homecoming'', ``Spain'', ``Six Fictions'', ``Italian Eclogues'' (a la memoria de Joseph Brodsky) y, por último, ``A Santa Cruz Quartet''.
En todo el libro, escrito en un inglés que los británicos llamarían queen's English, aparecen referencias o citas en otros idiomas. Un verdadero archipiélago con palabras en francés, español, patois, italiano, latín, griego, yoruba y árabe define el horizonte marino del poemario. Ahí el Caribe se funde con el Mediterráneo, el Egeo, el Atlántico. Se trata de un mar que une y acerca; nunca que divide ni aleja. Junto a este abigarramiento de mares y palabras, también abundan las menciones o referencias a personajes relacionados casi siempre con la literatura o con la pintura: Homero, Ovidio, Virgilio, Horacio, Diógenes, Dante, Cervantes, Marvell, Baudelaire, Rimbaud, Flaubert, Maupassant, Lafcadio Hearn, Kafka, Lorca, Yeats, Machado, Joyce, Quasimodo, Montale, Brodsky; Goya, Manet, Pissarro, Monet; y desde luego el capitán Bligh, que fue comandante del barco The Bounty, famoso por su motín de 1789 en las Islas del Sur.
``The Bounty'', la elegía que inaugura el libro, consta de una serie de siete poemas. El título juega con las ambigüedades: puede referirse al barco The Bounty, de ahí las menciones al capitán Bligh, pero también se refiere al amor del poeta por su madre fallecida, a la generosidad espléndida del trópico e incluso a la inmensa bondad de la palabra de Cristo. De cualquier forma, el centro de gravedad de los textos está en la muerte de su madre. Se recuerda su voz, cuando cantaba al zurcir la ropa, al acudir a los servicios religiosos o al arrullar a los médanos disimulados por la noche:
El recuerdo de su madre está asociado al paisaje, al mar, a la vegetación, a los animales. La muerte de su madre parece haberlo detenido todo, pero su ausencia termina por resplandecer en el marco del paisaje caribeño:
Dentro de este paisaje, como sucede a menudo en los poemas de Walcott, se introducen referencias a la Biblia, al mundo grecolatino, a la cultura europea como claves que permiten palpar con la mano desnuda las raíces frescas de la cultura del Caribe. A propósito de Ovidio, por ejemplo:
En ``Signs'', Walcott hace el poema de la novela y la pintura europeas del siglo XIX y parte del XX. Europa es una biblioteca, cada libro una ciudad y cada párrafo una acera; hay
y también la imagen de un cuadro en movimiento:
La belleza del paisaje, no obstante, se mancha con la memoria: la persecución de los judíos, la guerra. La Historia, intrusa que busca arruinarlo todo.
En ``Parang'', con recuerdos de infancia y alusiones al ubicuo árbol del pan en las islas del Caribe, Walcott deja entrever que las satisfacciones sencillas de la naturaleza y de la vida cotidiana pueden aliviar las penas siempre presentes en la existencia:
Y más adelante:
``Homecoming'' teje un idioma con hilos del inglés, el francés, el patois, el español, el italiano. En sus versos, asoman Joyce, Rimbaud, Kafka y Diógenes. Lenguas y autores forman las olas de un océano de palabras e imágenes. Y otra vez llega la Historia para derribar el sueño; aparecen dos palabras que enrarecen el aire: Treblinka y Auschwitz. De la quietud se pasa al pesar de la destrucción y la muerte:
``Spain'' resulta muy entrañable para Walcott, entrañable por Cervantes, por Lorca, por Machado. Como en los poetas modernos, el tema preferido de Walcott es la poesía y los poetas, el verdadero alimento terrestre:
En ``Six Fictions'' se hace poesía de la poesía, poseía del lenguaje y la gramática, poesía de la pintura. Son seis odiseas del lenguaje y un eco bíblico. Todo está cerca en un instante del trópico:
``Italian Eclogues'' se publicó por primera vez en The New York Review of Books en 1996. Como su título lo indica, se trata de elegías de tema europeo, italiano y latino para ser precisos, escritas a la memoria de Joseph Brodsky, quien murió ese mismo año. Son una despedida, pero al mismo tiempo una reiteración de que los poetas nunca mueren del todo; siguen viviendo en sus versos, en sus lectores.
``A Santa Cruz Quartet'' forma parte del libro, de hecho lo cierra, pero al mismo tiempo tiene una vida por separado. Reúne, como en un microcosmos, los fundamentos del universo poético de Walcott y arrastra al lector como un torrente cuyo estruendo se mantiene dentro de los límites del versículo. En este cuarteto Walcott está de cuerpo entero, con la Historia y la geografía, con su infancia y su vejez, con su amor por la poesía y, también, con los dioses que renacen en el Caribe.