Horacio Flores de la Peña
Los tecnócratas y la crisis
Cuando los economistas que nos gobiernan, incluyendo al señor Zedillo, estudiaron en Estados Unidos, en las décadas de los 70 y 80, estaba de moda la macroeconomía porque era un modelo muy simple, donde manejando unas pocas variables, como la tasa de interés, los impuestos, el gasto público y el equilibrio de la balanza comercial, creían que era suficiente para mantener la economía en crecimiento, con un alto nivel de empleo. Esto era muy atractivo porque reducía la ciencia económica a un trabajo artesanal de computadora, y cualquiera podía hacerlo sin meterse en las complicaciones del pensamiento científico, o del pensamiento a secas, sobre todo si nadie pedía resultados objetivos de este análisis.
Para finales de los años 80, este modelo ya se había abandonado, pero nuestros yupis no lo podían hacer porque era lo que habían aprendido; se aferran a él porque no conocen otro, ya que las universidades, con su especialización excesiva, se convierten en fortalezas de la ignorancia. Ellos tenían un juguetito que sí sabían y podían manejar; cualquier otra cosa los obligaba a pensar.
Ya en 1980 el mundo se había dado cuenta que ocuparse sólo del aumento o disminución de la producción global, del empleo y de los precios, no era suficiente; era necesario examinar todos los componentes de la demanda y el comportamiento de los diversos sectores de la oferta. Esto es lo que compone el cuadro macroeconómico, pero si no lo estudian, las conclusiones con frecuencia son falsas y conducen a políticas equivocadas, creando con sus políticas problemas más graves de los que quieren resolver. Como los tecnócratas tienen un desprecio olímpico por la política, su trabajo no tiene respaldo popular. Y si agregamos el hecho de que sus metas jamás se transforman en beneficios tangibles para la sociedad, se da una situación donde la aceptación de la política gubernamental sólo se da entre los círculos del poder y los bufones de las cúpulas empresariales.
Si hubiera democracia efectiva, el gobierno perdería las elecciones y el poder. Como no es el caso, se recurre al autoritarismo civil y militar para no cambiar de política, y la represión sangrienta es el precio que se paga por la aparente tranquilidad del gobierno.
Esta resistencia al cambio, por ignorancia de modelos alternativos, reduce aún más la capacidad para gobernar de los tecnócratas, porque no aceptan que el objetivo básico de la política económica es crecer más y distribuir mejor dentro de un marco amplio de equilibrio general; no parecen darse cuenta de que tienen que buscar una política económica nueva que combine algunos aspectos del neoliberalismo con los del Estado benefactor; esto les permitiría encontrar políticas que realmente aumenten el desarrollo y el bienestar de la comunidad, y no de los 300 ricos que hoy son dueños de todo en este país.
Dicen que estos problemas no se han resuelto en ningún país. Es cierto, en ningún país que todavía siga la política neoliberal, pero sí en los que han cambiado de política. Es fácil, tienen que encontrar su lugar entre el capitalismo social inglés o el socialismo capitalista francés. Pero si el señor Zedillo y su gabinete se obstinan en dar como argumento la ignorancia, como cuando dicen que no saben lo que es el neoliberalismo, entonces sí estamos perdidos. Tienen que leer un poco más, porque el conocimiento no entra por ósmosis.
Este alejamiento de la realidad y la poca aceptación de sus políticas ponen en peligro la paz social, tal y como ocurrió en Indonesia y como está pasando en Brasil. Su preocupación central es sortear la inestabilidad y la inflación, pero se les olvida sentar las bases reales para que esto no ocurra, es decir, lograr una mayor producción, salarios crecientes y un tipo de cambio real. Si no, la salida será la violencia pura y simple o el agravamiento de una política de represión sangrienta, como la que ya utilizan ahora.
La globalización que tanto les gusta a los yupis mexicanos no es nueva, siempre existió; además ignoran que sus metas no son producir más y distribuir mejor, sino sólo agilizar las transacciones comerciales entre las grandes empresas; los gobiernos deben fijar sus propias metas a favor de la población, y no actuar como ``dependientes o empleados'' de los grandes negocios. El balance es fatal si agregamos a esto la irresponsabilidad con que se manejan los asuntos financieros, de los que me ocuparé en el próximo artículo.
Es escalofriante la ineptitud económica del presidente Zedillo y su equipo económico. Si los asuntos políticos se quieren resolver por la fuerza y no con inteligencia, sensibilidad social e imaginación, uno se pregunta si este gobierno sirve al progreso civilizado de una sociedad democrática o estorba. Yo creo que estorba.
Necesitamos mejores técnicos y políticos en el gobierno, para hacer frente a una crisis que ya llegó para quedarse por varios años. No hay que esperar milagros guadalupanos para salir adelante, sólo conocimientos, acercarse a la realidad y patriotismo, que hoy no existe.
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