Ricardo Robles O.
El clamor de los silencios indios

Es casi imposible imaginar más palabras dirigidas al gobierno, tanto federal como estatal. La macabra entrega de los cadáveres en Unión Progreso fue otro momento más para oír las voces explícitas, directas, de las comunidades. Sí, los indios han seguido hablando siempre. El silencio de ellos no ha existido. Sólo ha callado Marcos, el vocero de las comunidades. No se ha querido aceptar que su palabra valga y decida. No se acepta que la realidad sea la que es, aunque lo sea. No se quiere oír a los indígenas. Esas sus voces no existen para ``los gobiernos''. Estos parece que necesitan un interlocutor que no sea pueblo. Parecería que los mexicanos, sin rasgos extranjeros, no existen para los gobiernos. Los indios no parecen ser mexicanos para ellos.

No le tocaba recibir la vergüenza al visitador de la CNDH. El olvido indígena que él soportó con entereza, el juicio de la vergüenza, eran directa --explícitamente lo dijeron-- para Zedillo y Albores. Si todavía dicen que los zapatistas de las comunidades guardan silencio, no sé qué quieran oír. Se ve claro, más bien, lo que quieren ignorar, lo que desprecian, lo que no vale para ellos: los mexicanos.

Para quien ha tenido la suerte de compartir los juicios en las comunidades, de conocer sus sistemas normativos y ver su aplicación, los relatos de Hermann Bellinghausen y de Blanche Petrich sobre el juicio al visitador Hernández Figueroa en Unión Progreso son más que transparentes. Dejan en claro, de entrada, que las comunidades son dueñas de su voz libre, que todos tienen voz y que sólo cuando quieren traducirnos algo buscan voceros. Tienen su propia voz legítima y diferente que se habla en tzotzil. Esa reclamaron, en ella se hizo el juicio. Se dijo en español lo necesario para que entendiéramos los que no sabemos su idioma y su sentido de la justicia.

Es conmovedor que ante los cadáveres irreconocibles, reventados de calor y de días, enviados así como amenaza, como escarmiento, como para humillar más todavía, los indígenas se hayan sostenido en su visión de la justicia: el proceso y el castigo de la vergüenza y el olvido. No la venganza.

Desde los tiempos de los que se llamaron Diálogo para una Paz Justa y Digna, no se quiso creer que el pensamiento indio, patente por demás, fuera verdadero. Desde San Miguel y luego en San Andrés, no llegó ya Marcos para que aceptáramos que son las comunidades y sus comandancias civiles las que piensan, proponen, las que negociaron y firmaron. No se aceptó, ni así, que las comunidades indígenas fueran el verdadero interlocutor, el de las propuestas de una autonomía que necesitan para ser y sobrevivir. Ahora que se ve en los hechos el intento de vivir lo hablado, lo firmado y luego renegado, ahora se les destruye sin humanidad, sin miramientos, sin pudor. Siguen hablando, pero ni así se escucha su palabra verdadera.

El juicio al gobierno queda, quedará más allá de los tiempos en que estos gobernantes sean olvido o un triste, sí, tristísimo recuerdo mexicano. Quién podrá sentirse gente después de mandar, con saña y racismo inocultables, los restos de los muertos putrefactos abiertos en canal para humillar y golpear la dignidad humana de los que sólo quieren un mundo donde todos podamos caber. Si ellos decidieron no escuchar, se quedará en silencio su vida. Se irá con ellos la vergüenza que no los dejará, el olvido también los seguirá. El juicio de los indios resulta ineludible al fin de cuentas.

Los indígenas de Chiapas seguirán rescatando siempre su derecho a la diferencia, a su cultura, a su autonomía. Seguirán con ellos las palabras verdaderas, los corazones de los más antiguos abuelos inspirando humanidad. Los acompañará siempre el honor. La dignidad será suya para la historia verdadera, para el proyecto de vida que proponen y de alguna manera les sobrevivirá.

No es tiempo de soñar, dicen algunos. Ellos siguen soñando desde la sangre y el hedor de los cadáveres como sola respuesta de ese mundo que se dice promesa de bienestar. En ese mundo suyo sigue viva la veta de los sueños, porque ellos siguen siendo los hombres verdaderos, los de la dignidad. Acá, en este otro mundo de las macroeconomías no se vale soñar, por eso cuesta mucho pensar lo deseable: que ``los gobiernos'', que ``los ejércitos'', escuchen finalmente las voces comunitarias de su único verdadero interlocutor, que ya no inventen otros en pretexto, que tomen en serio al pueblo mexicano, que no se crean su dueño ni su dios.