México está entrando en su fin de sexenio. Pero éste no será igual que los anteriores. La mayoría de los mexicanos carece de una opción electoral más o menos fija, por lo que los partidos se aprestan a entrar en una aguda lucha, aún antes de la postulación de sus candidatos.
Por así decirlo, el Presidente es quien más encarna el fin de sexenio. Su obligación tradicional más importante es asegurar las condiciones más favorables para la reproducción del sistema de poder y, especialmente, para garantizar que asuma la Presidencia la persona nombrada por él mismo.
Ernesto Zedillo no ha resuelto un solo problema básico del país. La recuperación del crecimiento económico no es estable; la situación de Chiapas sigue empeorando; el gobierno ha perdido la mayoría en la Cámara de Diputados; de un escándalo financiero se pasa a otro; el Fobaproa es un muerto tendido a medio cuarto; la crisis de las finanzas públicas ya está a la vista y, para colmo, se reduce el precio internacional del petróleo; el Estado de derecho no es todavía una conquista; la seguridad pública continúa en situación lamentable; la pobreza no se reduce.
El Presidente tiene que otorgar las suficientes garantías para el funcionamiento del viejo sistema, pero ya no puede. La situación es más peligrosa que durante otros fines de sexenio, pues todo es volátil y no existen las certezas políticas básicas de otros tiempos. Por ello, el jefe del poder Ejecutivo se muestra más peligroso para el país y, especialmente, para la República.
La búsqueda de culpables, tales como los mercados inestables en el exterior, los diputados respondones, los gobernantes locales independientes del poder central, los rebeldes chiapanecos ``intransigentes'', los mexicanos críticos y los emigrantes del partido oficial, todo ello no es suficiente para cambiar la imagen del Presidente y mucho menos para maquillar el rostro envejecido del partido oficial.
En los días que corren, existen dos problemas angustiantes: Chiapas y Fobaproa. Existe un hilo conductor entre ambos: el Presidente se muestra duro, intransigente, soberbio.
En aquel estado del sureste, el poder Ejecutivo no reconoce lo fundamental: la ruptura de los acuerdos firmados con el EZLN, el arrepentimiento de haber pactado un texto severamente criticado por los más conservadores y racistas. En cuanto a los pagarés entregados por el gobierno a los bancos, el Presidente defiende la insostenible legalidad de todas las operaciones y no admite que había otros caminos para hacer frente a la crisis bancaria.
En Chiapas se requiere forjar un acuerdo local y nacional, reconocer la fuerza política de cada formación y llevar a la práctica los acuerdos de San Andrés. Pero el Presidente no desea ceder en lo más mínimo y el resultado está la vista: para ``evitar'' otro Acteal, se manda hacer otra matanza.
En el asunto de Fobaproa se necesita otro gran acuerdo para defender la ley y castigar a quienes la violaron, principalmente el secretario de Hacienda y el director del Banco de México, es decir, quienes ocuparon estos cargos durante los tres primeros años de la actual administración y son sujetos de juicio político. Se requiere también una depuración de adeudos y la renegociación de pagarés; al final, se hará necesario pasar una gran parte del costo a quienes más tienen mediante una reforma fiscal que dé oxígeno al gasto público. Pero el Presidente mantiene un silencio que sólo sirve para apoyar su posición inicial y presionar a aquellos diputados dispuestos a asustarse con el petate del muerto: una corrida en el sistema bancario, es decir, el pánico de los ahorradores.
El fin del sexenio tendrá otras sorpresas en el gran cajón de extravíos y desaciertos presidenciales. La enorme influencia política que aún mantiene el Presidente de la República (tal vez polvos de viejos lodos, pero todavía tolvanera), se presenta ante el país como la causa principal de los desastres finisexenales. La precariedad de los otros poderes públicos, la debilidad de la sociedad organizada y la falta de legitimidad de numerosos liderazgos, más basados en la ley que en la realidad, sigue siendo un cuadro nacional, pero ya no brinda estabilidad sino peligro.
Zedillo es un Presidente aún más peligroso que su predecesor.