Jorge Camil
La horma del zapato/I

Los efectos secundarios de la operación Casablanca --los primarios fueron las serias violaciones al derecho y a la soberanía de México-- revelaron la superficialidad con la que funcionarios y legisladores mexicanos han conducido, desde el sexenio salinista, la nueva relación bilateral con Estados Unidos. Nuestros hombres públicos olvidaron los antecedentes históricos de la relación y la peligrosa tendencia imperialista del vecino país. Y, así, contagiados del pragmatismo estadunidense, promulgaron leyes al vapor, ratificaron apresuradamente importantes convenios internacionales y mostraron, en todo momento, una obsequiosa tendencia a satisfacer las expectativas de Washington.

Deslumbrados por la aparente camaradería con ``personajes internacionales'', y alentados por unas cuantas líneas de reconocimiento en las páginas de Time, los políticos mexicanos bajaron la guardia y se dejaron llevar por el engañoso tuteo de una sociedad sin clases --aunque con jerarquías bien definidas. Cambiaron el respetuoso ``Mr. President'', ``Mr. Secretary'' y ``Mr. Senator'' de antaño por el ``Carla'', ``Jaime'', ``Pedro'', ``Roger'', ``Carlos'' y ``George'' que pusieron en boga las negociaciones del TLC.

En esas condiciones, se revirtió una tendencia histórica de justificado recelo y comenzó la preocupante erosión de nuestra soberanía nacional (entendida como la libertad para tomar decisiones políticas con independencia del exterior). Ahora, ``Janet'' (Reno) amenaza y alecciona a la canciller, Rosario Green, y ``Trent'' (Lott), un senador de pacotilla, le reclama al presidente de México el supuesto incumplimiento de acuerdos personales. En una carta insolente, ``Trent'' dijo estar ``decepcionado del presidente mexicano'', porque éste se rehusa a contribuir a la desintoxicación de la sociedad estadunidense, aun a costa de la soberanía nacional y en violación de nuestro sistema legal. ¡Bienvenidos al TLC! Esto confirma la severa advertencia de Francois Mitterrand contra la celebración de tratados internacionales entre naciones con economías y sistemas políticos desiguales (y, añadiría yo, con culturas diferentes). La nueva tendencia en la política exterior mexicana fue anunciada --y, en algunos casos, denunciada oportunamente-- por académicos estadunidenses. En el magnífico ensayo The clash of civilizations, por ejemplo, Samuel P. Huntington, el prestigiado politólogo estadunidense, afirmó en 1993 que México había dejado de oponerse a Estados Unidos para imitar ahora a ese país, y que los líderes mexicanos estaban enfrascados ``en la gran tarea de redefinir la identidad (nacional)''. Huntington reveló, además, que en 1991 un ``alto consejero'' del presidente Salinas aceptó que se pretendía ``cambiar a México, para que dejara de ser un país latinoamericano y se convirtiera en un país norteamericano'': un país a imagen y semejanza de Estados Unidos. El desarraigado consejero salinista reconoció ante Huntington, sin embargo, que esas intenciones ``jamás podrían ser admitidas públicamente''. Para nuestro infortunio, las graves revelaciones de Huntington fueron publicadas cuando la popularidad de Salinas se encontraba en su mayor esplendor. Y, aunque causaron revuelo en la comunidad intelectual, pocos se percataron entonces de las consecuencias desastrosas que tendría el proyecto salinista.

En el terreno de la denuncia, está el ensayo del profesor Stephen Zamora publicado en 1993, The americanization of the Mexican legal system. En él, Zamora asegura --con datos tomados del diario de debates y cartas dirigidas por líderes legislativos al presidente George Bush-- que, aunque no reconocida abiertamente, la ``americanización (de México) era parte importante en la agenda de las negociaciones del TLC''. Y que ese objetivo se estaba consiguiendo ``mediante la inclusión de temas no comerciales'' y la negociación de los ``convenios paralelos''. Así, no obstante que el GATT prohibía condicionar el acceso a un mercado como pretexto para reformar el sistema jurídico del país importador, en el TLC Estados Unidos obtuvo avances muy importantes en su objetivo de lograr que México adopte un sistema jurídico, económico y político parecido al estadunidense.

Ahora, de cara a la operación Casablanca, y a sus perniciosos efectos sobre la dignidad nacional, resulta claro que, después de la euforia globalizadora, México se encontró, al final del camino, con la horma de su zapato.