No se trata de ser optimista o pesimista, sino de reconocer que los tiempos que vivimos son difíciles y como podemos resolver las demandas nacionales. Hay muchos asuntos, que nos tienen postrados, que son de orden nacional, pero que impactan fuertemente la estabilidad política, económica y social de la capital. En todos los planos, sin excepción, se registra un grave deterioro.
En lo económico el caso de FOBAPROA, además de aumentar déficit y endeudamientos, saquea una vez más los escasos ahorros de los mexicanos y de muchos cuentahabientes del desprestigiado sistema bancario en el Distrito Federal.
La escalada de violencia gubernamentales en Chiapas, abre también espacios de desestabilización política en la ciudad y desalienta los ánimos de la participación ciudadana en los asuntos públicos.
La tendencia a la baja de los precios del petróleo puede igualmente generar un tercer recorte presupuestal e incidir en una disminución de los recursos para el Distrito Federal.
No hay empleos y el bajo nivel de vida se ha generalizado. Y así en otros órdenes, los saldos negativos trasminan perniciosamente, como ocurre en nuestro campo, no sólo en términos del desastre ecológico por la ineptitud gubernamental para afrontar los incendios forestales o la seguía, sino por la grave crisis agropecuaria que hunde a campesinos y agricultores a la vez que propicia una especulación parasitaria que aprovecha la escasez de alimentos para elevar los precios.
A estas críticas situaciones generales que nos afectan a todos, se añaden otros problemas que gravitan particularmente en contra de la gobernabilidad de la ciudad de México.
En una revisión sucinta puede mencionarse el caso del ambulantaje corporativo del PRI que desconoce un bando en esta materia, siendo que sus propios asambleístas en anterior gestión legislativa la validaron, pero ahora con la clara intención de desestabilizar al actual gobierno democrático.
Insidiosas constantes que nos retrasan, detienen los buenos impulsos y hasta pueden provocar conflictos y enfrentamientos.
Ahí está la urgente e indispensable Reforma del Estado, prácticamente intocada, sin precisar tiempos, conceptos y estrategias para abordarla y debatirla con la decisión de cambiar en bien de la Nación.
La situación del país se estanca cada vez más y a momentos se hunde progresivamente el futuro con el laberinto de los errores y omisiones del gobierno zedillista. Cuantos frentes más de conflicto o espacios de inestabilidad puede resistir nuestro Sistema actual sin derrumbarse.
Necesitamos ya de nuevos acuerdos para superar la crisis y estar en posibilidades de crecer y prosperar, con la firme intención de diluir la injusticia social que siempre conlleva el germen de la violencia y la inseguridad pública y privada.
¿Qué no podemos cambiar?, ¿Qué a quienes detienen el avance del país? ¿Quién saca ventajas a costa de México? Sea la que sea o quien sea, que arruine al país, debemos removerlo y extirparlo.
Los mexicanos tenemos que reencontrarnos en la tolerancia que da la democracia, alejarnos de divisiones enquistadas en el rencor o la ambición política, y evitar anularnos unos a otros como ocurre trágicamente en las guerras civiles.