La Jornada miércoles 17 de junio de 1998

José Steinsleger
Tiempo suplementario

Primer tiempo. 24 de marzo de 1976. Las fuerzas armadas formadas en las cloacas institucionales de la sociedad asaltan el poder y prometen por ``Dios y estos Santos Evangelios'' defender la ``civilización occidental y cristiana''. El jefe de la organización criminal se llama Jorge Rafael Videla. La Iglesia suspira, los burócratas sindicales abandonan a las bases que el año anterior habían logrado expulsar del poder al siniestro José López Rega (a) El Brujo y los políticos salivosos se meten debajo de la cama.

El Partido Comunista decide el ``apoyo crítico'', los guerrilleros diezmados por la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) salen del país y sus conducciones se enfrascan en la guerra de ``aparatos''. Buena parte de la sociedad saluda el derrocamiento de un Poder Ejecutivo esperpéntico y un reducido grupo de intelectuales, entre los que figuran Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, se reúne con el jefe de los asesinos. Haciendo a un lado la metáfora, Borges declara: ``El general Videla es un caballero''. No piden por la desaparición del escritor Haroldo Conti. Ni tampoco por el poeta Miguel Angel Bustos, cuyo secuestro tuvo lugar en el manicomio donde creyó ponerse a salvo, apoyado por un grupo de locos que aullaban ``¡Al poeta no lo toquen!'', ``¡al poeta no lo toquen!''. No piden por ellos. Piden por la ``cultura''.

Años más tarde, las Madres de Plaza de Mayo consiguen conmover al inconmovible autor de ``Ficciones'', tan ciego ante lo social como los ciegos de Sábato en ``Informe para ciegos''. Por su lado, Sábato lamentará haber estrechado la mano de Videla y en 1984 se pone al frente de la Comisión Nacional de Desaparecidos (Conadep).

Segundo tiempo. A fines de 1977, los objetivos están semicumplidos. Con edades que van de los 16 a los 35 años, poco más del 51 por ciento de las víctimas son obreros y estudiantes. Sordos a la condena universal, los asesinos se indignan: ``los argentinos somos derechos y humanos''. Un nuevo vocablo, ``desaparecido'', se incorpora al diccionario universal de la infamia. El 10 por ciento del total de los ``desaparecidos'' son jóvenes embarazadas. Cerca de 500 bebés nacen en cautiverio. Argentina ya puede organizar el Mundial. Y puede ganar. El 25 de julio de 1978, la selección de Menotti gana el Mundial. En el minuto 37 de la final contra Holanda, Mario Kempes marca el primer gol; en el 81, la selección holandesa empata con gol de Naninga, situación que es resuelta con otro gol más de Kempes y uno más de Bertoni. Los argentinos no duermen. Festejan. Argentina es campeón.

¿A quién le importa el secuestro de Blanca Estela Angerosa (embarazada de cuatro meses, 3/3/78)? ¿Habrá sido varón la criatura de Patricia Dina Palacín (de tres meses y secuestrada el 5/4/78)? ¿Tuvo gemelos Mónica Sofía Grinspon de Logares (de cuatro meses, 15/5/78)? ¿Fue mujer el bebé de Silvia Raquel Schand de Lula (de tres meses, 26/5/78)? ¿Fueron violadas Laura Beatriz Segarra (de nueve meses, 23/6/78), María Segunda Casado (de cinco meses, junio de 1978) y todas las que entraron ``a los antros en cuya puerta podía haber inscritas las mismas palabras que Dante leyó en los portales del infierno: ``Abandonad toda esperanza los que entráis aquí...'' (Informe Nunca más, 1985).

Durante seis años, en el epicentro del terror, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo dejaron ensangrentadas con sus uñas las puertas cerradas de los templos y las catedrales. Luchaban y organizaban el llanto mientras en la Escuela de Mecánica de la Armada y en Campo de Mayo los sacerdotes católicos bendecían a los chicos y las chicas drogados con fármacos para evitar la desesperación antes de ser embarcados con rumbo al Atlántico Sur.

A bordo, los subordinados de Videla los mataban y les abrían el vientre a cuchillo para que sus cadáveres no flotaran, ¡Argentina campeón!

Tiempo extra. Cuando en Buenos Aires visito el cementerio de Chacarita, llevo flores a mi madre y a una joven hincha de Racing (que nunca gana) y que allí está enterrada con su bebé. Aquellos jeans ajustados, aquella euforia que sacudía las tribunas políticas y deportivas de ``la popular'', aquel ímpetu arrollador para hacer mil cosas a la vez.

``Tenés que tener fe'', decía. ``Ya vas a ver. Vamos a ganar por goleada. Sin fe no se puede ganar. Vamos a ganar. ¿No tenés fe?''.