Para mantener bajo control la in flación se ha impuesto en los últi mos tres años una estricta restricción sobre la cantidad de dinero y de crédito en la economía. Hasta ahora, ese objetivo principal de la política económica que ha sido frenar el ritmo de crecimiento de los precios, se había conseguido en un entorno que podía carac- terizarse como virtuoso en términos agregados. Es decir, la inflación cedía y, al mismo tiempo, la producción se recuperaba a tasas elevadas, mientras los intereses de corto plazo, a pesar de ser todavía muy altos se reducían paulatina- mente, aunque sin rebasar un piso de alrededor de 17.5 por ciento anual, y el tipo de cambio no mostraba sobresaltos que modificaran significativamente las expectativas de los inversionistas.
Pero dicen que la luz, para no cegar, requiere de sombras. Y éstas se han proyectado desde distintas posiciones. La caída de los precios del petróleo pareció caer como una sorpresa que provocó un ajuste en el gasto público, al tener que modificarse las proyecciones presupuestales para este año. La menor capacidad de gasto del gobierno es un elemento que tiende a reducir la dinámica de la economía. A pesar de las medidas que han adoptado algunos importantes países productores de petróleo para afectar las condiciones del mercado mediante la reducción de la oferta, los precios no reaccionan al alza. Hoy el crudo mexicano de exportación tiene un precio promedio de entre 8 y 10 dólares por barril, muy por debajo de la expectativa de 12.50 dólares para el año fijada después de la revisión presupuestal. Casi 40 por ciento de los ingresos del gobierno provienen de la renta petrolera y es por ello que éste se convierte en un precio clave de la economía, que pone de manifiesto que aún se encuentra petrolizada.
Y el petróleo no es el único choque externo que resiente la economía mexicana. La crisis financiera de los países asiáticos se ha extendido ya por largos meses y sigue teniendo un impacto adverso sobre los mercados de dinero y capitales, recursos que se desplazan rápidamente de un mercado al otro debilitando las condiciones generales de la gestión económica. A las caídas recurrentes de las bolsas de valores y a la insistente devaluación de las monedas de muchos países de aquella región, se suma ahora la declaración oficial de una recesión en la economía japonesa. Este es, sin duda, un factor que altera las expectativas de los diversos agentes del mercado y puede provocar reacomodos en los flujos de inversión y, aún más, arrastrar a la baja a otras economías.
En las dos últimas semanas se han registrado en México movimientos adversos en las principales variables económicas. El peso se ha depreciado con respecto al dólar hasta alcanzar hasta 9.10 en compras al menudeo, un valor que se esperaba hasta fines del año. Con ello, las tasas de interés se han ido al alza hasta llegar de nuevo a niveles cercanos a 20 por ciento y, entre tanto, la bolsa de valores sigue teniendo resultados negativos que se extienden prácticamente en todo lo que va de este año.
Pero no todos los efectos adversos vienen de fuera. La estructura de la economía no está respondiendo a las fuerzas que han estado generando la expansión macroeconómica. Esta divergencia hace que los choques adversos, sean de fuera y de dentro, se expresen en una mayor vulnerabilidad, como confirma también la acumulación del déficit externo. Todo esto anuncia que la fase de expansión del ciclo económico se está agotando. Es cada vez más difícil proyectar un crecimiento alto y sostenido del producto como se propuso en el Plan Nacional de Desarrollo y con el que sigue operando la política económica. El escenario se aproxima, en cambio, a un movimiento cíclico en que la expansión de los últimos dos años se está agotando. Si esto ocurre se podrá seguir manteniendo el objetivo antiinflacionario pero ahora en un entorno de menor crecimiento y más austeridad general. Este escenario tiene cuando menos dos manifestaciones. Una de carácter político, puesto que el calendario electoral es muy activo incluyendo ya al año 2000. Otra es de carácter económico puesto que a esa mayor austeridad alterará las previsiones con las que actualmente se está enfrentado la crisis bancaria y cuyos cálculos financieros se harán más grandes en ausencia de un crecimiento vigoroso.