ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Las palabras del presidente Ernesto Zedillo, pronunciadas el pasado viernes 12 en Las Margaritas, Chiapas, no encontraron la correspondencia esperada ni en La Realidad geográfica (punto donde se dice que tiene asiento el mando zapatista) ni en la realidad política ni en la realidad social. Es posible que hubiesen quedado simplemente en el plano de la realidad virtual.
En el caso de la realidad chiapaneca, los llamados presidenciales en favor de la legalidad y contra la violencia (aderezados con varias expresiones de buena fe y con párrafos de deseos abstractos plenamente compartibles por todos o por nadie) no pudieron pasar más allá de lo verbal. Una de las causas (dejando de lado recuentos históricos o reclamos por el incumplimiento sistemático de los acuerdos de San Andrés) es la muy simple de que los ciudadanos a quienes iría dirigido el discurso presidencial se encontraban inmersos en la sicosis derivada del acoso militar del que son víctimas con cada vez más fuerza en las semanas recientes. Es posible que las palabras del doctor Zedillo no pudiesen escucharse en los radioreceptores de baterías con claridad, ni con tranquilidad, debido al zumbar de helicópteros y aviones, al retumbar de las botas y a los motores de vehículos pintados de verde, entre ellos tanquetas.
En las ciudades, y a la distancia, donde se pueden analizar las palabras presidenciales con más cuidado, ha resultado todo un acertijo saber exactamente a quién dirigió sus palabras el doctor Zedillo (en el supuesto de que era a alguien ajeno a él mismo, o a sus operadores de Bucareli), cuando pronunció el siguiente párrafo: ``Debemos evitar a toda costa que acaben imponiéndose los más radicales de cada lado, que sólo conciben la solución como la destrucción de quienes no piensan como ellos. Impidamos que los pocos que en cada lado creen en la violencia, acaben imponiéndose por la fuerza de los hechos''. ¿A quién, o a quiénes, pregunta esta columna, podría aplicarse esta descripción? (Y, antes de contestar, Astillero, metido en la fiebre futbolera, reflexiona sobre el buen número de autogoles que se han anotado en los primeros juegos. Uno de ellos, el del portero español Zubizarreta, doloroso por cuanto desde antes había voces buscando su retiro de la meta hispana por razones de edad.)
Pero, además, la realidad política tampoco fue impactada positivamente por el discurso presidencial en Las Margaritas o por otros anteriores de corte similar. Allí está el contundente e inequívoco texto firmado por Mary Robinson, la titular del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Derechos Humanos. El ``deterioro alarmante'' de tales derechos en México es inocultable, y la militarización es, sin duda, un punto básico. Así lo ve una oficina cuya operación seria e institucional la pone a salvo de sospechas de activismos o parcialismo. De viaje por Europa, Mireille Roccatti no logra ver con tanta claridad lo que la ONU, o lo que sus visitadores en Chiapas, donde han sido vilipendiados a causa de su innegable gobiernismo. Amnistía Internacional, por su parte, teme una ``catástrofe de derechos humanos'' en México, y menciona con preocupación los casos no sólo de Chiapas, sino también de Guerrero, en particular el de El Charco.
En este contexto, resalta también el tono desusadamente directo con el que Andrés Manuel López Obrador se ha referido al presidente Zedillo y sus discursos y propuestas. El tabasqueño ha sido un dirigente cuidadoso, que en su proceso de maduración como líder nacional del partido con el mayor nivel actual de crecimiento ha cuidado sus palabras y ha evitado confrontaciones innecesarias.
Sin embargo, López Obrador, quien ya ha conocido de manera directa el pensamiento presidencial íntimo en alguna reunión privada en Los Pinos, ha colgado al doctor Zedillo etiquetas graves (inepto, incapaz, falsario) y ha criticado con energía su política respecto a Chiapas.
Son demasiados signos de la realidad real, como para seguir pensando que la realidad sólo es la de las recepciones escenográficas, de las multitudes acarreadas y bajo férreo control, la de los discursos pletóricos de buenas intenciones.
Tal vez vaya llegando el tiempo de que, en realidad, se atienda a la realidad.
Cocopa: la memoria como fuente de desconfianza
Resulta imposible despojar del manto de la sospecha a la aterciopelada solicitud gubernamental hecha a la Cocopa para que concerte una reunión entre el secretario de Gobernación, Francisco Labastida Ochoa, y la dirigencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
La Cocopa, hay que recordarlo por si hoy hubiese entre sus integrantes mala memoria, fue uno de los objetivos a derrumbar en la estrategia del eje Los Pinos-Bucareli desarrollada a partir de enero del presente año, con la llegada de Labastida Ochoa al Palacio de Covián.
La histórica gestión de la Cocopa original (integrada por diputados y senadores pertenecientes a la anterior legislatura, aunque algunos de éstos continuaron en razón de que su periodo sexenal no terminó en 1997) era, desde luego, un mal que los estrategas oficiales no podrían permitir que fuese repetido ahora, en los momentos cruciales de la batalla. Para cumplir ese propósito se tramó un plan de dosificada pero eficaz asfixia.
Por el lado del PRI se nombraron nuevos representantes. Uno de ellos es el coahuilense Javier Guerrero, de talante reflexivo y tolerante, pero incapaz por sí mismo, obviamente, de cambiar las circunstancias derivadas de la depreciación intencional desatada a la Cocopa. Otro priísta, el senador chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía, ha sido víctima de una campaña de acoso y difamación para debilitar su posición crítica.
El ajuste definitorio de la maquinaria priísta se dio con el nombramiento de otro diputado federal, que originalmente fue Roberto Albores Guillén, ahora gobernador interino del anterior interino que fue Julio César Ruiz Ferro. Enviado a Tuxtla Gutiérrez después de Acteal, y para ir organizando sus propias masacres, Albores Guillén fue relevado por Javier Gil Castañeda, dueño de un historial en las luchas campesinas y sociales que ameritó su inclusión en la ruda selección de Bucareli creada para combatir al EZLN.
Pero no son los perfiles de las representaciones partidistas el único punto preocupante en este sospechoso reavivamiento de la Cocopa, sino el hecho de que, golpeada, dividida y depreciada, la Cocopa pretenda ahora ser utilizada por la SG como instrumento de virtual mediación. Los acuerdos de San Andrés han sido incumplidos, la iniciativa de reformas constitucionales elaborada por la Cocopa no fue respetada, se pretendió confundir aún más a esa comisión y al entorno político con una supuesta ``segunda iniciativa'' que era como un as sacado no de la manga sino del bote de la basura, se le ha reducido casi a la inanición y, ahora, cuando ya sucumbió la Conai, cuando se tiene una votación priísta leal en su mayoría a los dictados superiores, cuando los segmentos concertacesionadores del PAN están buscando pretextos para caminar por los lineamientos de Bucareli, y cuando la representación del PRD ha tenido descuidos como el del episodio de la ``segunda iniciativa'', la Secretaría de Gobernación revive a la Cocopa, le sacude las telarañas y la lanza a caminar en busca de un encuentro ``directo'' de Labastida Ochoa con la directiva del EZLN.
Es necesario tener mucho cuidado para que el eventual fracaso de la Cocopa en esa tarea encomendada no signifique un pretexto más para que la maquinaria oficial de propaganda pretenda endilgar a los zapatistas una demostración más de reticencia a dialogar y negociar. Lo malo es que, desde ahora, y eso lo sabe bien el eje aliado Bucareli-Los Pinos, la votación mayoritaria en esa comisión está del lado de los intereses oficiales. ¿Tendrá sentido así, recibir oxígeno de boca a boca simplemente para ir a cumplir una encomienda, y luego decidir por mayoría de votos la emisión de un comunicado en el que se deje constancia oficial de que los zapatistas no responden a las peticiones de diálogo?
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