La Jornada Semanal, 14 de junio de 1998



LIBROS

Othón en el desierto

José Emilio Pacheco

Noventa y dos años tuvieron que transcurrir para que Manuel José Othón (1859-1906) pudiera ser leído al fin en unas Obras completas. Debemos agradecerle a monseñor Joaquín Antonio Peñalosa que durante medio siglo ha trabajado en ellas. El primer tomo contiene Ensayos poéticos (1875), un manuscrito adolescente que Peñalosa dio a conocer en 1947, Poesías (1880), Nuevas poesías (1883), aparecido aquí por primera vez, Poemas rústicos (1902), único libro que Othón reconoció como suyo, poemas no coleccionados de antes y después de aquella obra central, textos sin fecha y la letra de ``La casita'' que algunos le atribuyen. En el segundo tomo se hallan sus cuentos, sus seis obras publicadas y escenificadas (La cadena de flores, Después de la muerte, Lo que hay detrás de la dicha. Viniendo de picos pardos, A las puertas de la vida y El último capítulo), unas cuantas crónicas y artículos y narraciones. No se ha incluido el Epistolario que en 1946 publicó Jesús Zavala y ya casi nadie conoce.

Por su fecha de nacimiento Othón podría haber figurado entre los fundadores del modernismo que nacieron en los cincuenta del siglo XIX: José Martí y Salvador Díaz Mirón (1853) y Manuel Gutiérrez Nájera (1859). El se consideró un neoclásico y se declaró enemigo de los modernistas. Cuando en 1904 leyó en la Revista Moderna el ``Himno a la luna'', adelanto del Lunario sentimental de Lugones, opinió: ``O es un pastiche con que quiso tomar el pelo a nuestros modernistas -y lo logró- o don Leopoldo se ha vuelto loco de remate. Ya veremos. Creo que es lo último, porque Darío está hace tiempo lo mismo.'' Sin embargo ningún neoclásico hubiera logrado escribir ``En el desierto. Idilio salvaje''.

A los veinticinco años Othón tuvo el privilegio de que Después de la muerte se estrenara en el Teatro Principal. Gutiérrez Nájera lo reseñó en una de sus ``Crónicas del domingo'' y a partir de entonces Othón fue aceptado entre los escritores de la capital. El no quiso incorporarse al periodismo. Inició su largo recorrido como juez o agente del ministerio público en Cerritos, Guadalcázar, Tula, Santa María del Río, Tula, Saltillo, Torreón y Ciudad Lerdo.

Los tres primeros libros de Othón corresponden a sus dieciséis, sus veintiuno y sus veinticuatro años. No vuelve a publicar otro hasta Poemas rústicos de sus cuarenta y tres. Nadie en la literatura mexicana se ha preparado como él. Las doscientas cincuenta páginas iniciales del primer volumen muestran a un versificador como hubo miles en el ámbito de la lengua castellana. En estas imitaciones de Víctor Hugo y Lord Byron y de los poetas españoles anteriores al modernismo no se puede adivinar al gran poeta que será Othón en sus últimos años. Todo es de una monotonía y medianía tales que llevan a impugnar el concepto mismo de ``obras completas''.

¿Cuál es el corpus de un escritor? ¿Lo que él presentó como trabajos terminados o cuanto dejó en periódicos y en papeles dispersos? Sin duda para el investigador son muy importantes las tentativas, los fracasos y los borradores. Para el público lector las ``obras completas'' (``odiosamente completas'', decía Amado Nervo) diluyen la quintaesencia en fárrago.

Un trabajo como el de Peñalosa es indispensable y siempre le estaremos agradecidos por él. Hasta hace poco para tareas de esta naturaleza no había sino lo que tecnocráticamente llaman el ``soporte papel''. Quizá ha llegado la hora de transcribir en discos compactos lo que sólo interesa a estudiosos y especialistas y pensar en tomos, no menos compactos, para lo que constituye la verdadera obra de un autor.

Hacia 1888 dos acontecimientos literarios determinaron el camino de Othón. Monseñor Joaquín Arcadio Pagaza publicó Murmurios de la selva y le abrió el camino del paisaje mexicano como tema poético. En Los poetas mexicanos contemporáneos Manuel Puga y Acal, Brummel, le reprochó a su amigo Gutiérrez Nájera, quien cuatro años antes le había dedicado ``La duquesa Job'', el basarse más en Víctor Hugo que en su propia experiencia para escribir ``Tristissima nox''.

Brummel practicaba el placer de la objeción y no la justicia literaria. Es evidente que el campo descrito por Nájera es el de la hacienda de sus parientes donde sitúa muchos otros textos como ``La mañana de San Juan''. Lo importante es que Othón decidió ``ser sincero hasta la ingenuidad'', no ``expresar nada que no hayamos visto; nada sentido o pensado a través de ajenos temperamentos.''

Un proyecto así era útil como orientación literaria pero tan imposible de cumplir en la práctica como las autoexigencias de Díaz Mirón. Othón lo consideraba el mejor poeta mexicano y sin embargo, con el ejemplo de ``Idilio'', demostró hasta qué punto él mismo violaba su procedimiento de no acentuar en un verso una misma sílaba o evitar asonancias y sinalefas. Le dice a Juan B. Delgado: ``Eso, además de ser casi imposible, si se logra, hace los versos muy duros, oscuros y confusos.'' Por otra parte, no son defectos sino ``accidentes naturales y necesarios del idioma; querer evitarlos es quitarle flexibilidad, dulzura y gracia a la lengua.''

Del mismo modo Othón aspiraba a un imposible: la idea misma de una poesía pastoral nace de Teócrito y Virgilio.áEn la ``Noche rústica de Walpurgis'' Othón dialoga con los clásicos grecolatinos lo mismo que con Goethe y en uno de sus grandes poemas finales, la ``Elegía a Rafael çngel de la Peña'', incorpora con la mayor naturalidad versos del siglo de oro.

La correspondencia con Delgado es el mayor acercamiento que hemos tenido hasta hoy al taller de un poeta mexicano. Nos enteramos por ejemplo de que Othón tardaba meses en hacer un soneto. Escribir es difícil y trabajoso: ``hago un estudio de cada palabra, de cada cláusula, de cada oración.''

Gracias al indispensable Fichero bio-bibliográfico de la literatura mexicana del siglo XIX que hizo çngel Muñoz Fernández en 1995 sabemos que Juan Bautista Delgado (1869-1929), el gran amigo epistolar de Othón, nació en Querétaro, tuvo una carrera consular y publicó muchos libros de poemas, reunidos en Poesía (1968) por Rafael Oliveros Delgado. El cuidó la edición de Poemas rústicos (1902), libro sólo comparable a Lascas, del año anterior. Ambos cierran nuestro siglo XIX y abren el que termina ahora.

Con toda su grandeza y sus poemas ya imprescindibles como el ``Palmo del fuego'', los Poemas rústicos parecen la construcción del escenario en que se escenificará ``En el desierto. Idilio Salvaje'' (1904-1905), un poema que supera a cuanto se había escrito en esa tierra después de Sor Juana. En principio ``idilio'' (que significa ``cuadrito'') en todo poema bucólico expresa el menosprecio de la ciudad y la alabanza del campo. Los neoclásicos usaron los ``idilios'' para revestir de inocencia la sexualidad y situarla en un ámbito natural en que no operan los convencionalismos sociales.

El ``idilio'' de Othón tal vez iba a ser nada más ``silvestre''. Lo transformó en ``salvaje'' la violencia de la pasión adúltera que lo estremeció en los años finales de su vida. Al defensor de la sinceridad no le quedó más remedio que atribuir la experiencia vivida a su amigo Alfonso Toro (1873-1952), el historiador zacatecano que hizo libros como Un crimen de Hernán Cortés, La familia Carvajal y su Historia de México.

Dante derivó la palabra ``égloga'' de la raíz aix, cabra. Según William Packard, la ``égloga'' combina temas pastorales y rurales con un elemento de los ritos dionisiacos que celebraban la fertilidad y el erotismo. Othón resexualizó un tipo de poemas que sus antecesores habían presentado como casto y apto para leerse en la sala familiar y en las escuelas.

Peñalosa ha limpiado el corpus othoniano de los innumerables errores que lo agobiaban a partir de la edición de 1928, a cargo de S.N. No es creíble que sea Salvador Novo el responsable de tal desastre, el mismo joven Novo que en aquel año le corrigió a Alfonso Reyes las erratas de sus Cuestiones gongorinas.

En el tercer soneto del ``Idilio'' el segundo verso lo hemos leído como ``(bajo el peso) de sibilante brisa que asesina''. Peñalosa restaura grisa. En el Diccionario grisa aparece como ``piel de una especie de ardilla de Siberia.'' Pero si se consulta la entrada anterior, ``gris'', se verá la cuarta acepción: ``Frío, o viento frío''. María Moliner le consagra un apartado: ``Hacer gris: viento poco violento pero muy frío''. Parece que al mexicanizar el vocablo le cambiamos el género. Como tantos otros términos que Peñalosa ha rastreado en Othón, ya no figura en nuestro vocabulario. De todos modos el ``Idilio'' debe decir, como escribió su autor, ``grisa'' y no ``brisa''.

Hay mucho que opinar acerca de las narraciones y obras teatrales de Othón. Por lo pronto adaptan, nacionalizan, hacen nuestra una línea de la narrativa española. El poeta leyó muy bien a Galdós, a José María de Pereda y a Juan Valera. (Una curiosidad: su esposa, Josefina, fue conocida como ``Pepita Jiménez''). El cuento es el más antiguo de los géneros; el cuento literario, la short story, es novísimo: no tiene más de un siglo entre nosotros y Othón es uno de sus fundadores a partir de la leyenda, el relato de viajes y el cuadro de costumbres.

Ya no podemos con más teorías de la conspiración. Sin embargo, hay una sombra de duda al releer ``El Montero Espinosa'' y enterarse de que hasta los sabios Peñalosa y Montejano y Aguiñaga desconocen la fecha en que se publicó este cuento y su manuscrito no figura en el archivo de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

``El Montero Espinosa'' es una denuncia del abuso sexual que tanto tuvo que ver con el estallido revolucionario. El boceto ``La nochebuena del labriego'' (1895) muestra a un Othón crítico del porfiriato como se manifestaba en las haciendas. por tanto apoya su autoría de ``El Montero Espinosa''. Pero su primera publicación en los Poemas y cuentos que Miguel Bustos Cerecedo hizo para la Biblioteca Enciclopédica Popular de la SEP en 1945, podría sugerir que los escritores de izquierda inventaron un Othón capaz de responder a las póstumas acusaciones de su coterráneo, el novelista Jorge Ferretis.

En pleno fervor del realismo cardenista Ferretis lo acusó muy injustamente de ``colono mental''. Si esta posibilidad tuviera un viso de razón, el único del grupo y de la época que pudo haber escrito el cuento es Lorenzo Turrent Rosas, autor de ``Jack'', una breve y olvidada obra maestra.

Othón ha sido afortunado en su posteridad crítica. Nunca se levantaron contra él los cargos hechos a sus maestros y contemporáneos españoles, objeciones originadas en la campaña antirrealista que emprendió José Ortega y Gasset hacia 1915 para contribuir a la liquidación del siglo XIX. (Se nos espera la del XX).

Su obra dramática, imposible de juzgar en pocas líneas, sigue los pasos de José Echegaray (1832-1916), autor de El gran galeote, El loco Dios y El hijo de Don Juan. Echegaray fue considerado ``el Ibsen español'' y recibió en 1904 el Premio Nobel. Hoy, sin leerlo, lo juzgamos perpetrador de melodramas grandilocuentes. Al derrumbarse nuestras seguridades intelectuales hay que revisar a Echegaray y con él al teatro de Othón.

Sea como fuere, escribir versos dramáticos flexibilizó su instrumento lírico. La prosa narrativa lo hizo más directo y veloz. Nada se perdió para Othón en sus largos años de ejercitarse en el oficio. Se dirá que es muy poco en cantidad lo que logró para tantos años de esfuerzo. No importa que de las 1140 páginas de sus Obras completas sobrevivan el ``Idilio salvaje'' y otros cuatro o cinco poemas. Nadie hace mucho más y estas páginas vivirán mientras viva la lengua castellana.