La Jornada Semanal, 14 de junio de 1998



Marco Antonio Campos

ensayo

Nota de presentación

El poeta Marco Antonio Campos convocó a un grupo de notables críticos y dio forma a este conjunto de admiraciones othonianas, presidido por el poema de un amor que fue, al mismo tiempo, deseo y cataclismo.

Manuel José Othón ha quedado -quedará- por una docena de intensos poemas, de los cuales dos se repetirán infinitamente: Himno de los bosques e Idilio salvaje. Nadie antes de Othón había hecho vivir el paisaje con tal vehemencia hasta volverlo personaje. Nos habíamos tenido que habituar a las decoraciones barrocas de la Colonia y a los idilios delicados y artificiales de los árcades. Entre los primeros románticos quizá lo mejor fueron los cuadros sosegados del paisaje orizabeño que trazó José Joaquín Pesado, imágenes del Cosamaloapan de Manuel Carpio y pinceladas del Ajusco y de Chapultepec de Ignacio Rodríguez Galván. La notable excepción en el romanticismo tardío fue Manuel M. Flores, quien, en poemas como ``Bajo las palmas'', hace vivir -arder- el paisaje confundiéndolo con el cuerpo de la mujer, el cual prefigura Idilio salvaje. Desde luego hay diferencias: el del poeta poblano acaece en el trópico; el de Othón en el desierto; el de Flores es la voluptuosidad en sí misma; el de Othón es eso, y, además, un hondo y complejo drama humano.

Himno de los bosques es una de las maravillas rítmicas de la lengua española. Es un poema que al dejar de leerlo o al recordarlo tiempo después, toca en el cuerpo con una múltiple variedad de sonidos. El gigantesco salterio crea un gigantesco salmo donde se conciertan las voces de animales, de aves, de serpientes, de la vegetación, del aire, de la lluvia, del cielo. Hay gritos y voces, cantos y trinos, golpes y retumbos, murmullos y susurros, crepitaciones y silbidos, graznidos y zureos. Todo es uno y se oye desde el alba hasta la noche para formar un altísimo himno que busca corresponderse con la naturaleza. Es un gran poema de aliento controlado. Othón sopesa cada palabra y cada sonido. Es un instante lírico milagroso que nació a la luz del buen astro en medio de su música naturaleza. Me explico: para coordinar una sinfonía verbal semejante, el joven director de orquesta, que en ese momento contaba con 33 años, escuchó en minucia cada instrumento que tocan los seres del orbe vegetal y animal en el ámbito de los bosques para recobrarlos en endecasílabos armónicos.

Idilio salvaje es en el fondo un poema desgarradoramente melancólico: es el adiós a la mujer y al amor: en ella quemará su último incienso y deshojará las postrimeras rosas. Es el gran grito doloroso final del duelista o del combatiente. Aquí la naturaleza ya no es la madre nutriente ni el seno acogedor: es el lecho de posesión de los amantes donde los cuerpos se retuercen como lianas en el quemante deseo. Pero el nido de la arena ardiente se convertirá en un arenal inmenso. Todo se habrá vuelto al último para él ruinas y humo: el sexo, el amor, la existencia, la moral. ``Un hondo y tremendo cataclismo.''

Pero Othón también escribió un puñado de cuentos, piezas teatrales, estampas, artículos, que complementan -completan- la visión de conjunto del autor. En momentos de sus cuentos y estampas nos parece estar leyendo pasajes paisajísticos de sus poemas, donde montañas, bosques y desiertos se delinean con poderosa visualidad.

Gracias a dos presbíteros potosinos, Joaquín Antonio Peñalosa y Rafael Montejano y Aguiñaga, quienes, con paciencia de patriarcas bíblicos, han estudiado y explorado la obra de su antiguo coterráneo por cosa de medio siglo, sabemos todo lo que publicó Othón y lo tenemos a la mano. Han sido los favorosos guardianes de la memoria poética literaria y vital del gran poeta de San Luis. Uno, Peñalosa, ha tenido en esto una sensibilidad más próxima a las letras, y el otro, Montejano, más la perspectiva del historiador y del biógrafo. Hace unos meses el FCE publicó las obras completas preparadas por Peñalosa, y Montejano acaba de reeditar en las prensas de la Universidad Autónoma de San Luis su documentadísima biografía (Manuel José Othón y su ambiente), que tiene la virtud de leerse como una novela, y en unos meses el Programa Editorial de la Coordinación de Humanidades de la UNAM publicará completo el epistolario del poeta incluyendo las cartas a su mujer que se salvaron del fuego. Un adelanto del ``epistolario conyugal'', con las explicaciones debidas, da Montejano a La Jornada Semanal. Peñalosa, a su vez, envía un precioso y conmovedor retrato de la viuda del poeta, quien sobrevivió 43 años al marido, acompañada siempre -como cuando estuvo con él- de la ``hermana pobreza''.

De Evodio Escalante es el magnífico ensayo ``El dios en el precipicio'' (UAM, 1989), donde halla ángulos inquietantes del drama othoniano; no menos interesante, con su característico tono polémico, es el texto que nos entrega, ``El catolicismo radical de Manuel José Othón'', donde enfatiza el magnífico don de horror que tuvo el poeta potosino en su prosa y poesía y donde se detiene asimismo a analizar intrincados aspectos éticos y religiosos del misterioso y terrible Idilio salvaje.

Arturo Noyola, investigador del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM, es autor del libro Morir entre la escarcha (sobre Manuel José Othón), publicado en 1991, donde explora símbolos y fuentes literarios, históricos y religiosos de la obra. En el texto que hoy envía, adentrándose en tres cuentos, trata de ilustrar las diversas escuelas y movimientos que conviven en ellos: modernismo, simbolismo, positivismo y, hacia atrás, romanticismo. Dice Noyola de Othón: ``Afianza un pie cien años antes y otro cien años después.''

He aquí un abanico de interpretaciones para que el lector recuerde a uno de nuestros grandes poetas en el 140 aniversario de su nacimiento. Agradecemos a Hugo Gutiérrez Vega, entusiasta othoniano, la invitación para hacerlo.