Angeles González Gamio
Muchas caras

Toda gran urbe tiene muchas caras. Un buen ejemplo de ello es la antigua ciudad de México, hoy llamada Centro Histórico. Con una historia de casi 700 años, a lo largo de su vida ha gozado y padecido innumerables bendiciones y calamidades.

Entre las primeras está su ubicación geográfica, en una cuenca rodeada de montañas, entre las que destacan dos de los volcanes más bellos del mundo; posee un clima maravilloso y desde su nacimiento en el siglo XIV se le han estado edificando hermosas construcciones; todo ello en gran medida aún existe. Aunque ya poco podemos ver los colosos de nieve por la contaminación, allí están y nos deleitan en los escasos días claros.

Ese es uno de los problemas que la aquejan, a los que se le suman el tráfico, la inseguridad, el ambulantaje, todo en números excesivos. Hace unos días un titular del periódico declaraba: ``el centro, la zona más peligrosa de la ciudad''.

Yo leía la noticia sentada en una mesa al aire libre, en un agradable restaurante de la calle de Gante, mientras veía pasar señores platicando plácidamente y alguna señora con bolsas de las tiendas de los alrededores; no faltaban niños, una ancianita alimentando a las palomas, el vendedor de lotería y el imprescindible cilindrero, con su música nostálgica, tan propia del lugar. Me era difícil identificar ése sitio tan grato con la descripción atemorizante que pintaba el reportaje, que basaba la información en que se han detectado 15 vecindades en donde viven ladronzuelos. En las mismas páginas se hablaba de una zona del estado de México, en la que se descubrieron 60 casas del siniestro Cortaorejas; sin embargo, ese rumbo no se consideraba de peligrosidad.

No cabe duda que la información debe ser verdadera, pero ciertamente no está bien ponderada. No se menciona que diariamente circulan por el centro alrededor de tres millones de personas, y hay autoridades que hablan de cinco: los que trabajan ahí, los que van de compras, los que salen de paseo, los de paso y quienes allí habitan --que son los menos. Así pues, no es de extrañar que sea donde más robos se cometen.

Sin embargo es igualmente cierto, como nos consta a los que diariamente estamos ahí a todas horas y por todas partes, que se siente más seguridad que en la mayoría de las colonias de la ciudad, desde luego mucha más que en los barrios elegantes en donde no hay seres humanos en las calles.

De ello hablan los hechos: cotidianamente se abren nuevos negocios de toda índole; en lo que va del año se han restaurado 66 casas y hay 125 obras en proceso, según nos informa el Fideicomiso del Centro Histórico. La mayoría son para abrir establecimientos comerciales y uno que otro para vivir. Esto nos da otra realidad, otra cara de este lugar fascinante que no ha podido librarse de los problemas que aquejan a toda la urbe, pero que también ofrece más encantos que ningún otro.

Eso lo puede comprobar viniendo cualquier día a visitar con la mayor tranquilidad alguno de sus 52 museos, o comprar la extravagancia que se le ocurra --porque no hay que olvidar que si no lo encuentra en el centro es que no existe--, y terminar en alguno de sus innumerables restaurantes para darse cualquier antojo, sea de comida española, china, mexicana, japonesa, vegetariana, kosher, argentina, internacional, o simplemente tomarse un aromático cafetín en alguno de los tradicionales, como el Emir en la calle de Isabel la Católica, el café Río en Donceles o en el nuevo The Coffe Factory, en la señorial avenida Madero.

Además, está el atractivo adicional de que la delegación Cuauhtémoc tuvo el buen tino de volver a permitir que los restauranteros sacaran mesas a calles como la mencionada Gante, situación deliciosa en esta temporada de calores, aunque en realidad, en esta ciudad bendita el exterior se puede disfrutar todo el año.