Néstor de Buen
Viejos y nuevos sueños

He sido toda mi vida un aficionado al futbol. Lo jugué durante muchos años, desde chavalillo. Ya en México, bajo el mando absoluto de mi hermano Odón y con la no muy frecuente participación de Jorge y nuestros amigos, formamos un famoso equipo, el ``Madrid'', que aprovechaba cualquier cancha, por regla general en un estado terráqueo notable y con porterías sin redes, pero que la vestían de pasto y tribunas repletas nuestros sueños y el amor absoluto por el deporte. Con su infaltable strip-tease, ya que no había vestidores para cambiarse y los sustituía la solidaridad activa de los mismos compañeros, que hacían una casita no tan eficaz.

En la época en que me incorporé a las Juventudes Socialistas Unificadas de España, la famosa JSU, en los años 40, una de mis tareas políticas que tuvo éxito notable fue la creación de una liga de futbol de la que fui secretario, y Secundino Castillo presidente, la primera Liga Española, para la que yo conseguía, de domingo a domingo, un pase en el Banco de México que nos permitía jugar en unas canchas por el rumbo de la Secretaría de la Defensa.

Con el mismo motivo fui fundador de la Asociación de Futbol del Distrito Federal, con el pomposo título de prosecretario, que me hacía firmar todas las credenciales de los jugadores amateurs. Allí degeneró mi firma. El notable beneficio: un pase permanente para asistir al futbol sin pagar boleto, que casi nunca aproveché. Conservo con nostalgia mi vieja credencial.

Los jugadores de verdad de esos tiempos llenaban de entusiasmo las tribunas: España, Asturias, Atlante, Necaxa, América (perdedor natural en aquellas épocas), Marte, Orizaba, Selección Jalisco y alguno otro que olvido.

La construcción del estadio de la Ciudad de los Deportes fue un acontecimiento memorable, pues sustituía las viejas tribunas del ``Necaxa'', por los rumbos de la colonia Obrera y del Asturias, por ``El Chabacano''.

Jugué casi todos los puestos, menos aquellos: medio centro o interior, que requerían dominio de bola. Como portero pude ser profesional, aunque nadie me lo crea ahora. Pero me ocupaban y preocupaban mucho más otras cosas, y el futbol fue declinando y transformándose en una especie de entrenamiento a mis hijos y a sus amigos. Ya madurito, Odón me invitó a jugar en un equipo de la Compañía de Luz, departamento de Construcción, con el que ganamos un torneo, el único que me tocó ganar. Fue el final.

Nunca soñé ser espectador directo en un campeonato del mundo y, como muchos mexicanos, tuve el privilegio de presenciar dos. Me tocaron juegos memorables, sobre todo un inolvidable Italia-Alemania y la filigrana de la final en la que Pelé y su pandilla derrotaron a los bravos italianos. Sin olvidar el gol de Maradona contra Inglaterra.

A la inauguración del segundo campeonato mundial llegué viajando desde Río de Janeiro.

En el avión, a partir de la escala en Sao Paulo, había puros fans. En Miami se agregaron unos alegres escoceses que desayunaron con whisky y ginebra, y ya pueden suponer el grado de entusiasmo que demostraron a bordo, violando todas las reglas del cuidado transportil. No necesito imaginarme a los hooligans, que los tuve cerca.

Al llegar al aeropuerto me esperaba un chofer que me trasladó al Azteca, donde estaban ya mis hijos y amigos. No había dormido y supongo que por ello mismo me pasé todo el juego de la inauguración: la memorable victoria de México sobre Bélgica --que ojalá se repita-- con la sensación de que estaba temblando. Y eso que no participé en la fiesta escocesaÉ

Recordaba todo esto al ver en la televisión a los aficionados en París y sus alrededores, en la fiesta previa y ya en los juegos. Vi la plaza de la Concordia, tan bella, y sentí escalofríos de que los turistas: unos burgueses con dinero suficiente para viajar y echar relajo, sean tan salvajes como nuestros entusiastas y proletarios visitadores del Angel de la Independencia, que si tuviera México otro campeonato del mundo, con toda seguridad se echaría a volar hacia zonas más tranquilas.

Me apasiona el futbol, y por ello mismo siento escalofríos ante las ominosas referencias del gran Pelé respecto de nuestro equipo.

Ojalá que en la próxima lista de héroes máximos de nuestra golpeada historia, aparezca también el nombre de Manuel Lapuente. Pero lo dudo.