Cyrano de Bergerac concibió un dispositivo volador para llegar al Sol. Era una especie de cinturón lleno de frasquitos que contenían un combustible natural, sin contaminantes y que además era fácil de conseguir: el rocío. Según el proyecto de Cyrano, el calor del Sol atraería a los frasquitos llenos de rocío y mandaría rumbo al espacio exterior al bravo que lo trajera puesto. Si se quería hacer una escala, en la Luna por ejemplo, bastaba con restarle poder a la atracción del Sol, rompiendo unos cuantos frascos de rocío. Las abundantes complicaciones físicas de este proyecto terminan desvaneciéndose si se piensa en la complicación sentimental de estar solo en la Luna, con la mitad de los frascos rotos y sin posibilidad de recolectar más rocío para continuar el viaje. Pensando en esta complicación H. Renard, un pintor amigo de Cyrano, pintó un cuadro, fechado en 1648, que desde entonces ha coleccionado una lista enorme de vituperios; nadie comprende el significado de ese hombre que llora en la superficie lunar con un frasco roto en la mano. El título tampoco ayuda: Gilles nunca alcanzará el Sol.
Una de las complicaciones físicas del dispositivo de Cyrano de Bergerac era el agua, que entonces no podía encontrarse en la Luna; aunque Johannes Kepler, en ese mismo siglo del cuadro y del dispositivo, ya había lanzado un pronóstico al respecto: ``por medio de canales profundos, los selenitas conducen las aguas calientes a las cavernas, a fin de refrescarlas''.
Casi 300 años después, el cineasta Georges Mélies también lanzó su pronóstico sobre el agua lunar, puso en la versión de nuestro querido satélite, que aparece en su célebre filme, una tormenta de nieve.
La NASA decidió hace tiempo encaminar sus esfuerzos al descubrimiento del agua lunar. Hace unos meses, el 7 de enero, confirmó lo que había dicho Kepler hace más de 300 años; la sonda espacial Lunar Prospector mandó evidencias de que en la parte oscura de los polos hay agua en forma de lodo helado. Nótese que aquello de los canales profundos y de las aguas refrescadas en cavernas era de una exactitud conmovedora. A partir de estos depósitos de lodo convertible en agua la NASA ha empezado a proyectar la primera ciudad en la Luna. La reserva de los polos, de acuerdo con los cálculos de la Lunar Prospector, equivale al agua que usa la ciudad de México en un mes.
Varios factores han provocado que la NASA se empeñe en colonizar la Luna, los más importantes son, por supuesto, los económicos, comenzando por el turismo lunar que dejaría un dineral y siguiendo con la explotación del Titanio, el Iridio y el Helio 3.
Los japoneses, que en el terreno de los avances tecnológicos se pintan solos, han pronosticado que el turismo dejará más ganancias que el Helio 3 y se han puesto a la vanguardia de la hotelería espacial. La compañía constructora Shimizu promete que antes del año 2020 pondrá un hotel en órbita alrededor de la Tierra.
Por su parte la constructora Obayashi anunció que antes de la mitad del siglo que viene inaugurará un hotel en Marte.
Astrónomos, filósofos, escritores, cineastas y demás expertos en el cosmos han estado trabajando durante siglos, sin saberlo, para que el dueño de una cadena de hoteles, que será un gordo del tamaño de una cama matrimonial, multiplique su fortuna.
En el prólogo de las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, Jorge Luis Borges escribió unas líneas que servirán de consuelo cuando la Luna, más que la Luna, sea un suburbio de Houston (Texas): ``Ludovico Ariosto imaginó que un paladín descubre en la Luna todo lo que se pierde en la tierra, las lágrimas y suspiros de los amantes, el tiempo malgastado en el juego, los proyectos inútiles y los nos saciados anhelos''.