Don Samuel Ruiz García, obispo de San Cristóbal de las Casas, y ante todo cristiano, tiene muy claro que en la Biblia la persona humana es considerada como un todo, y no como una alma que habita un cuerpo. La vida espiritual es, por tanto, el esfuerzo constante y diario para asegurarnos que el espíritu que nos mueva sea el Espíritu de Dios y no cualquier otro espíritu. Las primeras grandes manifestaciones del Espíritu se dan en los Profetas. La palabra griega prophetes tiene significados interrelacionados entre sí: significa los que denuncian, los que hablan antes, y los que hablan por. Los profetas denuncian porque ven la realidad desde los ojos y el sentir de Dios, por eso son valientemente críticos del mundo que les rodea y claman en su nombre exigiendo la transformación de personas y estructuras, a la luz del plan divino. Lo que hacía a los profetas diferentes a los demás hombres era su interpretación de los signos de su tiempo. Los signos de los tiempos eran siempre acontecimientos histórico-salvíticos que hoy nosotros clasificaríamos como acontecimientos políticos, sociales, económicos, culturales, religiosos y hasta psicológicos. Todos estos acontecimientos eran considerados signos, signos buenos o malos, signos de la misericordia de Dios y de su ira, signos de esperanza y signos de desgracia inminente. El espíritu de Dios los hacía capaces de leer los signos de su época de forma correcta y de proclamar lo que veían y preveían a la luz de su experiencia de Dios. La previsión o predicción de un profeta es siempre condicional, lo que los profetas preven son las consecuencias de lo que se está haciendo o dejando de hacer ahora. Preven el futuro en el presente, en las tendencias actuales, en los signos de los tiempos. Por consiguiente, si las personas cambian ahora, el futuro será diferente. Se trata de una cuestión de transformación social y personal. Se trata de la conversión de todo el pueblo y de los líderes del pueblo. Ellos estaban mucho más adelante de su tiempo y, por eso, rara vez eran apreciados por sus contemporáneos. Miraban hacia delante, estaban orientados hacia el futuro. Los profetas tenían los pensamientos de Dios porque ellos compartían sus sentimientos y valores. Esto es lo que significa estar lleno del Espíritu de Dios, y lo que nos hace capaces de leer los signos de los tiempos con honestidad y veracidad.
Monseñor Ruiz como obispo y profeta conoce que la compasión de Dios está siempre acompañada de su ira e indignación ante la injusticia y la mentira. Son los dos lados de una misma moneda, porque no podemos realmente amar o tener verdadera compasión, si nos somos capaces de compartir la ira e indignación de Dios ante los crímenes de lesa humanidad. Cuando una persona perjudica a otra, cuando las personas son crueles unas con otras, cuando explotan y oprimen a los demás, entonces la verdadera compasión por los que son oprimidos acarrea necesariamente la indignación con los que les hacen sufrir. No es una ira egoísta o de odio, es una ira de compasión. Es una ira que los reta a que cambien.
Don Samuel ha vivido que el compartir la indignación de Dios puede ser una experiencia liberadora y humanizadora y una fuente de energía, de fuerza y decisión en nuestra vida. Una vida en el Espíritu es una vida de denuncia de lo que hay de mal en nuestro mundo, en nuestra sociedad. En los Evangelios se puede percibir el impulso de compasión en Jesús.
La compasión es la interiorización de la justicia, es la fuerza impulsora que nos mueve a hacer justicia espontáneamente y de buena gana. El sentir simplemente lástima de alguien o la compasión sentimental y pasiva no es compasión evangélica. La compasión lleva a la acción. Don Samuel y su diócesis han comprendido que la calidad de su respuesta al indio, al necesitado en el mundo de hoy, es un indicador de la calidad y de la profundidad de su amor, de su vida espiritual y de su unión con Dios. Cuando Jesús emitió su mandamiento de amor, estaba proponiendo un mundo totalmente nuevo, en el que las personas, grupos y naciones estuviesen interrelacionados, respetándose mutuamente y preocupándose los unos por los otros. Don Samuel, como conocedor de las Sagradas Escrituras, ha comprendido con profundidad su misión como cristiano y como obispo. Siguiendo toda la gran tradición de la Iglesia, se ha ocupado de las cosas llamadas terrenales, porque sabe que son también las llamadas espirituales.
Los Santos Padres, como San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, etc., fundadores del pensamiento cristiano y de la liturgia cristiana, en las homilías se ocuparon de lo social, lo político, lo económico, de la guerra y de la paz. Igual que don Samuel fueron obispos que supieron leer los signos de su tiempo. Tener compasión de su pueblo es una de las características de los grandes obispos de la tradición cristiana. Hablar de los signos de los tiempos en la liturgia no es pervertirla, es la gran tradición de las iglesias cristianas. Monseñor Ruiz es un obispo fiel a la tradición eclesial y episcopal y, sobre todo, fiel y dócil al Espíritu de Dios, no a cualquier espíritu aventurero y legaloide.