Con esta entrega termino la larga reflexión que durante varias semanas he venido haciendo sobre el neoliberalismo. Con ello no pretendo en absoluto pensar que los temas circundantes se han agotado, sino que hay una gran cantidad de problemas coyunturales que también merecen atención.
Quizá la mayor crítica al neoliberalismo se ha hecho desde el deprimente desempeño que ha tenido la economía mexicana no sólo en 1995, sino inclusive en los mejores momentos del salinismo. Esta crítica se ha basado en el siguiente silogismo (que por correcto oscurece el análisis económico riguroso): durante ese periodo se aplicó con toda intensidad la reforma neoliberal y se obtuvieron resultados deplorables. Por tanto, el principal culpable es el neoliberalismo.
A pesar del tiempo transcurrido, y aparentemente como consecuencia directa de la crisis asiática, ha retornado el interés académico mundial por profundizar en las razones del fracaso del llamado milagro mexicano (Edwards, S. ``The mexican peso crisis: how much did we know? When did we know it?'', NBER, 1997). La gran mayoría de los reportes llegan a la conclusión siguiente: no falló la naturaleza neoliberal de las reformas, sino la aplicación de la liberalización financiera y el erróneo manejo de la política monetaria y cambiaria. Esos tres aspectos combinados generaron un circuito fatídico que llevó no sólo a la política económica, sino a la economía mexicana misma, a un callejón sin salida. Pero el grueso de las argumentaciones plantea que justamente la obstinación del gobierno por no permitir que funcionaran los mecanismos del mercado provocó ese terrible impasse y el posterior colapso. Esto pasó claramente con el manejo erróneo del tipo de cambio y la tozudez de usarlo como ancla desinflacionaria, aun en presencia de un exorbitante desequilibrio externo que, combinado con una euforia financiera, llevó a una elevación de los agregados monetarios incluso en presencia de altas tasas de interés.
Los múltiples hechos políticos delictivos de 1994 y la negativa gubernamental a corregir --con medidas de mercado-- complicaron las cosas hasta que la pérdida de confianza en la política económica y en las autoridades agotó las reservas internacionales. Lo demás, finalmente, lo ajustó el mercado.
En síntesis, la literatura reciente demuestra, con gran rigurosidad, que el gobierno retrasó en todo momento la operación de los ajustes naturales y necesarios que el rumbo de la economía estaba demandando. Sin embargo, cuando perdió el control de las cosas tuvo que recurrir a los mecanismos del mercado, al abandonar la paridad cambiaria y soltar el control sobre las tasas de interés.
Las leyes del mercado finalmente se impusieron, pero con costos sociales (que todavía persisten) y políticos (para el gobierno y para el PRI) que bien se pudieron evitar.
Resultó, pues, que los tecnócratas (calificados siempre de neoliberales) fueron malos políticos pero peores neoliberales.