Rodolfo F. Peña
A mitad del silencio

Aun con la permanencia de personas de tan alto rango moral e intelectual como don Pablo González Casanova, la Conai tenía que disolverse después del comunicado de renuncia a la presidencia dado a conocer el pasado domingo por el obispo Samuel Ruiz. Todos entendimos que sólo él, después de muchas décadas de trabajo con los indígenas de su diócesis, podía fincar una mediación confiable entre el EZLN y el gobierno, siempre y cuando ambas partes estuvieran dispuestas a dialogar.

Cuando fue así, hubo diálogo, difícil y teñido de incomprensión y hasta de menosprecio de parte de los negociadores oficiales, y se alcanzaron los acuerdos de San Andrés, que pese a sus insuficiencias representan hasta ahora la posibilidad de mayor avance legislativo en materia de reconocimiento de los derechos indígenas. Pero luego la Conai quedó incómodamente instalada en medio del silencio de las partes.

Silencio en cuanto a la prosecución del verdadero proceso pacificador, el que daba sentido pleno a la Conai. Por el lado del EZLN, el silencio es inquietante pero comprensible: ¿para qué hablar, para qué sentarse a la mesa del diálogo cuando los acuerdos y compromisos anteriores han sido despóticamente desconocidos y es evidente que se ha optado por la unilateralidad? En ese cuadro, hablar sería lo mismo que censurar, condenar, descalificar, lo que en condiciones de cerco militar y paramilitar equivaldría al desencadenamiento de la guerra en situación de desventaja. Mejor el silencio prudente, en espera de que otras fuerzas obliguen al gobierno a rectificar.

Por el lado gubernamental, el silencio ha sido harto vocinglero y activo. En busca de crédito social, se ha hablado mucho, y mucho más de la cuenta. Se ha hablado de paz, de derecho, de respeto y asistencia a las comunidades indígenas, de rechazo a una estrategia de guerra... Palabras, sólo palabras, ruido y furia. En los hechos, matanzas como las de Acteal y Taniperla, atropellos sin cuento a las comunidades, ocupación militar de templos, encarcelamiento y expulsión de sacerdotes y hasta de religiosas y misioneros. Como en los tiempos de Tomóchic y la Cristiada. ¿Cuántas palabras se necesitan para cubrir y encubrir estos hechos? Todas las palabras del mundo, en todos los idiomas, serían insuficientes. Para revelarlos, en cambio, bastan unas pocas, por ejemplo las de una nota informativa o de un reportaje de Hermann Bellinghausen.

¿Y por qué el hostigamiento verbal (y algo más) a la Conai? Porque en el interior de una estrategia de guerra de exterminio no son necesarias las instancias de mediación, y porque ese organismo estaba obligado a actuar como testigo de cargo,y aunque no hiciera más que el registro posible de los muertos y las agresiones, vaciaba de contenido el discurso encubridor y autocomplaciente. A últimas fechas, el propio presidente Zedillo se unió al coro de los detractores del obispo de San Cristóbal de las Casas al aludirlo y comprometerlo en relación con una frase que seguramente al autor le pareció muy afortunada, de gran consistencia filosófica y de indiscutible eficacia política: la teología de la violencia. Presidencialmente decretada esa media filiación, el mediador comprendió que ya no podría mediar en nada y decidió retirarse de la Conai. Y hay que consignar que lo hizo con dignidad, como debe hacerse en tiempos de agresiones sordas desde el poder.

No hay duda de que don Samuel Ruiz seguirá comprometido con las tareas de búsqueda de la reconciliación y la paz en escenarios menos ingratos, por la presión del silencio, que la Conai, en lo que él llama una nueva etapa del proceso. Tampoco hay duda de que una buena parte de la sociedad civil atenderá el llamado de los restantes ex mediadores y participará en ese proceso de modo más consciente, organizado y resuelto, única forma de romper el silencio.

Eso significa, entre otras cosas, reclamar que en el Congreso se discuta la propuesta de la Cocopa sobre derechos y cultura indígenas y que en Chiapas se restauren las condiciones para el diálogo con el desarme de los grupos paramilitares y el retiro del Ejército Mexicano a sus cuarteles.

Eso tenemos que hacer, eso haremos. Sólo el gobierno se ha quedado corto de medios y de mediaciones y buscará el diálogo directo con los zapatistas, lo que bien puede significar nada más que el diálogo de las ametralladoras.