Hay que decirlo precisa y claramente: a sus seis meses de edad, el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas es causa de decepción. Y no podía ser de otra forma. Intencionalmente o no, el arribo de Cárdenas al poder generó enormes expectativas en la sociedad capitalina, pero el tiempo pasa y los resultados no llegan.
Un análisis racional y sereno, desprovisto de matices partidarios que tanto azolvan la reflexión, debiera conducir a la conclusión de que ese fenómeno es natural. Esperar en seis meses soluciones a problemas que llevan decenios equivale a suponer que a la Jefatura de Gobierno llegó un taumaturgo, y no es así.
Adicionalmente, en el equipo cardenista, donde ya se esperan nuevas bajas, falta experiencia para gobernar y es corto el tiempo para adquirirla. Humberto Musacchio lo ha dicho con acierto: ``Entre los cuadros de la antigua izquierda no faltan ganas de servir, pero se nota la falta de oficio. Para gobernar se requiere algo más que abnegación, capacidad de protesta y enjundia en la denuncia'' (Reforma, martes 2 de junio, p. 25A).
Ahora bien, ¿no quería la sociedad capitalina gente nueva en el gobierno y por eso en 1997 se inclinó primero por el PAN y luego y definitivamente por el PRD? ¿No quería la sociedad capitalina un cambio? Pues ahí lo tiene y yo creo, a pesar de todo, que es para bien.
Desde antes de Cárdenas, en el gobierno capitalino y en su relación con la sociedad existían poderosas redes de intereses y tratos frecuentemente corruptos o al menos distorsionadores de la racionalidad y la equidad. Desmantelar tal maraña es tarea lenta, a menos que se quiera incurrir en actos autoritarios, tan reñidos con un ejercicio democrático del poder. Así, las resistencias frustran proyectos bien intencionados y la siembra de nuevas reglas de juego consume muchas energías y mucho tiempo.
Un ejemplo es la procuración de justicia. Ahí las cosas quieren hacerse de diferente manera pero con el mismo personal de antes, y así resulta una tarea ímproba, pero no hay de otra. Con esos bueyes hay que arar, para decirlo coloquialmente. ¿O alguien puede sacarse de la manga a miles de policías intachables y con un envidiable espíritu de servicio?
No es posible sostener que Cárdenas ha tenido éxito porque no es así. Puede afirmarse, sí, que ha obtenido logros importantes tanto en lo macro como en lo micro. En lo macro debe valorarse y estimularse la lucha contra la corrupción que, pese a los traspiés, terminará por rendir buenos frutos a la sociedad --se sabe de investigaciones en curso que darán mucho de qué hablar--, y esto no es asunto menor. En lo micro figuran tareas como las de la Dirección General de Promoción e Inversiones, a cargo de José Luis Manzo, que se ocupa de incentivar a la pequeña empresa, cuya relevancia no está en sus capitales sino en el número de puestos de trabajo que genera.
Por todo lo expuesto y pese a la enorme deuda que Cárdenas tiene con la sociedad, yo me quedo con un gobierno que, por ejemplo, afronta desde siempre la antipatía de la mayoría de los medios de comunicación --por razones ideológicas o por vínculos de éstos con el sistema político en retirada-- y, no obstante, se arriesga a cortar las dádivas ilegítimas --en efectivo y en especie-- a medios de comunicación y periodistas porque las considera expresión corrupta del viejo régimen.
Por supuesto, ante la contaminación, ante la carencia de seguridad, de agua o de vivienda, a muchos capitalinos les importa un bledo que se paguen o no chayotes. Pero debiera importarles --aunque ello pertenezca a una dimensión ética y tenga poco o nada que ver con el pragmatismo-- porque es una muestra de la lucha anticorrupción. Y si los problemas se acumularon y multiplicaron en el DF, ello fue, en gran medida, porque la corrupción se llevó caudales que debieron dedicarse a su atención y, además, distorsionó la relación gobierno-sociedad.
Es necesario, entonces, relativizar la decepción que hoy produce el gobierno cardenista y entender la tarea de siembra que necesariamente debe hacer. Se verá entonces que merece respeto un Cárdenas a quien le ha tocado sembrar (aunque quizá no pueda cosechar), lo cual no obsta para demandarle a él y su equipo que aceleren el paso.
Francisco Labastida ya tiene lo que quería: desapareció la Comisión Nacional de Intermediación (Conai). Aparte de la gravedad que reviste para la causa de la paz en Chiapas y de cara a sus futuras implicaciones, este hecho también conlleva --aunque pocos reparen en ello-- un golpe a las pretensiones presidenciales del secretario de Gobernación. Gurría, González Fernández, Moctezuma, Bartlett y similares están de plácemes.