Rolando Cordera
Droga y soberanía: la ecuación esquiva
Con firmeza y claridad, de manera sencilla y precisa, el presidente Zedillo expuso en la sede de las Naciones Unidas la posición de México sobre el combate a las drogas. En su discurso, Zedillo estuvo sin duda a la altura de esta extraordinaria Sesión Extraordinaria de la organización mundial y también de la ominosa circunstancia que antecedió a la reunión, resumida en la absurda cuanto ofensiva operación Casablanca, todavía hoy, a pesar de las disculpas y los ``lo siento, darling'', una operación de la Casa Blanca.
Proponer a las naciones reunidas en Nueva York, que den un mandato a la ONU para que sea en ella y desde ella que se organice la acción multinacional contra la multinacional del crimen en que se ha tornado el narcotráfico, tiene ciertamente sus bemoles y no será fácil ni obtener un mandato claro, ni mucho menos remover con ello las inercias y las adicciones al mando único que permean reflejos y decisiones de las potencias. Pero para México, como para la aporreada Colombia, una iniciativa como ésa era y es simplemente indispensable.
La mera aceptación por parte de Estados Unidos y otros países poderosos, de términos como el equilibrio y la corresponsabilidad, la cooperación global y la integralidad del fenómeno y su tratamiento, significa un respiro estratégico y, por lo menos en la retórica del asunto, una posibilidad de pensar y actuar sobre la cuestión de una manera soberana, como lo propuso el Presidente de México. Un paso, si se quiere verlo así, pero un paso que había que dar y no habíamos dado.
Queda mucho, quizás todo, por andar. De entrada, asumir en todo lo que implica la complejidad del tema. Superar la tentación punitiva y establecer las diferencias y las sutilezas que por siempre han rodeado el uso y el abuso de lo que genérica y peligrosamente llamamos ``droga'' es obligado, si no se quiere ir de una apelación civilizada y sofisticada como la que México ha intentado, a una nueva ronda de rigidez moral y fariseísmo, el mejor de los climas para que prolifere precisamente lo que se quiere combatir: un gran negocio que se basa y reproduce ampliadamente gracias a la ilegalidad y la persecución que lo rodea.
Oferta y demanda, consumo y salud pública no pueden verse más de modo escindido, porque se dan en todo lugar aunque sus magnitudes varíen con los niveles de ingreso y las particulares tradiciones y situaciones psicoculturales de los países. Lo que se ha establecido ya con nitidez es la muy desigual manera como los países resienten las reacciones del crimen organizado cuando se decide su combate.
Son países como México, Bolivia, Perú o Colombia, o Tailandia o Cambodia, o Turquía y Marruecos, los que más sufren en bajas policiacas, en daños a su tejido social, en corrosión de sus siempre frágiles instituciones. De ello no debería quedar duda alguna y su registro explícito deberá formar parte esencial de la eventual estrategia multinacional que se diseñe y ponga en práctica. Los costos que todo ello implica deberían formar parte de presupuestos especiales, que no jugarán las contras a la acción pública indispensable para remover lo que está debajo de esta debilidad interna, y que el combate a o la sola acción del narcotráfico han puesto sobre la superficie de nuestras vidas nacionales cotidianas de un modo brutal y desastroso.
La voluntad de ser soberanos, de demandar y obtener respeto del más fuerte, sigue siendo una dimensión válida del ser nacional, aún hoy en medio del ciclón globalizador que trae consigo la afirmación histórica del mercado mundial unificado. Lo que no hay que olvidar, porque cuando nos lo recuerdan duele y cuesta mucho, es que este ejercicio a contrapelo de las soberanías supone siempre, de principio a fin, una cohesión interna, social y política, que no se compadece con los abismos de pobreza y desigualdad, de prepotencia clasista y abuso diario del poder, que por siglos han acompañado nuestra evolución histórica.
El coro de fuego que desde Guerrero retumbó cuando la Asamblea Extraordinaria preparaba su inicio, no es sólo una coincidencia lastimosa. Da cuenta puntual de situaciones extremas que no son, sin embargo, una excepción de nuestra lamentable situación social.