Según se dice en la doctrina derivada de los Evangelios, el buen pastor está en donde se encuentran sus ovejas; un obispo es, según la ortodoxia católica, un pastor del pueblo al que le corresponde dirigir espiritualmente y debe estar con ese pueblo, independientemente de cuáles sean las circunstancias políticas, económicas o sociales en que le toca vivir y actuar. Don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal las Casas, ha sabido ser fiel a esta regla de la Iglesia por la cual vive y a la cual responde.
A tal grado llegó su celo por los fieles de su diócesis que en cumplimiento de lo que dicen los Evangelios, ha estado dispuesto a dar su vida por ellos; en realidad la ha ido dando en su testimonio cotidiano a favor de los más pobres y más desvalidos, y hoy, obligado por las circunstancias, se retira de la presidencia de la Comisión Nacional de Intermediación (Conai), pero reitera que lo hace precisamente para continuar siendo fiel a su convicción.
Desde antes de que estallara el conflicto en Chiapas, el obispo Samuel Ruiz había dado claras muestras de su valor civil enfrentándose a los poderosos y denunciando a quienes violentaban los derechos de los integrantes de las diversas etnias que viven dentro del territorio bajo su cuidado y tal actitud le valió siempre, por un lado, conflictos con los gobiernos del estado de Chiapas y con los ricos cafeteros, ganaderos y terratenientes en general, pero por otro la admiración y la fidelidad de quienes veían en él a un hombre interesado y comprometido con las causas y reclamos de la gente de abajo, de los que no hablan español o lo hablan a su modo, de los que no tienen más patrimonio que su cuerpo y su trabajo, pero que desde antes de él aprendieron y con él confirmaron que tienen una dignidad que se les había pretendido escamotear y que, además, son los dueños originarios de sus tierras, sus bosques y sus aguas.
La gran autoridad moral del obispo Ruiz fue factor fundamental para evitar que el levantamiento de enero de 1994, se respondiera con un baño de sangre, que ya se estaba iniciando y que en buena medida él contribuyó a detener; su prudencia y tenacidad negociadora se debió en buena medida al cese del fuego y el inicio del diálogo, que durante muchos meses fue fructífero y ayudó a contener a ambas partes.
Desgraciadamente, la impaciencia del poder Ejecutivo, la actitud intransigente de los funcionarios de la Secretaría de Gobernación y el error inicial de armar y entrenar grupos paramilitares, minaron las posibilidades de concretar lo que lenta y penosamente se había construido a través de las pláticas de paz y que había concluido con los acuerdos de San Andrés Larráinzar.
Los ataques a sus fieles, el asesinato de personas indefensas orando en un templo, la campaña de ataques a su propia persona, el apoyo incondicional a grupos religiosos disidentes y la impunidad de los escuadrones contra insurgentes armados y sostenidos con gran irresponsabilidad por el gobierno del estado, hacen hoy que el obispo Ruiz se retire y disuelva la Conai, un organismo que, en su opinión, deja de ser instancia de conciliación porque una de las partes, el gobierno, se ha negado a reconocerlo así.
Seguramente estos difíciles años de la lucha por la justicia, por la dignidad y por la paz le han valido ya a Don Samuel el paso a la historia; como cristiano que es ha sido ``signo de contradicción'' y ``piedra de escándalo'' pero sin duda alguna debe estar satisfecho por haber actuado fiel a la doctrina que lo mueve y de acuerdo con su conciencia de hombre recto. El apoyo reciente de sus compañeros de la jerarquía católica mexicana le debe ser muy satisfactorio y ciertamente ya se lo debían. Seguramente Don Samuel fuera de la Conai pero dentro de su Iglesia y de su comunidad chiapaneca, continuará su lucha por los valores y motivaciones que han dado sentido a su vida; lo difícil para la situación de su estado y para México será encontrar quién pueda de ahora en adelante detener la injusta y desigual guerra entre un pueblo desarmado y un gobierno nervioso, desorientado y propicio a la violencia.