ASTILLERO Ť Julio Hernández López
Todos los indicios disponibles fortalecen la versión de que en El Charco, municipio de Ayutla de los Libres, estado de Guerrero, hubo una ejecución y no un enfrentamiento.
El número de proyectiles disparados (``casi un millar, de alto poder'', según la nota de Julio Zenón Flores publicada en Novedades de Acapulco), la ausencia de militares lesionados, y el riguroso cerco castrense montado en este caso (tanto para cambiar elementos fundamentales del sangriento escenario como para impedir el oportuno acceso de periodistas, del presidente municipal, y de otras autoridades civiles), abonan con fuerza la hipótesis del ``ajusticiamiento'' ejemplificante.
Y conforme avanza la reconstrucción de los hechos, a partir de testimonios de los pobladores del lugar, aparece con más nitidez el perfil de una descarnada operación militar que de manera consciente quiso mostrar a la región y al estado enteros que no habrá consideraciones para los integrantes de una escisión del Ejército Popular Revolucionario (EPR), denominada Ejército Revolucionario Popular Indígena (ERPI), cuya principal característica sería la realización de trabajo político de base con las comunidades indígenas y no sólo la fugacidad de las operaciones guerrilleras aisladas (el artículo de Juan Angulo Osorio, publicado el martes 9 en La Jornada, denominado La masacre de El Charco, ofrece el mejor enfoque respecto a este punto).
``Un operativo planeado de antemano''...
Llegados a El Charco para realizar una especie de asamblea de difusión (y acaso de reclutamiento) con habitantes del lugar (y visitantes de otras comunidades), 11 guerrilleros y más de dos docenas de civiles fueron sorprendidos en la madrugada del domingo por fuerzas militares perfectamente desplegadas para cercar y someter a sus objetivos.
Conminados a deponer las armas y entregarse, según la versión de la Secretaría de la Defensa Nacional, los que luego serían acribillados habrían desoído los exhortos castrenses e iniciado un enfrentamiento en el que tales guerrilleros habrían disparado ``cientos de municiones''. Versiones distintas tienen algunos habitantes del lugar, quienes aseguran que los guerrilleros y los civiles visitantes habrían sido masacrados luego de un llamado a entregarse.
La columna política que en Novedades de Acapulco es firmada con el seudónimo Policéfalo, menciona la inusitada rapidez con la cual las autoridades militares informaron de los hechos de El Charco y el carácter justificatorio utilizado en toda la primera hoja del boletín de prensa de la Sedena.
``Demasiadas justificaciones... inecesarias si se trató de un enfrentamiento'', comentó Policéfalo, quien agregó que ``el vacío de información que se vivió en la capital del estado y la renuencia de las autoridades a permitir a los reporteros gráficos realizar su trabajo en las instalaciones del Servicio Médico Forense acapulqueño, hacen ver todo esto como un operativo planeado de antemano, en el que la logística incluía el flujo rápido de información por parte de la Sedena (incluso cargaron con diferentes reporteros) y el cerco físico para interceptar cualquier versión contraria''.
En el mismo diario acapulqueño, el reportero Julio Zenón Flores incluyó en su crónica de El Charco lo siguiente: ``La conclusión parece inevitable: de la gente de adentro no alcanzó a salir ningún disparo. La puerta negra metálica de uno de los salones presenta 11 perforaciones de bala, todas de afuera hacia adentro. En la pared donde cuelga el pizarrón pudimos contar 51 incrustaciones''.
Según el relato que tres menores de edad le hicieron al reportero Flores, la comisaría ejidal y el resto de las casas habrían sido abiertas ``a balazos... excepto la capilla católica, la única que respetaron las fuerzas armadas''.
Por su parte, Miguel Angel Juárez reportó al diario Reforma: ``No hay huellas de los disparos de los eperristas al Ejército''. Además, ``el Ejército trabajó toda la noche para que a la mañana siguiente ningún periodista pudiera encontrar huellas de lo que allí ocurrió. Desaparecieron casquillos, pusieron cercas, echaron tierra sobre la sangre''.
Las estampitas de las galletas
Juárez vio que uno de los dos soldados que cuidaban la entrada a la escuela Caritino Maldonado (nombre de quien fue gobernador de Guerrero de abril de 1969 al 17 de abril de 1971, cuando murió en un accidente de helicóptero cerca del cerro del Miraval) tenía una lámpara de mano con la bandera de Estados Unidos, así que preguntó la razón de tal insignia. ``Sale en las estampitas de las galletas'', fue la respuesta del militar.
Así también, como estampitas de las galletas, aparecieron ayer mismo pintas en diversas partes del estado de Guerrero a favor del EPR y, además, sospechosas amenazas de acciones contra funcionarios públicos en la capital del país.
Lo importante, hoy, es que esa lámpara de mano, sin estampitas de ningún tipo, alumbre esa zona sombría y tenebrosa que representa la operación abierta y sistemática del Ejército en tareas que deberían ser abordadas por las autoridades civiles (por ejemplo, en Guerrero, un señor dedicado más a justificar la creciente fortuna de su familia, a pelear en la grilla priísta, y a dejar un sucesor que a cumplir plenamente con sus obligaciones de gobernar).
Nada puede justificar el exterminio de ciudadanos mexicanos, por más alzados en armas que pudiesen estar, sin respeto a convenciones internacionales y a leyes nacionales. Si es que en El Charco hubo una ejecución, como todo lo hace suponer, las autoridades deberán investigar, dictaminar y castigar. De otra manera estaremos adentrándonos cada vez más en el laberinto de oprobio que en Sudamérica, para no ir tan lejos, tanto daño provocó durante largas décadas de terror.
(La recurrencia a fuentes distintas de las del prestigiado y altamente confiable semanario El Sur es intencional y busca mostrar que la gravedad de los problemas de Guerrero no se debe, como supone Angel Aguirre Rivero, a que en El Sur se obedecen ``indicaciones precisas de algunos personajes que están empeñados en dañar la imagen del gobernador'', como lo ha declarado recientemente.)
Astillas: En Aguascalientes, el PRI va perdiendo cuando menos en materia de propaganda. Más bardas pintadas y buenos gallardetes están haciendo una diferencia a favor del PAN, que parecería anunciar tendencias electorales. Héctor Hugo Olivares ha dicho que el PRI mueve ciudadanos y no gallardetes, pero lo cierto es que la capital del estado, del mismo nombre, tiene una notable presencia panista, mayor a la priísta. Dicen los del blanquiazul que la diferencia no es por tener más o menos brochas y botes de pintura, sino por la voluntad cívica de los dueños de espacios utilizables que se han negado a cederlos al tricolor y, cuando han sido tomados a la fuerza, los han blanqueado para endosarlos luego al partido que postula a Felipe González... En Durango hay una sensación creciente de que Rosario Castro Lozano, candidata panista a la gubernatura, está fortaleciendo sus posibilidades de triunfo. El priísta Angel Sergio Guerrero Mier ha hecho una campaña cansada, al estilo antiguo de su partido, mientras Rosario (hermana del senador del blanquiazul Juan de Dios Castro Lozano) ha ido ganando presencia no sólo por sus buenos resultados en anteriores responsabilidades, como la de ser presidenta municipal de Ciudad Lerdo sino, también, por el hecho de ser una mujer postulada como candidata no para cubrir artificiales cuotas de feminismo sino con una viabilidad cierta de triunfo electoral.
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