El objetivo estratégico del Ejecutivo federal es evidente: intentar el debilitamiento de la izquierda en su conjunto para preservar el poder en manos de la tecnocracia después de las elecciones presidenciales del 2000, en el mejor de los escenarios posibles para la oligarquía, o cuando menos garantizar que los dinosaurios priístas conserven el dominio que los tecnócratas no supieron defender. Ya lograron que la Conai renuncie a su papel de intermediación, continúa el acoso en contra del EZLN, y ahora alinean todas sus baterias administrativas y publicitarias en contra el gobierno popular y democrático de Cuauhtémoc Cárdenas.
Tanto en Chiapas como en el Distrito Federal el esquema operativo parece claro: simular una disposición democrática de respeto y tolerancia con el adversario al tiempo que se le golpea en todos los frentes: provocar situaciones de ingobernabilidad que atemoricen al electorado local y nacional; desprestigiar a las organizaciones y representantes políticos de la izquierda con el uso intensivo de periodistas aparentemente liberales y de los medios de comunicación afines al orden establecido --aunque ahora podríamos hablar con propiedad del ``desorden imperante''--; finalmente, simular una lucha abierta contra la delincuencia organizada sin por ello remover la trama de impunidades, complicidades y corruptelas que le dan vida y significado al sistema priísta de dominación --el Fobaproa es ejemplo histórico en la materia y el narcotráfico sentó sus reales.
En relación al gobierno popular y democrático del Distrito Federal, sus críticos más abyectos, en abierta coincidencia con los estrategas de la oligarquía, se distinguen por la reiteración de lugares comunes sobre las supuestas taras originales de una izquierda que reducen a la caricatura que ellos mismos se han encargado de recrear. En clara generalización no diferenciada, el sectarismo de algunos lo convierten en la característica dominante de todos los que conforman el nuevo gobierno capitalino, sin distinguir y mucho menos aceptar que la democratización del país en buena medida se explica por el incansable esfuerzo de una izquierda de múltiples tendencias que se mantiene inconmovible a favor de la democratización integral de la sociedad. De hecho, la lucha más encarnizada en contra de los representantes de la izquierda más atrasada y sectaria se da dentro del PRD y del mismo gobierno del Distrito Federal.
No faltan quienes denuncian, en clara ofensiva propagandística, la falta de oficio, la parálisis y la supuesta irresponsabilidad de los funcionarios del nuevo gobierno de la ciudad más problemática del mundo. Sin percibir que el llamado oficio político no es sino la simulación que caracterizó y sigue caracterizando a las administraciones priístas. Si algo distingue al actual gobierno capitalino de los anteriores, es justamente la transparencia en el manejo de los asuntos públicos, la evidente mayor democracia en su funcionamiento interno, la aceptación del riesgo de ver a la ciudadanía entrometerse en los asuntos públicos que le conciernen, la aceptación autocrítica de los errores cometidos y su correción casi inmediata. Mienten quienes asimilan al actual gobierno dentro de las tradiciones priístas de dominación, simplemente se niegan, por razones ideológicas inconfesables, a reconocer las diferencias sustanciales entre el pasado inmediato y el presente. Funcionan por analogía y oscurecen la especificidad de un gobierno que combate la impunidad y la corrupción en términos nunca antes vistos en la ciudad de México.
Con un presupuesto considerablemente disminuido ha sido necesario aplicar imaginación administrativa, resistir frente al sabotaje corporativo de muchos de los empleados de base a falta de un servicio civil de carrera, demostrar capacidad de servicio a la ciudadanía en el peor de los escenarios posibles, y sobre todo: demostrar una honestidad a prueba de los cañonazos de 50 mil pesos que Obregón hizo tradicionales, además de las agallas necesarias para hacer frente a las presiones clientelares de priístas, perredistas y panistas. Un gobierno con esas características es perfectamente defendible, quedan dos años por delante y los resultados inéditos estarán a la vista de todos, hasta del más pesimista de sus detractores. La plaza fue ganada a pulso y no se perderá por la fuerza del rumor, la insidia y la calumnia.