Imagine la rabia y el vértigo. Una investigadora que amanece a la intemperie, con el laboratorio en ruinas por el fuego o las llamas del vandalismo: los instrumentos de exploración y cálculo, hechos trizas; la bitácora, las notas de viaje y las partículas de verdad arrancadas al tiempo, convertidas en nada. Sólo cenizas.
Imagine la pesadumbre y la impotencia. La casa del artesano pintor, anegada. El agua salvaje es también un incendio. El hogar construido a mano, pieza por pieza, ventanas y jardín, escaleras y puentes, una ruina después de la lluvia abrasadora.
Imagine la pura tristeza. Un músico, un compositor, arrojado al silencio. Su diminuta sala-estudio crece por el vacío y el eco. El pianista de blues y otras pasiones, como chícharo en olla gigante: alguien decidió llevarse pianos, consola, amplificador, cintas, discos y tocadiscos. No hay teclado para la gimnasia matutina -Bach tendrá que sonar en secreto-. Desapareció el instrumental con que se mezclan aires de son, ruidos industriales, rock e improvisación bien temperada.
Esto últimos le ocurrió a Guillermo Briseño. El domingo 31 de mayo La Jornada publicó una carta que es también una primera respuesta: ``Alguien me tiene en la mira: hace cuatro años con los mismos pasos y ganas de fastidiarme, me robaron la mitad porque lo demás no estaba en casa. Hoy lo lograron, ya no tengo nada, o por lo menos eso es lo que creen...''
Se llevaron todo, como laboratorio arrasado, como sueño tragado por agua. Aunque hay una ligera diferencia: no pudieron robar la música ni tienen cómo callar al musiquero. El lumpenaje en labor criminal sabe dónde golpea: tasa el botín en pesos y disfruta la virtual indefensión de la víctima... pero no puede contra el poder de la imaginación y la potencia de la solidaridad.
¿Un delito más en la ciudad de México? Ciertamente, incluidas premeditación y recurrencia. Las historias del terror cotidiano convertidas en patrimonio del imaginario y la experiencia colectivos. ¿Un atraco menor, estrictamente material? Por fortuna, salvo el coraje y el desamparo intransferibles.
El tema es otro y otras sus variaciones: un músico, escritor de canciones, explorador de mestizajes para orquesta o sinte, obligado al silencio temporal por razones prácticas... Y como suele suceder en el país de las maravillas, el asunto no alcanza el rango de noticia por la ausencia flagrante de patrocinador, compañía disquera, sindicato, sociedad autoral, beca o fraternidad de elogios mutuos...
No es fábula del show business ni anécdota jugosa para el mundo del espectáculo. Punto. No será, pues, de las instituciones, el negocio disquero, la prensa cultural y sus cronistas, de donde surja la más leve iniciativa para contrarrestar el desgraciado entuerto. Gajes del oficio. Riesgos de la independencia como apuesta vital y proyecto de autogestión artística y comunitaria. Inconvenientes de la terquedad, de la obstinación por recorrer caminos despoblados de la música popular contemporánea, de la libertad creadora y la decisión de controlar cada momento del proceso. De lejos suena bien. De cerca y en caliente, complicado. Porque la libertad necesita cómplices. Gestos, señales, compañías. Comunidad dispuesta a multiplicar espacios libres y comunidades solidarias.
Quienes conocen a Briseño algo saben de esto y han comenzado a generar acciones. Músicos y no músicos, parentela y aliados, faranduleros y gente de bien (de todo hay en la viña, por supuesto). Alguien ofreció un piano para el 14 de junio en la Reyes Heroles. Varios más se apuntaron para la probable y necesaria paloma. Otros ofrecieron máquinas e instrumentos para cerrar con broche de oro los proyectos pendientes: 10 discos en distintas fases de producción... (Insinuaciones y sugerencias al teléfono 554 76 82.)
Naturalmente, el pianista sigue con fríos en plena contingencia. No pierde humor pero le falta piano. Ensaya de memoria. Escribe la próxima canción mientras se recupera lo perdido. ¿Cuál es el drama? Ninguno. Briseño sigue sonando porque trae la música por dentro y no anda solo.